La luz, la temperatura y el viento juegan un papel esencial en el desarrollo y crecimiento de las plantas y en la obtención de un producto de calidad. Para llegar a una manzana gustosa, crocante, jugosa, de buen tamaño y color al momento de la cosecha hay un largo camino de fenómenos fisiológicos naturales y prácticas de manejo que están relacionados con el clima.
La luz o radiación solar es necesaria para el desarrollo normal de las manzanas y para mejorar su textura y color. Sin embargo, cambios en su intensidad -por exceso o deficiencia- alteran la calidad del fruto. A menor cantidad de luz, menor tamaño, color y contenido de azúcares en pulpa. En cambio, cuando los niveles superan el punto de saturación de la fotosíntesis (grado elevado de exposición) aumenta la temperatura de los frutos y se produce un daño fisiológico denominado "golpe de sol" o asoleado. Para mantener el equilibrio lumínico y evitar pérdidas de calidad se desarrollaron prácticas de manejo del monte frutal como el uso de portainjertos y variedades más adecuadas, la conducción y orientación de los árboles, además de la poda y cambios en la frecuencia del riego y la fertilización.
La temperatura tiene incidencia directa sobre los procesos bioquímicos de las plantas. Frío, calor y amplitud térmica afectan a la flor y al fruto en distintas etapas del ciclo de crecimiento. En el invierno los árboles entran en estado de reposo. Esto les permite soportar las bajas temperaturas y desarrollar las yemas que producirán flores y frutos en primavera y verano. El manzano debe acumular horas de frío. Cumplido ese requerimiento, necesita temperaturas superiores a 7ºC para poder florecer.
Las características climáticas propias de cada temporada influyen directamente sobre la fecha de floración, su duración y el cuaje de los frutos. Estos son momentos clave para la producción, porque existe la probabilidad de heladas primaverales que ocasionan daños sobre la piel, muerte de semillas y, en consecuencia, anormalidades en el crecimiento y pérdidas importantes.
El crecimiento, desarrollo y color de los frutos están condicionados por la temperatura del aire. Entre los 18 y 25ºC se obtienen las tasas más altas de crecimiento de frutos. La amplitud térmica entre el día y la noche, con noches frescas (10-15ºC) es óptima para la coloración ya que aumenta la síntesis de pigmentos.
El viento tiene efectos benéficos sobre el desarrollo del cultivo: mantiene la humedad relativa baja, por lo cual se reduce el riesgo de enfermedades en las plantas. Además, actúa como refrigerante de los frutos en épocas de mucho calor. Pero también puede ser perjudicial para la calidad del producto final. En las primeras etapas de desarrollo de los frutos sus efectos negativos tienen que ver principalmente con cuestiones fisiológicas (estrés hídrico, transpiración), rotura de hojas y caída de frutos. En tanto, cuando el fruto adquiere más tamaño, el viento aumenta el roce con otras estructuras del árbol y provoca heridas sobre la piel (rameado).
Para atenuar los inconvenientes provocados por las adversidades climáticas se realizan métodos y técnicas de manejo agrícola como sistemas de monitoreo meteorológico, de control de heladas, uso de cortinas rompevientos y tratamientos con protectores solares, entre otros.
(*) Ingenieros INTA Alto Valle