Son quienes, junto al productor, acompañan durante todo el año a la actividad. Muchos nacieron y crecieron en las chacras y conocen a la perfección cada una de las tareas culturales. Saben cómo cuidar a las plantaciones, desde la poda pasando por la floración y hasta llegar a la cosecha del fruto. Los trabajadores constituyen un eslabón fundamental en el proceso de producción y son parte de la historia de la fruticultura valletana.
Tiene las manos ajadas y el rostro curtido por el sol y el viento. Héctor Medina (43) es hijo de trabajadores rurales. Su padre era chatero, trasladaba los cajones bins en una chata tirada por caballos, un oficio que con la llegada de las maquinarias agrícolas fue desapareciendo.
Héctor recuerda que comenzó a trabajar en la chacra cuando era apenas un niño, acompañando a su madre a juntar fruta del suelo. El tiempo lo dividía entre su estudio en la escuela primaria y el trabajo. Por ese entonces se realizaban las cosechas de peras, manzanas, frutos de carozo y también de uvas, ya que había una importante cantidad de viñas en la zona.
Durante su infancia vivió en varias chacras y según lo indicaba cada mudanza y las distancias del caso, se veía obligado a cambiar de escuela. Cuando terminó la primaria Héctor tenía la ilusión de seguir estudiando y hasta se había anotado en el colegio industrial. Pero su padre le dijo que no tenía el dinero suficiente para costear sus estudios y desde ese momento comenzó a trabajar durante todo el día como peón rural.
Héctor tiene muchos recuerdos positivos de su vida y el trabajo en la chacra. Cree que antes la relación entre los patrones y los peones era mucho más cálida. El vínculo que los unía era más familiar y ambas partes convivían por y para la actividad, más allá del lugar que ocupaban. "A veces cuando trabajás para empresas no sabés quién es el patrón. Tratás con un ingeniero o un capataz", relató Medina.
Pero el trabajo del peón rural no es para nada fácil. Por ejemplo, hay tareas que requieren de mucho sacrificio. Movilizar una gran escalera entre el monte frutal y cosechar con más de 35 ó 37 grados de calor en plena temporada, no es una labor sencilla. El cuerpo, y principalmente las manos, son las herramientas de trabajo más preciadas.
"En la actividad está lo positivo pero también hay que ver los puntos negativos. Yo he visto sufrir a mucha gente en las chacras. Son muchos los trabajadores que tienen más de 50 años de edad y que ya no pueden andar con la escalera al hombro. El contacto con los químicos también afectó a los obreros rurales, recién ahora se comenzaron a tomar algunas medidas de seguridad. Por eso considero que los peones deberían jubilarse a los 55 años ya que la mayoría llegan muy enfermos a esa etapa de la vida. Mi padre murió antes de jubilarse", expresó Medina.
Tres décadas más tarde la vida volvió a darle una oportunidad a Héctor Medina. Redoblando esfuerzos y con el acompañamiento de su mujer y sus hijas, pudo alcanzar una meta que soñó cuando era un muchachito: estudiar en el colegio industrial. Hace pocos meses finalizó el curso de gasista en el Centro de Capacitación Técnica Nº 2 de Allen, luego de estudiar dos años en horario nocturno. Cuenta que quizás, cuando su cuerpo se canse del todo y le diga basta, se dedique su nuevo oficio. Pero por el momento seguirá allí, en el lugar que lo vio crecer, junto a los frutales y abrazado al trabajo del peón rural.