Italia-Alemania fue una gran semifinal, uno de los mejores partidos del torneo. Alemania podría haber seguido adelante, pero los dos goles de Italia en el cierre fueron merecidos. El equipo de Marcello Lippi, con su fútbol de ajedrecista, es ahora leve favorito. La victoria de Francia sobre una agotada Portugal fue justa, aun cuando fuera determinada por un penal. Pero acertar una ante un arquero como Ricardo es ya una obra de arte. Zidane debió ajustar su tiro al milímetro. Permítanme, como jefe del comité organizador, abandonar por un momento la objetividad: me alegré por muchas cosas en este Mundial, pero la forma en que Zidane, a sus 34 años, volcó el juego a su favor tras 20 minutos ante Brasil, con inspiración, fuerza, alegría y magia, fue para mí el punto culminante. Y para Zidane la coronación de su carrera. Y puede ser aún mejor. No sé por qué Brasil fue eliminado. No hubo sudamericanos en semifinales, sólo cuatro europeos, esto es casi una Eurocopa, algo que no es normal. La última vez que sucedió algo así fue en 1982. Es trágico para Ronaldinho y Kaká no haber podido convertirse en héroes porque otros jugadores no estuvieran en forma. El equipo no funcionó. Y los jugadores no estaban pasados de juego, saturados, como hace cuatro años. Zidane -y Luis Figo a sus 33 años- es el mejor ejemplo de que con tres semanas de preparativos se puede llegar a un alto nivel. Mis respetos para ambos. Y también para nuestro entrenador, Jürgen Klinsmann -con el que se dice que no tengo la mejor de las relaciones-. Estuvimos juntos durante tres horas, muy relajados, y hablamos de los buenos viejos tiempos, sobre todo del título de 1990, cuando yo entrenaba al equipo y él era el centrodelantero de la selección. En los octavos de final de aquel Mundial, en el 2-1 ante Holanda, se vio cuánta energía y espíritu de lucha hay en Klinsmann. Qué voluntad tan grande. Y eso se vio ahora en el Mundial. Tuve el honor de estar en 48 partidos, con innumerables viajes en helicóptero en el medio. Me impresionaron muy especialmente los aterrizajes cerca de los estadios mundialistas. Allí había a veces hasta 1.000 personas, y me emocionaba cuando gritaban "Kaiser, Kaiser". Incluso en Gelsenkirchen o Kaiserslautern, donde en mi época de jugador me abucheaban sin piedad. ¿Y por qué "Kaiser" (emperador), si ni siquiera tengo una corona? Desde ahora mismo paso a ser el muy normal Franz Beckenbauer, con mi casa en Kitzbuehel. Mi amigo Pelé me advirtió de que no resistiré mucho antes de buscar una nueva función en el fútbol. Pero esas son sus palabras. Ahora me alegro en especial por la final, espero que sea la coronación de este Mundial, ojalá que con muchos goles. Sí, más goles: eso es lo que le hubiera puesto la corona a este Mundial. |