| El sábado por la mañana, levanté la persiana de mi habitación, enrollé la soga en la manija de la ventana y vi a la gente entusiasmada, con banderas, cornetas, las caras pintadas. Y me decidí a embadurnar mi rostro con los colores de nuestra enseña patria para afrontar el decisivo choque de octavos contra México. Mala jugada. La pintura sintética para exteriores desembocó en una irritación en la dermis que todavía me produce espasmos repentinos. Un efecto potenciado porque, previsor ante la posibilidad de llegar al 9 de julio aún en carrera, antes me había dado una mano de antióxido en la zona. Minuto 1: las curaciones en el hospital Eva Perón (1) surten efecto. Dejo el citado nosocomio con ardor y preocupante tonalidad rojiza en mis cachetes, orientada hacia los berris. Minuto 23: bajo del 78 (2) en Chacarita. Trepo al 42. Me espera el Flaco Humoller en un bar de José María Moreno y Rivadavia.Minuto 38: no hay tránsito en Buenos Aires. Llegó al bar -ya no es El Esternón, porque lo cerró la Organización Mundial de la Salud- en un santiamén. El flaco me informa que estamos empatando 1-1. Minuto 43: la pelota pasa por debajo del botín de Heinze en la puerta del área. Capitaliza José Francisco Fonseca, pero el Gringo corta el peligro de raíz con una tijera. Los mexicanos piden roja. Yo pido mi segundo platito de maníes. Ninguno de los dos pedidos prospera. Minuto 75: ingresan Aimar y Tevez. Minuto 84: ingresa Messi por Saviola. Minuto 89: baja un murmullo que va in crescendo. Ingresa el misionero Noremberg, que mete de contrabando al bar su ya famoso pionono agridulce. Minuto 98: furibundo remate de Maxi Rodríguez. Inútil estirada de Sánchez. Nunca confíen en un arquero de nombre Oswaldo. Minuto 121: el suizo Busacca pita el final. Noremberg pita un Kent. Yo busco mis Oxibitué sin éxito. Me asombró observar la cobertura post partido de Canal 13, con cuatro móviles: Córdoba, Mar del Plata, Rosario y el Obelisco. Me pregunté qué habría pasado si Argentina quedaba eliminada a manos de los aztecas. Un productor amigo me lo confirmó: "Para La Feliz había preparada una nota exclusiva en la fábrica de lobos que cambian de color cuando varía la humedad ambiente. En Rosario teníamos la detención del Sátiro del destornillador. Y en Córdoba, la grabación del disco número 136 de la Mona Jiménez". ¿Y en el Obelisco?. "Todo controlado", canchereó. Sabíamos que Castells cortaría la 9 de Julio y pediría la clausura de un local que vende tacos y enchiladas, y la entrega de 10.000 porciones de pollo con mole para un comedor que piensa inaugurar en Nordelta. Me fui volando porque la verdad es que el alargue me complicó la vida. Yo debía ser padrino en la boda de la hija del Flaco Rifourcat y como no pude pasar por mi casa, tuve que ir con una camisa y los vaqueros nevados. También conspiró contra mi compromiso con el Flaco la amplia gama de festejos posibles. Aleccionado sobre lo nocivo de la pintura sintética y el antióxido, opté por desplegar una inmensa bandera sobre el techo de mi Dodge 1500, aprisionada con las cuatro puertas. El aire embolsó la bandera y aminoró sensiblemente el andar del Dodge a GNC, y sentí que por instantes una ráfaga cruzada lo levantaba del suelo, como quien practica parasailing en Punta Cana (3). Seguí en taxi. (1) Antes era el Castex. Como no podía manejar por el dolor, me costó llegar con el taxi porque el chofer no sabía del cambio de nomenclatura. (2) Cartel rojo. (3) Lo vi en el programa de Marley, que es igual a Peter Crouch, el lungo delantero de Inglaterra. |