| Faltan seis horas para que comience el Mundial. El sol obsequia la mejor tarde de los últimos diez días en Alemania. La calles de Munich están desbordadas. Alemanes, croatas, ingleses, brasileños, argentinos, costarricenses, ecuatorianos, chinos, mexicanos, holandeses, japoneses... Todas las nacionalidades atraídas por la pasión redonda. Todos quieren estar presentes en el partido inaugural. La entradas ya están agotadas. Pero siempre queda latente la esperanza que milagrosamente aparezca un lugar. Por eso, aunque los organizadores anuncian oficialmente que ya no hay espacio para nadie y, ademas, que la reventa no funcionará, los hinchas no se resignan. Por eso se acercan al estadio donde Alemania y Costa Rica darán inicio a la Copa del Mundo. Desde la estación de tren hasta la puerta del estadio, durante unas cinco cuadras, los hinchas esperan su milagro. Con carteles en la mano, imploran: "I want a ticket". O preguntan, murmurando, si alguien vende su entrada. Lo locura invade el escenario. La entrada que originalmente costaba 50 euros supera -sin esfuerzo- los 300 euros. Michael Frinker tiene el cabello rubio y largo. Una camiseta de la Selección Argentina y rasgos alemanes. La escena es tan confusa como su español. "Muchas veces en Argentina, mi corazón argentino", suelta. Es uno de cientos que apuestan a conseguir una ubicación. Unos cuantos lo conseguirán. Minutos mas tarde, en el centro de prensa del estadio, los periodistas se amontonan para retirar su ticket de ingreso. Y otros intentan sorprender a cualquier desprevenido que lo deje sobre algún escritorio. Distraerse puede dejar a uno sin butaca en la tribuna. En un momento, un morocho se agacha para levantar un ticket del suelo. Una de las voluntarias que trabaja de soporte para la FIFA interviene y toma la entrada. "Señor, señor, su ticket!", grita, con tono desesperado, mientras corre al croata que había dejado caer su entrada sin darse cuenta. El morocho, sin decir palabra, vuelve a mirar al suelo y permanece al acecho. |