Marcelo Antonio Angriman
"Debí haber jugado hoy con Llodra, fue decisión del capitán que los cruces de hoy fueran estos", disparó David Nalbandian luego de perder con Gael Monfils. Tales palabras siguieron a una serie de gestos descomedidos que el cordobés lanzó a Tito Vázquez en pleno descanso del partido.
Cabe a esta altura preguntarse si en algo hubiera cambiado el orden de los partidos. Nadie lo sabe con exactitud. Lo cierto es que a fuerza de aces y de excelentes piernas, Monfils demolió al unquillense.
¿Tiene sentido lanzar frases como: "Creo que el capitán no se animó a hacer los cambios necesarios para que yo juegue con Llodra hoy", cuando al día siguiente dos jóvenes del equipo saldrían a jugar un dobles definitorio? ¿Por qué no se explicitó el desacuerdo antes de definir los cruces o en el peor de los casos, se aguardó a que el resultado adverso fuera irrevocable? ¿Corresponde obligar a un técnico a aclarar que las decisiones fueron tomadas en grupo y que para cumplir con el deseo de David, tendría que haber mentido dos días seguidos?
Las derrotas y las decisiones, más cuando son grupales, deben ser asumidas dignamente. Los partidos se ganan en las canchas. No cabe duda que los franceses jugaron mejor y triunfaron con toda justicia.
El depositar culpas en otros o en factores externos no permite corregir errores, ni crecer. La autocrítica muchas veces duele, pero es una actitud de los grandes. Incluso suele ser el comienzo de grandes cambios.
El jugar en equipo se torna harto dificultoso para jugadores tan individualistas como nuestros tenistas. Prueba de ello resulta que a pesar de contar con excelentes exponentes durante la última década, jamás se pudo levantar la Davis. La muestra más elocuente fue la dolorosa derrota ante una España sin Rafa Nadal en Mar del Plata (´08).
Nalbandian ha sido el tenista argentino más copero de los últimos tiempos, ha demostrado tener un talento único y ha sido la carta fuerte por la que se pudo llegar a una semifinal impensada en 2010. Más todos estos méritos, en parte se esmerilan cuando demuestra no saber perder.
El cordobés debe entender que este tipo de declaraciones no ayudan a sostener su liderazgo. Días atrás, luego de una sublime actuación en el Mundial de básquet, Luis Scola dio una lección de dignidad al contestar que no había excusas por no haber llegado a las semis -teniendo argumentos de sobra para ello- y luego esforzarse al extremo junto al resto del equipo para alcanzar un quinto puesto. Que es una cuestión cultural, no somos suizos, ni tan educados, que somos pasionales y hasta "calentones", es relativamente cierto.
La realidad indica que hasta que no se articule un verdadero equipo donde los egos cedan, donde todos tiren del mismo carro con humildad, será difícil acceder a un logro tan preciado como la Copa Davis. Porque después de todo, para saber ganar dignamente, antes hay que saber perder.