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Jueves 13 de Diciembre de 2007
 
 
 
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  24 horas en un yacimiento petrolero
Para que el combustible llegue a los surtidores, miles de personas trabajan en una industria que nunca se detiene. Recorrimos Puesto Hernández para conocer aún más los personajes de un mundo que parece irreal.
 
 

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Daniela está sentada sobre 45 toneladas y un millón de dólares. Eso pesa y eso vale la retroexcavadora más poderosa del mercado, la Caterpiller D8T, que ahora avanza y retrocede con furia y un sonido de estruendo en medio de la nada, sobre una solitaria loma del Yacimiento Chihuido de la Sierra Negra, en el corazón de ese territorio bendecido con la riqueza de su subsuelo donde miles de hombres, un puñado de mujeres y cientos de equipos automatizados buscan y extraen durante las 24 horas lo que hace funcionar el mundo a 95 dólares el barril: un fabuloso negocio llamado petróleo.
Es una radiante mañana de diciembre y Daniela Santana baja de la imponente mole amarilla, en medio de las ráfagas de viento que traen tierra y arena y un sol que pega duro. Apenas un año atrás era fichera en el casino, andaba con tacos, mini negra, camisa blanca y tenía un sueldo de 900 pesos. Ahora viste pantalón y camisa de jean, calza borceguíes, usa el casco rojo y las gafas negras reglamentarias y cobra, con 25 años, 4.800 pesos al mes.
Ella es topadorista. Abre caminos, genera el espacio para piletas de saneamiento, prepara el terreno para las cañerías y los pozos. Luego sus compañeros perforan en procura del oro negro.
–Me dieron la máquina más áspera –dice Daniela y sonríe–. Antes manejaba una más chica. Ya la sentía mía: tenía un cajita con mis cosas y perfume de mujer. A la D8T hay que tenerle paciencia: te golpeás mucho, lo sentís en los riñones. A veces hay que ponerla a pique, la clavo y quedo casi de frente al piso. Igual no me quejo: me gusta mi trabajo. Quería laburar y acá estoy...
–¿Y cómo llegaste acá?
–Vi un aviso en el “Río Negro” y salí volando a presentarme. Fueron tres meses de capacitación y quedé. Después vino lo más difícil: el campo, trabajar con las distintas máquinas.
–¿Qué tal la convivencia con los hombres?
–...al comienzo fue difícil. Ahora es algo natural. Pero fue un desafío: fui una de las primeras. A los hombres los fueron concientizando...

Daniela es madre soltera y vive en Rincón de los Sauces, la ciudad de unos 35.000 habitantes que se expande a ritmo vertiginoso de la mano de la actividad petrolera en el límite con Mendoza, de este lado del río Colorado. Karen, su hija de cinco años, va al jardín y está al cuidado de su abuela Susana mientras mamá está fuera de casa. Eso ocurre entre las 6:30 y las 20 durante doce días, seguidos por cuatro de franco, en la jerga un 12 x 4. Una Van con aire acondicionado, butacas reclinables y DVD la pasa a buscar por su casa, la traslada 20 kilómetros junto a otros petroleros hasta Puesto Hernández y la lleva de regreso al final del día.
–¿Qué pensaste cuando viste tu primer sueldo?
–Que era un montón de plata. Que me la había ganado. Y que este laburo no me lo podía perder.

