Es imposible abstraerse de la nostalgia y las reminiscencias del pasado. Revivir los mejores momentos de México ´86 y contrastarlos con los primeros de Sudáfrica. Hacerlo genera una inmediata sonrisa. Porque el sábado, Lionel Messi tuvo momentos maradonianos. Del mejor Maradona. Pero a no confundirse, porque este equipo no es como aquel que dio la vuelta olímpica en el Estadio Azteca. Y Diego Armando tampoco es Bilardo.
Más allá de los ataques desde el núcleo de Alfio Basile, hablando de conspiraciones y otras yerbas, lo único cierto es que Maradona es hijo de la urgencia. Que es un DT con escasísimo rodaje en el oficio y que llega a la cita máxima bañado en críticas y planteos. También es cierto que, aunque apresurada, esta chance le iba a llegar dada su emblemática figura con la albiceleste.
Bilardo, el último DT campeón del mundo, llegó al seleccionado tras una destacada trayectoria en Estudiantes, fue duramente criticado, casi echado por el gobierno de Raúl Alfonsín y se consagró campeón con un conjunto versátil y utilitario, que sabía mantener a salvo su arco (no le marcaron en tres cotejos), se negaba a jugar con delanteros netos y contaba con la frutilla del postre: el mejor jugador del mundo. Al 11 de Maradona le falta rodaje, suena más endeble de Mascherano para abajo pero cuenta con más variantes de Messi hacia arriba. Además, este Lionel llega mucho mejor que aquel Diego Armando y ante Nigeria demostró que se banca el liderazgo.
Bilardo se equivocó poco y nada durante aquella conquista y ese fue un factor determinante. Maradona tiene ahora tres días para solucionar algunos cables cortados que alteraron el circuito de juego.
Desde ya, se sabe que el entrenador y sus laderos recién están cursando sus primeras materias en el arte de la dirección técnica, y ya han dado muestras de que está haciendo su camino en este aprendizaje a máximo velocidad.
Un juego arriesgado, una apuesta por demás fuerte. Maradona metió mano en el equipo y Argentina no fue ni por asomo aquella que ganó sus últimos dos partido importantes, contra Uruguay en Montevideo y frente a Alemania en Munich. Ahora el DT eligió provocar el error del rival y no esperarlo, y por eso mandó a la cancha a Tevez en lugar de Otamendi.
Su jugada surtió un efecto doble y contrario: el seleccionado generó nada menos que 11 situaciones claras de gol y Messi tuvo la compañía que pedía a gritos, pero el equipo perdió esa sensación de defensa granítica que había mostrado ante charrúas y germanos. Los ajustes se imponen porque el seleccionado no necesita sufrir atrás para gozar adelante. Quedó claro que Jonás Gutiérrez debe jugar más arriba, que el lateral derecho lo tiene que ocupar un defensor y que a Di María hay que generarle las condiciones para darle recorrido y no dejarlo sin alas. Maradona no hizo cambios tácticos cuando el partido los reclamaba y el ingreso de Burdisso apareció tarde. Ahí debe surgir la mano del DT. Ahí será clave.