Mientras su familia saltaba y se abrazaba en la tribuna, Novak Djokovic se arrodilló y beso el piso azul del Rod Laver Arena, que lo elevó a la gloria. El joven maravilla y el destino se encontraron ayer en Melbourne. Esta vez, levantando una copa de Grand Slam no estaban ni Roger Federer ni Rafael Nadal, protagonistas -uno u otro, o ambos- de todo "Majors" que se haya jugado en los últimos tres años. Esta fue el turno del "tercer hombre", cuyo tenis se metió como una cuña entre los dos dominadores del ranking mundial.
Djokovic es el campeón del Abierto de Australia al superar al francés Jo-Wilfried Tsonga por 4-6, 6-4, 6-3 y 7-6 (7-2), otro actor de la nueva escena tenística mundial, que quiere dejar los papeles de reparto y ser también protagonista principal.
Una derecha ancha de Tsonga determinó el final de un partido de tres horas y seis minutos de duración en el que Djokovic debió luchar no sólo contra el impulsivo y sorprendente francés, sino también sobreponerse a un público mayoritariamente favorable a su rival. "Jo, lo que hiciste es increíble, y deberías estar orgulloso de ti. De haber ganado tú, hubiese sido merecido. Y sé que el público quería que ganaras. Está bien, está bien, de todos modos los sigo queriendo muchachos, no se preocupen", dijo el serbio en la entrega de premios, ganándose por fin el favor de los espectadores.
Djokovic -a sus 20 años- es el campeón más joven en la historia del torneo, se consolida así como número tres del mundo e interrumpe tras tres años, el dominio de Federer y Nadal. El último campeón de Grand Slam con apellido "diferente" había sido el ruso Marat Safin, ganador de Australia 2005. El serbio además, se convirtió en el jugador número 50 de la era profesional del tenis en conquistar un grande y en el primer serbio en lograrlo.
De entrada, "Nole", como lo conocen en su país, quebró a su rival pero enseguida habría sorpresa, porque Tsonga le devolvió la gentileza a Djokovic en el siguiente juego y tomó el control del partido. El serbio estaba claramente nervioso y el francés disfrutaba con ese deje de insolencia que desprenden su juego y sus actitudes en la cancha.
Desde las gradas unos espectadores exhibían una foto de Alí (apodo de Tsonga), y el francés noqueó en el momento justo: volvió a quebrar a Djokovic cuando éste servía 4-5.
Tsonga se llevaba el set y recordaba por momentos a la máquina que aniquiló en semifinales al español Nadal. De cuclillas y apretando el puño, lanzó un grito para alegría de todo el estadio, mientras Djokovic se iba a su silla sin poder creer cómo acababa de entregar el set, el primero que perdía en todo el torneo.
Sin embargo, el serbio tomó el control en el segundo y el tercer set, en buena parte por sus méritos, pero también por fallas del francés -desde hoy 18º jugador del ranking mundial-, que erraba más de lo habitual con su derecha y más de una vez tomaba la decisión errónea a la hora de definir. Más que de físico, Tsonga parecía estar agotado mentalmente.
El cuarto parcial adquirió cierto tinte dramático: saque a saque, llegaron al tie break, en un parcial en el que Djokovic debió ser atendido por calambres. Pero Tsonga, en vez de tomar en cuenta que el físico de Djokovic quizás no resistiría un quinto set, sumó seis errores en la definición, entre ellos una doble falta, y le abrió las puertas de la gloria al serbio.
Superado por la alegría, Djokovic se derrumbó sobre la azul superficie del Rod Laver Arena. Tras un abrazo con Tsonga, saludó a su familia en la primera fila del estadio y volvió a alzar los brazos. Ya había cumplido, ya había llegado a la cita con su destino.