Luego de un lustro de crecimiento vigoroso -¡aquellas tasas chinas!- que entre otras cosas permitió a Néstor Kirchner gobernar a su antojo y hasta darse el lujo de regalarle a su esposa la presidencia de la República sin tener que preocuparse por los trámites democráticos habituales, la Argentina se encontró de súbito al borde de una recesión. También se ha transformado el panorama político. A inicios de 2008, Kirchner era el dirigente más popular del país y su esposa ocupaba el segundo lugar, pero en el transcurso del año los dos vieron marchitar los índices de aprobación que los habían acompañado durante tanto tiempo. Huelga decir que la combinación de una economía en apuros con un gobierno apenas tolerado por amplios sectores de la población hará de 2009 un año muy agitado.
Felizmente para la primera pareja, que puede atribuir los problemas económicos nacionales a los errores ajenos, pero desgraciadamente para el país, que cobrará mucho menos por la soja y trigo que exporta, la Argentina dista de ser el único país en crisis. Los integrantes principales del Primer Mundo ya han caído en recesión y pronto los seguirán muchos del Tercero. Aunque en teoría la Argentina debería de estar en condiciones de continuar creciendo, si bien a un ritmo que sea menos frenético que el de los años últimos, porque sus habitantes se han acostumbrado a prescindir del crédito y la economía negra se encargará de las necesidades de la mitad pobre de la población, abundan los pesimistas que dudan de la capacidad de la dirigencia política nacional para amortiguar el impacto de una tormenta mundial cuya violencia ha sorprendido a todos.
El que en un lapso sumamente breve la crisis haya alcanzado dimensiones planetarias sirve de advertencia para quienes tratamos de predecir lo que podría suceder en los doce meses próximos. El año pasado, el que escribe aludió a la probabilidad de que una recesión en Estados Unidos nos privará del "viento de cola", lo que, combinado con los límites inherentes al "modelo productivo", provocaría muchas dificultades, pero no previó que en apenas un par de meses el sistema financiero internacional se derretiría y que se esfumarían todos los bancos de
inversión importantes, llevándose consigo vaya a saber cuántos billones de dólares, una catástrofe que tendría consecuencias nefastas tanto para los países industriales pujantes como para los "emergentes" que, como la Argentina, dependen de la exportación de commodities. Asimismo, nadie, ni siquiera Barack Obama mismo, pudo prever que el sucesor de George W. Bush no será Hillary Clinton sino un senador negro sin ninguna experiencia administrativa.
Aunque por suerte en esta oportunidad la evolución reciente de la Argentina ha sido menos alarmante que la del resto del mundo, no fue posible prever el conflicto del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner con el campo por las malhadadas retenciones móviles o que su forma absurdamente torpe de encararlo le costaría la popularidad que había heredado de su marido, además de un enfrentamiento permanente con el vicepresidente Julio Cobos, aunque sí resultó razonable aventurar que "andando el tiempo podría difundirse la sensación de que buena parte del país ha optado por militar en la oposición". Bien que mal, es lo que sucedería. Por ahora, los Kirchner - mejor dicho, Néstor Kirchner -, están en condiciones de dominar el Congreso que parece haberse arrepentido del gesto de independencia que culminó con el voto "no positivo" de Cobos, pero no hay garantía alguna de que puedan continuar haciéndolo luego de las elecciones legislativas de octubre. Los resultados determinarán no sólo el futuro personal de la presidenta y su cónyuge sino también el destino político del país.
En las horas que siguieron a la derrota en el Senado, el que manda en tales ocasiones, - o sea, el ex presidente -, pensó seriamente que le convendría a su esposa abandonar el poder, acaso con el propósito de recuperarlo por pedido popular en cuanto se hiciera evidente que Cobos sería incapaz de asegurar la gobernabilidad, pero terminó reconociendo que sería mejor intentar adaptarse a la nueva situación. ¿Reaccionaría del mismo modo si las elecciones legislativas son tan desastrosas para sus partidarios como algunos pronostican? Es probable, con la diferencia de que, por ser tan escasas sus posibilidades de recuperarse del golpe asestado, la tentación de regresar a Santa Cruz sería decididamente más fuerte. Así las cosas, en 2009 la incertidumbre política planeará sobre un país ya angustiado por el temor a que la crisis económica resulte ser tan feroz como la de 2002.
En buena lógica, éste no debería ser el caso por ser el estado de las finanzas nacionales decididamente mejor de lo que era cuando la etapa signada por la convertibilidad se aproximaba a su fin. ¿Por qué, pues, son tan pesimistas los observadores externos que el índice riesgo país sigue siendo más alto que los de Ecuador, que acaba de declararse en default, y Venezuela, que ha sido golpeada con crueldad por la caída en picada del precio de su único producto exportable, el crudo? En parte, por el prontuario
económico espeso que la Argentina ha sabido acumular, pero también por la precariedad realmente extraordinaria de las instituciones políticas. Como es notorio, Néstor Kirchner toma todas las decisiones económicas sin consultar con nadie, ni siquiera con los equipos técnicos del ministerio correspondiente que, en teoría por lo menos, le impedirían cometer errores garrafales. Puesto que desde hace cinco años y medio la clase política se ha acostumbrado a dejar todo en manos del ahora ex presidente, a muchos esta situación anómala les parece perfectamente normal. A veces la oposición se queja de la forma de gobernar sui géneris de los Kirchner, pero no parece demasiado interesada en intentar modificarla.
La Argentina, pues, se enfrenta a un año que marcará a fuego una crisis económica que pondrá a prueba la disciplina social, con un gobierno débil pero autocrático que dará prioridad absoluta a sus propias aspiraciones electorales. Para amortiguar el impacto de la crisis, los Kirchner están tratando de emular a sus equivalentes de los países ricos gastando más dinero público, pero mal que les pese dispone de mucho menos por haber despilfarrado tanto por motivos electoralistas en 2007. Por lo demás, debido a que desde los tan repudiados años noventa las inversiones productivas han sido escasas, el país ya no cuenta con la capacidad ociosa que hizo más fácil la recuperación macroeconómica después del desplome de 2002. Tampoco cuenta con energía suficiente como para posibilitar una recuperación igualmente briosa si, para sorpresa de muchos, la crisis actual resulta pasajera.
A falta de recursos materiales, el contraataque kirchnerista se basará en palabras. A partir del conflicto con el campo, la presidenta Cristina optó por moderar su estilo retórico, pero el que "la malaria" económica haya comenzado en Estados Unidos le ha brindado un pretexto inmejorable para reanudar sus embestidas furibundas contra todos aquellos que no comparten su visión setentista. No sorprendería en absoluto que en los meses próximos tanto ella como su marido redoblaran los esfuerzos por hacer creer que todo lo malo procede del exterior y que gracias a la sabiduría de la familia gobernante, la Argentina es una isla de cordura y solidaridad en un mundo entregado a la insensatez mezquina. Al fin y al cabo, en las fases iniciales de su gestión una versión del discurso así supuesto ayudó a Néstor Kirchner a erigirse en el hombre más poderoso del país, de suerte que podría apostar a que le permita reconquistar por lo menos una parte de la popularidad perdida. Aunque a esta altura parece reducida la posibilidad de que el ex presidente y en la actualidad hombre fuerte del gobierno de su mujer tenga éxito en dicha empresa, si fracasan los esfuerzos de los líderes opositores por preparar una alternativa convincente, el caudillo herido podría volver a sorprender a quienes ya han escrito su obituario político.
POR JAMES NEILSON