La frase de Manuel Pellegrini tal vez apuntaba a establecer un nivel de cortesía y de cierta intelectualidad a su discurso público. Recordémosla: "Yo tengo una obligación estética con el juego". La réplica a esta suerte de máxima deportiva, y por qué no, artística, vino en forma de bofetada desde Italia y de labios de Fabio Capello en una entrevista con el editor de deportes de "El País", Santiago Segurola: "¿Quién es ese Pellegrini? ¿De qué obligación estética habla? Yo la única obligación que tengo es la de ganar". Dicho pero no hecho por parte de ninguno de los protagonistas de este diálogo socrático.
Dos años después de las declaraciones, Capello pasa por un medriocre trance en el Real Madrid, en tanto que Pellegrini, arrastra con un Villarreal que parece lejos de encontrar la luz al final del túnel. Por si quedara algo para el postre, ambos juegan mal, pésimo, horrible.
En términos concretos la obligación de ganar tiene tan poco asidero como la obligación de plantear un juego que semeje al ballet del Bolshoi. Ambas son expresiones de deseo con tinte político. Besos para la hinchada.
En principio, la frase de Capello conlleva una disquisición: los equipos, como las personas, no pueden predecir los caprichos del futuro, de modo que tampoco están en condiciones de imponerse a sí mismos la decisión del triunfo aunque sí "deben" (entre comillas y subrayado) comprometerse a intentarlo. Con respecto al juego brillante y floreado, tampoco se deberían establecer reglas distintas para tal propósito puesto que el juego es primero un deporte y después una manifestación coordinada de los movimiento más íntimos del jugador: la pelota debe ir al fondo de la red y el jugador lo sabe, si es con paso de elefante o de gacela, es otro asunto.
Paradójicamente, Pellegrini ha resignado, por una serie de cuestiones que no han salido a la superficie, en las últimas cinco fechas a su jugador más talentoso, Juan Román Riquelme, el que mejor conoce los sortilegios de la pelota y el que más brillo estético posee (si es que es esta la vital obligación del ingeniero). En tanto, Capello ha optado por un conjunto de figuras de reconocido talento y consabida elegancia con el fin de plantar un equipo competitivo.
Ninguno de los dos directores técnicos consiguió hasta ahora el objeto de sus insomnios: el Villarreal ya no gana ni dibuja laberintos imposibles para el rival en cada uno de sus partidos; y el Real Madrid, no gana ni de un modo, por voluntad y presencia, ni de otro, táctica y estrategia.
Para colmo de males, y ésta quizás sea la verdad que se esconde detrás de tanta derrota, ninguno de los dos entrenadores recibido en el camerino con vítores y a los besos.