Como una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde futbolero, Lionel Messi deslumbra cuando sobre su piel descansa el blaugrana del Barcelona y cae en las sombras cuando es la albiceleste la camiseta que pesa (más de lo imaginado) sobre sus hombros.
Es curioso. Mientras el mundo de la pelota se rinde a sus pies por todo lo que logró junto al Barça, aquí en la Argentina nadie parece sentir el orgullo de que la selección de Maradona cuenta con el mejor jugador del mundo. Es que Messi ha sido incapaz de trasladar su genio a la albiceleste, más allá de los factores que lo provoquen. Los éxitos del rosarino con su club, contrastan demasiado con sus bajas actuaciones con la selección.
El 2009 para la Pulga fue el año del reconocimiento universal. Con el pie en el Santiago Bernabéu, con la cabeza en el Olímpico de Roma en la final de la Champions League o con el pecho en Abu Dhabi ante Estudiantes, por la final del Mundial de Clubes, Messi ha sido protagonista principal en un año de locura para el Barcelona, en la mejor temporada de toda su historia con seis títulos.
En el equipo catalán, el argentino disfruta del juego combinado y veloz que se ingenia en la cabeza del entrenador Josep Guardiola y que ejecutan los españoles Xavi e Iniesta. Nadie discute su hegemonía en Europa. "France Football" le entregó a principios de mes el Balón de Oro que lo distingue como mejor jugador del mundo, y la FIFA hizo lo mismo al galardonarlo con FIFA World Player.
"Soy argentino y siento la camiseta como el que más. Tuve la suerte de conseguir todo con mi club y me encantaría lograrlo con la camiseta argentina", dijo la Pulga tras ser ungido como el mejor jugador del planeta.
En 2010 le espera el Mundial de Sudáfrica. Allí intentará hacer realidad sus deseos, y si lo logra es muy posible que la selección le ponga fin a 24 años de sequía.