| Cuando el fútbol argentino ya liquidaba sus últimas gotas de oxígeno, apareció un huracán de aire fresco: Lionel Messi. A punto de cumplir 19 años (Rosario, 24-06-87), el pequeño crack es la última gran esperanza, un cartel que comparte, de algún modo, con Sergio Agüero. Pero, a diferencia del Kun, Messi es un futbolista hecho en Europa. Se fue a los 12 años, cuando comenzaba a jugar en las inferiores de Newell's. Con su familia se instaló en Barcelona y en el Barcelona, donde trasladó su potrero, lo potenció y se transformó, sin que nadie siquiera lo imaginara, en el futbolista más importante de los próximos quince años y, potencialmente, en compañero de Diego Maradona en el altar futbolero de los dioses de la redonda. Messi es extraordinario en varios aspectos. Hace un año atrás nadie contaba con él y hoy es indispensable. Nunca un futbolista que apenas suma un puñado de meses como profesional fue considerado una figura de un Mundial. Y lo más extraordinario: el fútbol argentino encontró a su heredero lejos de sus potreros. Lo encontró en un futbolista genial, pero que se fue a los 12 años, casi no hizo inferiores en el país, nadie lo vio hacerse jugador, nunca jugó en clubes de Argentina y probablemente nunca lo haga. Aún así, Messi es nuestro espejo futbolístico y en él nos miramos... y nos reconocemos. |