El tiempo es un abrojo. En sus púas van quedando prendidas tristezas y alegrías. En los 50 años de vida petrolera Catriel cosechó euforias que fueron a la alforja donde escondió algún llanto. A la algarabía de aquellos que el primer pozo bautizó con petróleo le siguieron suspiros de las horas tranquilas. Eso minutos largos añorando las risas de los hijos en las cuatro paredes de esos pabellones poblados de murmullos.
Tal vez ese clamor con que habla el espíritu logró que se soltara un milagro y se hiciera posible traer a la familia, y dejar de extrañarse. Comenzar lentamente a echar raíces en este pueblo que, recostado en el río, jugaba levantando remolinos de arena.
Cadenas de minutos que arrastraron los años. Caprichos del destino que dibujó caminos al lomo del desierto. Polvillo que se alzaba desde la huella mansa. Y poco a poco el desierto fue un muestrario de colores de piel, de modismo y tonada. Costó secar las lágrimas cuando ardió el colectivo. El fuego traicionero se llevó muchas vidas de obreros que soñaban transitar la vejez en esta aldea que empezaba a pintarle algún verde a este hosco desierto. Los que son de Catriel -los que eligieron- pagaron ese duro derecho a la pertenencia. Es que las risas suelen olvidarse, pero los afectos que se llevó el destino son el vínculo que invita a quedarse.
Aparecían las canas al mismo ritmo que sumaban guanacos las empresas. Y los hijos vinieron sin saber de las añoranzas de sus progenitores. Vinieron para ser, para ayudar a fundar una patria, y comenzaron a amarla.
Catriel fue petrolero, es petrolero. Los que son de aquí seguirán petroleros aún cuando los "guanacos" se duerman para siempre. Porque la identidad es pariente lejana del recurso económico. Petrolero es la forma de pararse en el campo, la camaradería, la risa por momentos grotesca por lo exagerada, esa ausencia de palabras cuando esa criatura que dormía en los brazos despierta y sorprende ya crecida y con novio. ¿Quién acelera el tiempo? ¿Por qué vienen las canas si el corazón no deja de ser adolescente? Menos mal que está el nieto.
Es el campo. Es el tiempo que se escurre entre picadas pobladas de "serruchos". Es tal vez un castigo por dormirse en el viaje de casa al yacimiento. Alguien adelanta el reloj, chiste de compañeros.
Cómo ha pasado el tiempo. Algunos, los primeros que le pusieron mameluco a la historia hace hoy 50 años, andan ahí, en el cielo que se rasca en el piso de enganche. Ellos son los que a veces se esconden en las nubes y purgan de sus almas las sobras de esperanza, mientras desde acá abajo, distraídos, ni cuenta nos damos y pensamos que llueve.