Camilo Soto llegó a lo más alto del voley nacional, integró la selección argentina y hasta se atrevió a la aventura de jugar en equipos de Finlandia y Turquía. Pero, más allá de los saltos geográficos que dio con el deporte, nunca se olvidó de su origen: Picún Leufú, la "ciudad del viento". Allí nació y se formó en la disciplina. Siempre bajo la mirada atenta de su padre (el primer jugador en el pueblo) y los gritos de aliento de su madre (la mejor hincha en todos sus partidos en casa)
Al desandar en una entrevista con "Río Negro" su extenso kilometraje por los caminos del voley, Camilo se emociona y destacó que su etapa "más feliz" como deportista la vivió en Picún, el pueblo que se transformó en pequeña ciudad y hoy ronda los 5.000 habitantes. Guiado por los entrenadores José Pavletic en mini, y 'Mike' Agostinelli en mayores, dio 'sus primeros saltos'. "Fue la época más linda de mi trayectoria. Jugar a ganar, sin presión y con tus amigos. ¿Qué más se puede pedir?".
Pero el voley fue, además, una cuestión de familia. Su papá "importó" la disciplina junto con un grupo de amigos que lo habían practicado en Mendoza. Las circunstancias de la vida hicieron que a comienzos de los '80 recalaran en Picún. Y así se fue cocinando esta historia, de la que surgió Camilo.
"Crecí practicando con mi viejo y con mi hermano Luis Angel. Tenía siete años cuando empecé. Recuerdo que esperaba la salida de la escuela para ir a entrenar. Los chicos teníamos pocas actividades, no había joda ni boliche... y el voley vino a llenar ese vacío".
En sus inicios, con contextura delgada, sabía que lo suyo en el equipo no sería el remate para definir los puntos sino el armado.
Recién a los 15 años pudo practicar en un gimnasio cerrado, cuyo piso construyó junto a sus compañeros. Antes lo hacía sobre playones de cemento, a la buena del viento. (Vale aquí una aclaración: cualquier lector que haya practicado o practique voley puede imaginarse las extrañas figuras que realiza la pelota cuando sopla fuerte). Pero nada mejor que un hombre forjado en la "ciudad del viento" para describir la complicada situación. "Si era liviano jugábamos partidos con los chicos. Si era fuerte, guardábamos la pelota y hacíamos físico", cuenta Soto.
El hoy armador y estratega de Gigantes del Sur no se olvida de las "palizas" que recibió el equipo de su padre en Picún, en las primeras incursiones en los torneos de la provincia. Cuando Camilo tomó la posta, la situación ya estaba consolidada.
Ubicar el voley de la ciudad en un sitial de privilegio fue un logro que se dio en base a esfuerzos compartidos y tesón. Soto recuerda que salían a lavar autos por el pueblo para juntar fondos. "Era para la nafta de la camioneta o el camión en que viajábamos a los torneos. Tirábamos unas colchonetas, poníamos toldos y salíamos. La consigna era competir".
Bajo ese lema, y tras varios años de trabajo y apoyo de la provincia, el equipo de Picún Leufú jugó la Liga Nacional y llegó a las semifinales en el '92, conducido por Young Wan Sohn, el coreano que le dio un gran impulso al voley argentino.
Precavido, y pese al constante apoyo familiar, tuvo que tomar recaudos para el futuro. Vivir del voley le parecía casi imposible. Años más tarde, mientras participaba en la Liga Nacional con el equipo de Azul (Buenos Aires), hizo el profesorado de Educación Física y enseñó el deporte a los más chicos.
Hoy, con tres años consecutivos como profesional, y en los que solo debe pensar en jugar sin añadir un esfuerzo extra, Camilo pisa el freno y rememora aquellas viejas épocas. Cómo fueron sus orígenes y la enseñanza que esa etapa le dejó: "En Picún aprendí que se puede llegar y que nunca hay que perder los sueños". (J. L. D.)