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Jueves 29 de Junio de 2006
 
 
 
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  OPINION
  Brisa de aire fresco
Una selección que tiene como entrenador a un joven liberal y ecologista como Jürgen Klinsmann, cuyo capitán es un hombre del Este como Michael Ballack y que ha permitido a los alemanes gritar otra vez por su país y agitar banderas nacionales no será una tarea fácil para la Argentina de José Pekerman.
 
 

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Argentina ya sabe eliminar a un organizador de Mundial, como lo hizo con Italia en 1990, pero la terrible presión de aquel momento disminuyó el día clave en el estadio, porque el partido se jugó en el San Paolo, la casa de Diego Maradona. Aquel día no hubo agresión contra Argentina, sólo dolor italiano por la derrota.

El fútbol es deporte número uno y pasión en Alemania. Pero al estilo alemán, que está lejos de ser el italiano. El fútbol alemán, es cierto, registró un escándalo de arbitraje corrupto apenas un año atrás. Pero jamás podría compararse con la vergüenza actual que padece el fútbol italiano, con partidos y campeonatos arreglados. En Italia todo el fútbol es desmesura. En Alemania no.

Alemania es la liga europea con más público en sus estadios, un promedio de 38.191 espectadores por partido, superior a Italia, España e Inglaterra, cuyos clubes, sin embargo, parecen mucho más ricos y tienen más dinero para quedarse con los mejores cracks.

Lo que pocos dicen es que el fútbol alemán tiene una repartición de derechos televisivos mucho más igualitaria (en Italia la diferencia es de 20 a 1), que sus boletos son más baratos que en esos países y que los sectores para que los aficionados puedan permanecer de pie, si así lo quieren, también son mayores.

Los clubes alemanes rechazaron una oferta claramente superior de una cadena de TV porque ese canal atrasaba demasiado el programa con los resúmenes de los partidos. Ese resumen, con los goles y las jugadas claves, se trasmite habitualmente los sábados a las 18.30.

Esa renuncia al dinero desaforado y a no respetar los derechos de los hinchas se ha convertido en moneda corriente en otras Ligas, no sólo europeas, sino también la Argentina. En ese contexto, la selección de Klinsmann representa una brisa de aire fresco. El entrenador lleva a sus jugadores a que aprendan cómo se construye un reloj y practiquen tiro con arco, abre las puertas de la concentración y juega al ataque. Y el capitán no es un energúmeno como Lottar Matthaeus o un grosero como Stefan Effenberg, sino un hombre como Ballack, que dice "gracias" después de firmar un autógrafo.

Se trata de una selección, pues, que exhibe una cara amable, ideal para una Alemania que pretende mostrarse al mundo más sonriente y no tan seria y que, además, busca mostrar un país unido (Ballack es de la Alemania oriental) y que permite agitar banderas nacionales sin culpas ya por el pasado del nazismo.

Por eso, eliminar hoy a Alemania implicará algo más que un resultado deportivo para el país organizador. Pero los alemanes, se sabe, no son tan dramáticos como los italianos. Y, además, son cada vez más los alemanes que aguardan el fin del Mundial para que se termine dentro de los estadios el monopolio de la cerveza estadounidense patrocinadora de la FIFA. Los alemanes quieren volver a disfrutar de sus propias cervezas, que son mucho más ricas.

 

 

 

   

Ezequiel Fernández Moores

   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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