Grosso tomó carrera. Pateó y desató la fiesta. Todos corrieron para abrazarlo al lateral, otros se dejaron caer sobre el césped, Mauro Camoranesi no lo podía creer... Entonces hubo una ronda, porque las promesas se cumplen. Y en medio de la confusión, con todos sus compañeros borrachos de júbilo, alguien (quizá haya sido el mismo) sacó una tijera y dejó sin cola de caballo al tandilense. Camoranesi tenía la risa petrificada en el rostro. Nada le importaba. El único argentino que se dio el lujo de salir campeón del mundo estaba sumergido en un océano de gloria. Ya con la consagración metida en su cuerpo, dijo que Italia era la nueva poseedora de la Copa por la "unión" y la "sinceridad" que mostró. No tuvo un partido destacado en la final, es cierto, pero dejó la impronta argentina marcada a fuego. Como también lo hizo Horacio Elizondo, protagonista excluyente del partido más importante de los últimos cuatro años. El colegiado argentino cobró bien un penal de Materazzi sobre Malouda, que Zinedine Zidane ejecutó en forma exquisita. Y en el minuto 110 cerró la carrera de Zizou expulsándolo tras una agresión. Elizondo mostró su temple y sacó un gran aprobado. ¿Será su último juego? |