En plena pelea con el campo, Néstor Kirchner repetía a sus íntimos: "Esta crisis va a parir a una gran Presidenta". También admitía, precisamente él que no se caracteriza por los buenos modales, que "Cristina debe cambiar la manera de comunicarse. Debe entender - decía - que no es más legisladora, que es la Presidenta y tiene que suavizar sus formas".
Antes de las elecciones de octubre de 2007, también soñaba despierto: "Cristina hará todo lo que yo no pude...relacionarse con el mundo, mejorar la institucionalidad, dialogar con los distintos sectores...".
La realidad fue otra. La agenda quedó entrampada en la confrontación y a partir de marzo de 2008, la dura pelea con las entidades agropecuarias produjo un quiebre en la sociedad: hasta los propios votantes del Frente para la Victoria se le dieron vuelta al gobierno de Cristina.
Recién sobre el final del 2008, tras cumplir un año de mandato, desatado el vendaval financiero internacional, pareció encontrar huellas hacia el rumbo perdido. Viajó al norte de África, se convirtió en una de las garantes de la liberación de Ingrid Betancourt, pisó tierra rusa y se prepara para visitar en los primeros meses de este 2009 Cuba, Venezuela y la India, en este último caso para cerrar acuerdos comerciales.
"La visita a Rusia fue muy importante. Hay que verla moverse entre las primeras figuras. Vladimir Putin le dio un trato de excelencia", señaló una de las personas que la acompaña habitualmente. En Moscú un empresario santafesino pudo vender 70 máquinas agrícolas y "salvó el 2008", agregó la fuente satisfecha por la incipiente apertura mundial, tras años de aislamiento.
En la Cancillería sostienen que esto recién empieza. Expresan que hay que romper la idea de que solo hay amistad con el venezolano Hugo Chávez y que Cristina debe dejar enterrado en el pasado su tinte de legisladora combativa. Hay esfuerzos para mostrarla más amable, más comunicativa y, por sobre todo, más dispuesta a escuchar.
Hay un escollo grande: la notoria influencia de su esposo, el ex presidente Kirchner, en las decisiones de su gobierno. "Lamentablemente, él conduce", reconoce un ministro en medio de los cortocircuitos con el vicepresidente, el radical Julio Cobos. Ese funcionario asegura que Cristina sería mejor presidenta si Néstor "no le estuviera encima".
Reflexiona en voz alta, en riguroso off: "Ella es tan audaz como él. Nadie le desea mal a nadie, pero qué bueno sería que Cristina se separase de Néstor".
Pero en el matrimonio Kirchner, las cosas siempre funcionaron así. Se discute todo y la última palabra la tiene Néstor. Cristina acata. Ella nació a la vida política en Santa Cruz, luego de una discusión: "Lupo quería, siendo intendente de Río Gallegos, que Cristina compitiera para romper el poder que tenía en el peronismo (Arturo) Puricelli y su séquito. La quería como candidata a diputada nacional. Cuando se enteró, Cristina lo puteó en todos los idiomas, porque decía que la estaba mandando al muere...se fue dando un portazo...pero luego no solo fue candidata sino que ganó y los dos pasaron a tener el control del justicialismo de la provincia patagónica".
La anécdota la cuenta un hombre del riñón, que conoce a los Kirchner desde esos tiempos. Néstor siempre ha actuado de "protector" por más que eso le juegue objetivamente en contra a Cristina. Su cometido es, a partir de ahora, mostrarse más cerca de los humildes y los trabajadores y dejar en el ol
vido ciertas actitudes que a su marido le dieron buenos resultados. Por ejemplo, atrás quedó el atril de la Rosada. Se muestra más en actos, recorre las provincias, y hace anuncios desde la quinta de Olivos, con otro marco.
La llegada de Sergio Massa a la jefatura de gabinete la ayudó a desestructurarse. En la misma faena fracasó Alberto Fernández, quien se había convertido últimamente en terapeuta de la pareja. Lo llamaba primero Cristina, y a los cinco minutos. Néstor. En más de una ocasión atendió a los dos al mismo tiempo, tratando de zanjar diferencias o consensuar sobre algún tema
En la madrugada del 17 de julio, Alberto tuvo que usar al máximo su don de persuasión. La presidenta se fue a dormir antes de conocer el voto no positivo de Julio Cobos sobre las retenciones móviles. Kirchner seguía frenéticamente la sesión desde Olivos. Cuando se produjo el desenlace, apagó el televisor y despidió a Alberto con un "luego hablamos". A las 9, Fernández se desayunó con la idea de Kirchner: Cristina debe renunciar. "Nos vamos", sentenció. "A dónde", quiso saber Alberto. "Cristina debe irse porque no consiguió el apoyo y su autoridad va a quedar debilitada". Eso es lo que hubiera hecho Kirchner si era presidente. No hubiese tolerado que el campo, su enemigo ideológico, lo venciera.
Sobrevino un áspero cambio de pareceres - Alberto le decía que estaba equivocado, que pensara en el proyecto y en la gente que lo había acompañado-, hasta que Néstor se encerró con Cristina. Las discu
siones volvieron a ser duras. "Nunca me habías gritado", dijo ella para dar terminado el altercado. Mientras, Alberto llamaba a muchas personalidades -el presidente Lula, de Brasil, entre otras-, para que intercedieran. Sobrevino una jornada de reflexión y Cristina resolvió en soledad, sin el consejo de Kirchner. Al volver de Chaco señaló que no se le cruzaba por la cabeza la idea de dimitir y que ella había mandado la resolución 125 al Congreso sabiendo que podía ganar o perder. Pasó un tiempo breve. Se fue Fernández y llegó Massa, quien puso como condición para asumir que solo hablaría con ella. Tres veces se lo dijo, y ella contestó "por supuesto". Tal vez el joven intendente de Tigre no tuvo en cuenta que estaba frente a un matrimonio civil y político. Cristina ofreció su primer rueda de prensa y no le fue mal. Parecía un cambio importante, pero no la repitió. Es más rencorosa que Néstor y eso la lleva a tomar distancia de los problemas que debe resolver.
El hecho de ser mujer, en un país machista, influye en su carácter. Su actitud, a veces soberbia o demasiado intelectual, molesta, sobre todo a los sectores urbanos, analizó un consultor de primera línea. El primer año de Cristina podría haber sido más productivo si hubiese sepultado el estilo de un luchador callejero de Kirchner, y dejado nacer uno más dialoguista y amable, el suyo. Para este 2009 armó un nutrido calendario para vender mejor a la Argentina en el mundo. Pero todavía no apareció algo nuevo. Para que ello ocurra, inevitablemente, debe perecer lo anterior y eso, por las razones dadas en esta nota, no ocurrirá fácilmente.