| | El negocio del fútbol necesita de la explosión de jóvenes talentos, de esos púberes que en un pestañear dejan las categorías inferiores para montarse en lujosos automóviles, ocupar las tapas de los mejores medios gráficos y recibir el néctar de los elogios. Pero este negocio se torna más jugoso cuando esos pibes con edad de secundaria se la creen, deciden ser partes del juego, y piden una tajada. Wayne Rooney no será el heredero de Beckham. Desde lo futbolístico porque no hay nada que heredar, ya que el "Búfalo" es más que el volante con apenas un par de años en el primer nivel. Además, Rooney jamás logrará ser el estereotipo "Metrosexual" de un David convertido en la gran síntesis del fútbol: el juego es importante, pero más lo es el negocio. Beckham no insustituible es ataque, menos en defensa; sí es indispensable para elevar la cotización de un club. Ya lo dijo Florentino Pérez alguna vez: él hubiese sido capaz de vender el mismísimo Santiago Bernabeu antes de desprenderse de Beckham. Pero Rooney no es Beckham. Rooney es, ni más ni menos, la aspiración de Inglaterra. De él dependen sus compañeros para obtener la gloria que se escurre desde 1966. De él depende Eriksson para no caer en la ciénaga de las críticas despiadadas. Eso lo lleva a tener impunidad total. Desde salir con muchas prostitutas hasta despotricar ante el mundo por ser reemplazado. Las comparaciones ya son moneda corriente en la vida de este Rooney. "Su impacto en un torneo internacional es comparable al de Pelé en el Mundial de Suecia", bramó el mismísimo Eriksson. Rooney es ni más ni menos que esto: control, gambeta, pase preciso, velocidad, agresividad, ambición, vanidad egoísmo y... mucha polémica. Ya entró en la historia, porque es el más joven en debutar en la liga inglesa (16 años) y el de menor edad en ser convocado a la selección, en marcar un gol para Inglaterra y el goleador más joven en una instancia final de la Eurocopa (la 2004, dos tantos frente a Suiza). Ahora buscará quedar en la historia que jamás se olvidará. |