OTRO PLANETA

En Puesto Hernández hay unas dos mil camionetas 4x4 que serpentean por caminos de tierra con lomas y bajadas pronunciadas a una velocidad máxima de 40 km/h.
Podés recorrer varios kilómetros con la sensación de que atravesás un desierto, pero de repente te cruzás con gigantescos tanques, cientos de cigüeñas extractoras de crudo, estaciones de acumulación intermedia denominadas baterías , topadoras y retroexcavadoras esparcidas, decenas de instalaciones fijas y móviles, cartelitos que indican las locaciones y grupos de petroleros con mameluco azul y casco amarillo con salarios que en promedio superan los siete mil pesos.
Ahora disfrutan de los sueldos más envidiados del país, pero 10 años atrás tenían las cuentas en rojo. Muchos ganaban unos 700 pesos al mes (la mitad en negro) y en vez de confortables trafic de última generación iban a trabajar apretados en las cajas de los camiones como si fueran a jugar un partido de fútbol en las chacras.
Pero se viven otros tiempos y Carlos “Colo” Zárate (30) y Daniel “Peludo” García (33) –ambos de Cutral Co, operadores y encargados de turno de Puesto Hernández Repsol YPF, la planta petrolera más grande de Sudamérica– lo saben bien.
–El 9 de septiembre de 1999 fuimos al paro y ahí empezó a cambiar la historia –dice García mientras mira el monitor de la PC con la información del estado de cada uno de los enormes tanques que rodean a la luminosa oficina central, que en conjunto pueden almacenar 70.000 metros cúbicos. De todos modos, como desconfían de los sensores que envían la información a las computadoras, cada cuatro horas hacen mediciones manuales.
–Lo hacemos con máscaras detectoras de ácido sulfhídrico por el famoso olor a huevo podrido –explica Suárez mientras recorre la planta con “Río Negro”.
–¿Cómo el olor que se siente ahora?
–¿Vos sentís algo? Nosotros ni lo percibimos, ya nos acostumbramos.
En esta planta deshidratadora confluye toda la producción de Repsol YPF en la zona. Aquí el petróleo es separado del agua y sale listo para la venta en un oleoducto de 26 pulgadas rumbo a Luján de Cuyo y Oldelval. Hacia ambos destinos son bombeados cada día nada menos que alrededor de 14.000 metros cúbicos, es decir 14 millones de litros de combustible.
–Lo calentamos a 49ºC en los hornos. Después, en el oleoducto la temperatura desciende a entre 34 y 36ºC. Con el frío el combustible se pone pesado. En invierno, con 12ºC bajo cero y cañerías que se parten, las cosas se complican- agrega Suárez. Aquí trabajan divididos en turnos de 7 a 19 y de 19 a 7, diez días seguidos por cinco de franco.
–En esos cinco días aprovecho para ir a ver a mis dos hijos a Cutral Co. Y cuando charlo y juego con ellos me doy cuenta de que acá... acá uno se embrutece. Che, ¿qué van a hacer a la noche? ¿Por qué no se vienen a casa comer un chivito...? –invita García.

EL PERFORADOR

A unos 10 kilómetros de allí, en un campamento montado para perforar 1.175 metros la tierra, Héctor Cortez (34) está a punto de terminar su trabajo. Es el maquinista del grupo encargado de llegar hasta el punto justo que indicó el estudio sismográfico.
 Los muchachos están contentos porque van más rápido que los viejos del pozo más cercano, a unos 500 metros, que para colmo es de otra empresa. Lo de viejos no es peyorativo, es un mote que viene de la época de YPF y pasó de generación en generación para referirse a los compañeros, aunque el promedio de edad bajó en forma notable y ahora el grueso de los trabajadores tiene entre 20 y 35 años.
Héctor Cortez está cansado, con el mameluco azul, las botas, el casco y los guantes manchados por el fango. El trépano de casi 30 centímetros de diámetro ya llegó hasta los 1.175 metros, siete días después de iniciada la tarea. Eso significa que pronto habrá que desmontar el campamento y volver a empezar el ciclo en otro lado. Hay cinco tráileres, comedor, baño, lockers, laboratorio para los primeros testeos, potente iluminación nocturna, tevé satelital y una antena parabólica para las comunicaciones telefónicas.
–Después de nosotros vienen los compañeros de Terminación, los que hacen surgir el petróleo –cuenta Héctor, que con 10 años de antiguedad gana cerca  de 7.000 pesos  y trabaja 12 horas por día, 14 x 7–. También es de Cutral Co y tiene tres hijos: Iván (12), Walter (11) y Yésica (9).
–¿A los chicos les gusta tu trabajo?
–No.
–¿Por qué?
–Estoy poco con ellos. Siempre me llaman y me preguntan cuándo voy.

