En un duelo de estrellas ganadoras del milenio, con “pan y queso” incluido, Roger Federer y Floyd Mayweather podrían ir para un equipo, Tiger Woods y Michael Schumacher para el otro. Dueños sin discusión en sus deportes y con la chapa de indestructibles, es el tiempo de agregarles figuras de disciplinas colectivas. Y no es exagerado decir que Emanuel Ginóbili tiene que estar.
Lo que logró Manu en la franja 2001-2007 es difícil de empardar. No es el mejor basquetbolista del planeta y tal vez haya 20 ó 30 mejores que él. Pero si la idea es armar un equipo ganador, no hay dudas: el bahiense debe ser elegido.
Eso pensaron en San Antonio cuando lo “manotearon” en el draft de 1999. Ocupaba el puesto ¡57! y hoy, a ocho años de aquella decisión, hay una realidad: ninguno de los 56 ganó tanto como él.
Los texanos, que siempre lo siguieron de cerca, lo dejaron crecer en un básquet al que le dan importancia, pero siempre lo miran de reojo. Y se encontraron con un jugador determinante, que guió a Kinder a un memorable “tri” en el 2001 (Liga, Copa Italia y Euroliga)
Al año siguiente, me-nos coronas, pero un impacto mundial que metió la última cuota de presión para que llegar a la NBA. El 4 de setiembre, Argentina terminó con un invicto de 10 años del Dream Team, Manu fue figura y, en ese instante, se empezó a mirar el básquet FIBA con otros ojos. Después vino la “fatídica” final ante Yugoslavia, pero los muchachos se juraron revancha…
En ese 2002, Ginóbili cerró con otro subcampeonato, en la Euroliga, pero como es un ganador, levantó la Copa Italia.
Con varios trofeos en el bolsillo, se fue al mejor básquet del planeta y demostró que era terrenal. Cumplió con la adaptación, pero dejó una señal: fue el rookie (novato) de marzo 2003. Lo logró en un momento justo, antes de los play offs rumbo a su primera corona. Pasó de jugar 20 a 27 minutos, mejoró en puntos (9,4 a 7,6) rebotes (2,3), robos (1,4 a 1,7)… En pocas palabras demostró que es un jugador de etapas calientes. Un campeón.
Sus números aumentaron en el 2004, aunque esta vez no hubo título. Era el momento de aquella revancha. Argentina estaba con la sangre en el ojo y los Juegos eran el gran objetivo.
El desquite individual de Manu llegó en la fase inicial, con un doble inolvidable. Ya no era Yugoslavia, otra vez dividida, pero varios jugadores serbios fueron testigos de un conversión magistral con la chicharra de fondo. Si hay una jugada que lo transformó en ídolo, esa está entre las tres mejores.
Después fue el tiempo de un torneo magistral, otra victoria ante el Dream Team –a esa altura no era novedad– y una final jugada con dientes apretados ante Italia para subir a lo más alto del podio el 28 de agosto del 2004.
Cualquier deportista, con un anillo NBA, un oro olímpico, más varias conquistas europeas, diría basta. Manu no. Todo lo contrario, porque jugó su mejor temporada en EE. UU. Los puntos se trasformaron en 16 por partido y subieron a 20,8 en postemporada. Tremendos fueron esos play offs de Manu, a tal punto que mereció ser elegido el MVP de la final. El premio fue para Duncan, pero Ginóbili volvió a Argentina con su segundo anillo.
Luego de un año de “descanso” –sin títulos–, la tercera corona llegó en junio pasado. Otra vez en un nivel superlativo, con Fabricio Oberto de socio y en una final sin equivalencias ante Cleveland, el bahiense hizo historia. Festejo menos que en los anteriores y una de sus primeras frases fue: “Tenemos que cumplir dos metas: ser campeones en un año par y dos veces seguidas”. ¿Alguna duda de que es una estrella ganadora?