"Te repetís mucho. A veces bajas demasiado el tono cuando leés, nombrás siempre a los mismos, me tenés podrido con Pastoriza y Perfumo, reiterás demasiado el título del ciclo, pero hoy te voy a decir lo que le comento a los muchachos del bar compartiendo una copita de Reserva San Juan: hiciste el mejor programa de fútbol de la historia? ¡Y que bien le metiste cositas de literatura, como cuando leías en el living, de pibe! Lo tengo que admitir: ¡que buen programa hiciste, papafrita!".
Así, con estas memorables palabras dirigidas a su padre -también locutor-, Alejandro Apo cierra su libro "Con todo mi afecto".
El regaño una vez más pierde la batalla más desigual que existe: la de los sentimientos.
En este ida y vuelta permanente, se inscriben las historias de padres e hijos, más cuando ambos han elegido la misma profesión.
En el deporte hay muchas páginas escritas donde los progenitores fueron la sombra de sus propios hijos. Pocos recordarán la discreta campaña deportiva de los herederos de Pelé, Hugo Gatti, Juan Martín Coggi o Ramón Díaz. En ellos, la portación de apellido y la h entre dos paréntesis, fue un karma que nunca los abandonó.
En otras, las carillas mas recientes relucirán con mayor brillo, como es el caso de Juan Sebastián Verón o Fabricio Coloccini, y habrá algunas un tanto más equilibradas como la de los Artime, los Pernía, los Heguy o los Harriot.
Más hay un expediente distinto a todos, casi de laboratorio? La ficha del padre dirá que se llama Hugo, que nació el 14/4/63 y que al tiempo de su retiro medía 1,97 metros con un peso de 90 kg. La de su hijo menor Facundo consignará que nació el 25/8/89, con solo un centímetro más de altura a la fecha e idéntico peso.
Los dos han debutado muy jóvenes en la selección Argentina usando el mismo número de camiseta: La 7.
Seguramente usted ya habrá deducido el enigma.
Sus apellidos: Conte, las mismas cinco letras que identifican su sinónimo: el voley. Cuando nació Facundo, su padre ya era una leyenda del deporte, con medallas de Bronce en Argentina 82, Seúl 88 y múltiple campeón en Europa y Ligas Nacionales.
Aunque el actual mundialista jugó al fútbol, natación y handbol, hay fotos suyas de bebé que lo delatan "in fraganti" con una pelota de voley en sus manos. Cuentan los memoriosos, que desde los 6 años acompañó a su "viejo" a los entrenamientos.
Hugo jugó hasta hace poco, dándose el gusto de ceder la posta a su hijo y hasta de dirigirlo en la Liga italiana A2.
Hay similitudes que impresionan y ver jugar a Facundo y recordar a Hugo, es un festín para la genética. Las pipetas tiemblan y el ADN revienta de placer. Con una potencia inusual, el más joven reproduce con calidad estremecedora los primeros registros de su padre. Es grato ver como el barbado de los Conte mira a los pibes pegar y pegar desde el costado de la cancha.
Mientras observa a estos "animales" con caras de nene, Hugo reflexiona: "Con Facu compartí su crecimiento, pero igual, verlo divertirse, jugar, y saber que se puede desenvolver y sumar para la selección, para mí es un orgullo enorme. ¡Y con la 7!".
El chico sueña: " Yo, si me subo al podio, no me voy a dejar la chivita porque es de mi viejo y siempre separamos bien las cosas. Pero, por un podio... Me subo al Obelisco o... No, mejor no. Si me subo al podio en Italia, bailo la tarantela, je...".
Nunca resultó tan cierta la teoría que Rodolfo Braceli tan visceralmente describe: "Creo que el aire, nuestro aire, tiene memoria. A ver si consigo explicarme: el aire que les tocó a ellos, a mis padres, el aire que mojó y alumbró sus semblantes, es el mismo que me está tocando a mí, ahora. Me está tocando los pómulos, las sienes, la saliva, la mirada".
El aire de Facundo, fue el mismo aire de Hugo. Aires de gimnasio, de red y pelotas. Aires de voleibol.
Marcelo Antonio Angriman