Si en la geografía de la zona hay miles de cañerías, esa es la responsabilidad de Montaje. En Puesto Molina tres operarios con sueldos cercanos a los 6.000 pesos trabajan rodeados de metal, herramientas y soldadoras.  
–Hoy estamos acá, pero mañana nos puede tocar cualquier lugar del campo donde sea necesario que el petróleo entre a las baterías –cuenta el cañista Miguel Vizcaíno (39), un mendocino que vino a buscar trabajo hace 15 años y acá se quedó.
–Llevamos dos años juntos y somos un equipo –dice el amolador Francisco González (35) , de Catriel, que vivió dos años solo en un hotel hasta que pudo traer a su mujer y sus dos hijos. 
–Como una familia –agrega el más joven del grupo, el soldador Fabián Novoa (20), que tiene una hija, nació en Rincón y aprendió de su padre los trucos del oficio.
–¿Y cómo es el trabajo?
–Lindo. Lo que hacés lo ves –responde Miguel mientras muestra las fotos de sus últimos trabajos en su celular–. Mirá, por estas estructuras circula petróleo, gas y agua. Pero también es duro.
–Nunca se detiene. Con sol o con frío. Esto no puede parar –comenta Francisco.
–Agarrás la mochila y salís. Pero mirá en qué venís– aporta Fabián y señala una Van reluciente estacionada a unos diez metros.
–Tenemos los sueldos, las viandas, los tickets, el transporte. Pero no fue fácil: hubo mucha lucha, paros y asambleas para conseguirlo –dice Francisco.
Los tres posan para el fotógrafo parados delante de una de las máquinas. Pronto se suman a la escena todos los trabajadores del Puesto.
–Mirá, mirá cómo se cuelgan de nuestra fama. Che, paren que no somos las tetas de Moria... –bromea Miguel. Hay carcajadas, abrazos y fuertes apretones de mano en la despedida. Si alguna vez te toca darle la mano a 15 petroleros encarale fuerte, porque si vas despacito al apretón vas a sentir las consecuencias.
Cerca de allí, una de las estructuras más grandes de la región alberga a la Planta de Inyección de Agua de Chihuido. En el interior de la oficina central, Sandra Sandoval (38) observa con atención su monitor con toda la información del estado de los tanques. Es la única mujer del grupo.
–Nuestra función es inyectar agua en distintas capas para levantar el nivel del petróleo . Es lo que se llama recuperación secundaria. Bombeamos 89.000 metros cúbicos por día con líneas de presión de 76 kilos por centímetro cúbico y de 114 kilos por centímetro cúbico –informa. Vive en Rincón con su marido Mauricio, también petrolero, y sus hijos Carla (11), Exequiel (5) y Tobías (3). 
–¿Y cómo te va rodeada de hombres?
–Me siento uno más...

UN CAMBIO VENTAJOSO

A unos cinco kilómetros , en el control de ingreso y salida al Acueducto Chihuido , Marcelo Licantrica –(34), casado, un hijo– y Adolfo Rodríguez –soltero, un hijo– son los encargados de dejar pasar a los empleados y visitantes. Su puesto es una garita con aire acondicionado, heladera y ducha en medio del campo, una barrera a la izquierda y otra a la derecha. Marcelo es salteño, técnico químico y hace cuatro años dejó su provincia y recorrió 2.500 km hacia el sur con la esperanza de vivir mejor. “Pero como no conseguía nada en lo mío porque en todos lados me decían que no tenía experiencia, al final entré en una agencia de seguridad”, cuenta. Adolfo es de Roca y lleva cinco años en el rubro.
La vida de ambos dio un vuelco el 1 de abril, cuando pasaron a integrar el poderoso gremio petrolero. Entre otras cosas, por el sueldo: pasaron de un salario de 1.300 pesos a otro de 3.500 más 1.700 de tickets.
–Y a eso sumale la obra social, el camping, la clínica. Es lo que yo llamo un cambio rotundo –señala Marcelo y sale de la garita porque se acerca una camioneta blanca que levanta una estela de polvo.

