El cierre del Clausura fue realmente desprolijo y volvió a sacar a la superficie todos los vicios del fútbol argentino. La final, postergada por las elecciones y sumergida en un sinfín de interrogantes y polémicas debido a la gripe A, terminó desdibujando la tarea de dos equipos que con humildad mostraron lo mejor en un torneo donde los poderosos quedaron rápido fuera de competencia.
Los dos "humildes" planteron un batalla en vez de un partido. Fueron noventa minutos (o algo así) plagados de impreciones, piernas fuerte, peleas y varias escenas vergonzosas.
Huracán fue perjudicado por la terna arbitral que encabezó un Gabriel Brazenas de pobrísima actuación porque le anularon un gol lícito en la primera parte de Eduardo Domínguez y porque el tanto de Maximiliano Moralez cayó después de una clara falta de Joaquín Larrivey sobre el buen arquerito Gastón Monzón.
A partir de ahí desaparecieron los balones, el partido se paró increíblemente porque la presencia de intrusos en la cancha y el pitazo final de un desdibujado cotejo cayó en el medio de una trifulca donde hubo de todo.
La imagen de Vélez en plena vuelta olímpica quedará en las retinas largo tiempo. También la del rostro ensangrentado de Sebastián Domínguez, víctima de uno de los tantos proyectiles que aterrizaron en la cancha.
El final no tiene nada que ver con la labor de estos dos grandes equipos a lo largo del Clausura 2009. Si es el vivo reflejo de un fútbol argentino plagado de imperfecciones.