Nada sorprendente hizo el Etoile Sportive du Sahel para pasar ayer -en modo inesperado, eso sí- a las semifinales del Mundial de clubes. La sorpresa del partido jugado en el Estadio Nacional de Tokio estuvo dada por la actitud de su rival, el Pachuca de México. Igual que (casi) todo el mundo, los mexicanos también creyeron que iban a cumplir un trámite, pero tal credulidad les resultó fatal. Quedaban poco más de cinco minutos cuando el ghanés Moussa Narry remató casi de compromiso desde fuera del área, la pelota se desvió en Leonardo López, descolocó a Miguel Calero y los africanos ganaron 1-0 e hicieron trizas los pronósticos.

Nada hubo en el juego del Etoile que llamara la atención. Tiene bien aceitada la mecánica de la presión y pretendió jugar lejos de su arco, pero en el complemento no lo consiguió y pasó largos ratos apretado en sus últimos metros de cancha. Amine Chermiti, el hombre más adelantado, es también el mejor dotado técnicamente, muestra una interesante relación con la pelota y no tiene complejos para encarar. Mahdi Ben Dhifallah es, por momentos, el otro punta, pero tiene vocación para tirarse muy atrás y en función de armador, no se le notó ningún vuelo imaginativo ni claridad. El arquero Aymen Balbouli es de movimientos poco ortodoxos, pese a lo cual resolvió con eficacia la mayoría de los riesgos que se cernieron sobre él.

A pesar de la resonancia de su triunfo, son muy pocos los argumentos del Etoile Sportive du Sahel. Su clasificación es quizás la mejor noticia que pudo haber recibido Boca. Claro que deberá cuidarse de no cometer el mismo error que Pachuca.