La recorrida continúa en la Base de Operaciones Chihuido de la Sierra Grande, erigida sobre una loma y con visión panorámica de la zona. A la izquierda, las oficinas de los gerentes de Repsol YPF. En el medio, un amplio estacionamiento que parece una concesionaria de camionetas 4x4. A la derecha, el amplio comedor inaugurado en setiembre. Desde sus grandes ventanales se observa la planta termoeléctrica que alimenta a los yacimientos.
Los cocineros –Sara Lorenzo (47), Luisa Rodríguez (57) y Federico Sánchez (27)– y los mozos –Celeste Reta (20) y Alberto Arévalo (29)– ganan 4.500 pesos al mes y también están contentos de pertenecer al sindicato de los petroleros. Se encargan de los desayunos y almuerzos y trabajan 6 x 2, desde las seis de la mañana a las cinco de la tarde. ¿El menú del día? Lo cuenta Sara en la cocina, que podría aparecer sin desentonar en una revista especializada en gastronomía: “Ensalada waldorf, milanesa de soja con anillos de calabaza, peceto al horno con ratatuille de vegetales y, de postre, ensalada de frutas”. Mientras su compañero Alberto pone en su lugar el chaleco y el moño frente al espejo del vestuario, Celeste dice: “Es un lindo laburo”.
Cae la tarde y el viento se vuelve más intenso. En medio de la polvareda, cientos de camionetas y Vans emprenden el regreso a Rincón.
–Y, vieja, ¿cuándo salimos en el diario? –pregunta Adolfo en el control de acceso mientras arrodillado da el ok para el egreso y examina con curiosidad a una gigantesca araña negra muerta que sostiene en su mano derecha y que haría huir al mismísimo Rambo.
En la ruta, los camiones se suman a las caravanas de petroleros. A esta hora la ciudad pierde su calma y se vuelve bulliciosa. Vehículos todo terreno y trafics la recorren palmo a palmo para dejan en casa a los petroleros que terminaron el turno.
Uno de ellos es Miguel Vizcaíno, el cañista que exhibía con orgullo en su celular las fotos del trabajo del equipo. Ya se duchó,  invita a pasar y con satisfacción muestra el nuevo ambiente de su casa, que permitirá trasladar el living y ampliar la cocina.
Apenas unos años atrás ganaba 800 pesos al mes y vivía con su mujer Alejandra (30) y Celina (8) la hija mayor, en un viejo trailer de YPF de 12,70 por 3 metros que compró por tres mil pesos. Hoy su ingreso es cercano a los 6.000 pesos. Y la familia se agrandó con la llegada de María Victoria, de un año y medio.
–Hace cuatro años conseguimos 800 pesos y compramos el lote. Le echamos cinco camiones de tierra para levantarlo y nivelarlo. Lumila, la vecina de enfrente, era la única que tenía luz en el barrio y nos dejaba enganchar a los nuevos vecinos y pagábamos la cuenta entre todos. Después vivimos en una prefabricada y te juro que el viento la inflaba. Es impresionante lo que creció Rincón: ahí nomás, pasando la esquina, el año pasado se corría el rally. Ahora hay un montón de casas –cuenta Miguel.
 
ASADO PETROLERO

Ya es de noche y en la vivienda que alquila el “Peludo” García junto a otros tres petroleros el chivito ya está en la parrilla, a fuego lento. Hay dos habitaciones y un baño arriba, y un living y un baño abajo. La tele está sintonizada en un canal de cable deportivo con un especial de Lanús campeón. Pagan  2.400 pesos al mes de alquiler, que dividen en partes iguales. Ellos se encargan de la limpieza y la casa parece estar en orden.
En el fondo, al lado de la parrilla, la radio de una camioneta pasa canciones pegadizas, mientras la cerveza circula en la ronda en torno al fuego: es una noche fresca. Es el momento para escuchar historias. Por ejemplo, la de una pareja integrada por un petrolero de sueldo suculento y una docente que gana 1.200 al mes. En la última gran protesta de los maestros, cuando cortaron la ruta, ella estaba entre los piqueteros, y él entre los que no podían pasar para ir a trabajar.
Otras refieren con admiración a Guillermo Pereyra, el líder sindical de los petroleros. Cuentan que hace poco, en un conflicto en el sector Destilería, Pereyra se puso duro y abandonó la mesa de negociación en Buenos Aires. Enseguida discó el celular de uno de los delegados.
–Corten Producción –ordenó–.
–Pero Guillermo, el problema es en Destilería...
–Ustedes corten Producción.
La empresa vinculada con la protesta había enviado refuerzos a Destilería, previendo que allí se produciría el paro. Por eso la medida en Producción los agarró con la guardia baja.
–¿Sabés cómo terminó la historia? A las 12 de la noche lo llamaron a Guillermo y hubo acuerdo –cuenta uno de los petroleros. Y agrega:
–Cuando volvió, Guillermo nos dijo: “Son estrategias, muchachos, son estrategias”.
Siguen cayendo compañeros a la casa y el asador está en problemas porque el chivito ya fue y un perro vagabundo se llevó el matambrito de refuerzo de la parrilla.
Es tiempo de despedida, mientras allá, en el campo, las cuadrillas del turno noche trabajan iluminados por los reflectores y aquí suena la cumbia, pasa la cerveza, sopla el viento, y la vida sigue rodando.

 

   
JAVIER AVENA
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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