| El cargador de la notebook dejó de funcionar una tarde. Las barreras del idioma transformaron el traspié en algo demasiado conflictivo. Resultaba imposible abordar detalles técnicos como amperes y voltios en una lengua que no se domina. Mariano Blanco, un periodista correntino, me contó que en "La embajada de los aficionados" había gente muy predispuesta a ayudar. Allí, Felipe alemán con padres españoles resolvió el asunto en menos de media hora. Al día siguiente, en la noche que Alemania venció a Costa Rica en el debut, el mismo maldito cargador quedó, indeseadamente, en el centro de prensa del estadio de Munich. Una vez en la estación central tuve que regresar al estadio. Mis expectativas tenían la altura de un bonsai. Sin embargo, seis horas más tarde el cargador permanecía en el mismo lugar. Al día siguiente, me olvidé en un restaurante una revista que contenía anotaciones personales y teléfonos imprescindibles. Involuntariamente fue abandonada en una mesita que estaba sobre la vereda, en medio de una pequeña plaza. Una hora más tarde, al verme de nuevo allí, el dueño del lugar se anticipó: "Esto es suyo amigo". Ya instalado en Nuremberg, la mañana siguiente de haber alquilado un departamento, llama el dueño a mi celular. A la hora siguiente llega a la vivienda con su esposa. Amablemente entrega: planos de la ciudad, los horarios de los trenes y otros medios de transportes, más unas diez páginas impresas con sitios útiles como cibercafés, restaurantes y supermercados. Por estas horas me pregunto: ¿será suerte? ¿O, simplemente, son cosas normales es este país? |