Vélez llegó abajo en la consideración popular a la finalísima del Clausura. Es que la estética del Globo enamoró el alma de los amantes del fútbol. Pero El Fortín no sólo es un equipo práctico.
Porque tuvo a la mejor dupla de centrales del torneo (Dominguez-Otamendi), la inteligencia de Zapata y el ida y vuelta de Papa. Pero Vélez es más. Porque Maxi Moralez desequilibró con su gambeta y ayer se transformó en héroe, porque Hernán Rodrigo López es ese goleador serial que le faltó a Huracán y que le garantizó a los de Liniers varias victorias (aunque en la final haya errado un penal) y porque fue desde el riesgo, y no desde la solidez, que Gareca se animó a enfrentar muchos partidos con tres delanteros netos.
Es equivocado pensar que Vélez es un milagro por el poco tiempo de trabajo que tuvo, porque una institución así da paso a fenómenos de estas características.
Vélez tiene coherencia, estabilidad dirigencial y sumó el aporte del manager Cristian Bassedas, que le permitió obtener buenos refuerzos y armar un estilo rápidamente reconocible. Con esa fórmula eclipsó a todos y volvió a gritar campeón.