Aquí, cinco kilómetros al oeste de Roca, entre la Ruta 22 y el río, hay un microclima orgánico. Aquí, donde el verde desborda bajo el sol del verano y el fruto de un año de esfuerzo resplandece en los árboles, dos chacareros optaron por desechar los agroquímicos para proteger sus manzanas y peras. Hay buena relación entre ellos y por eso no hay alambres que separen las 12,5 hectáreas de los García de las 12,5 hectáreas de los Silfeni, pero sí dos pequeños puentes que comunican ambas chacras para que unos pasen por la propiedad de los otros en caso de necesidad. Acaso la única desavenencia entre ambas familias es que Joaquín García cree que hay que erradicar los álamos para evitar que su sombra le quite color a la fruta. Adalberto Silfeni, en cambio, aún está convencido de que la cortina que forman los árboles es fundamental para detener el viento y que no es tanto el color que se pierde.

-Mire como me protegen las hileras de manzanos -dice Adalberto (68) y camina entre sus clones de Red Delicious y las Chañar y se embarra las zapatillas en el camino de tierra pegado a la nutrida fila de álamos por la que sería complicado hacer pasar una pelota de tenis.

-Es una zona limpia de plagas. Eso le da más valor a la fruta. Y la tranquilidad para uno mismo de que no cura con pesticidas -cuenta y agrega que tienen la suerte de que los productores convencionales que los rodean son cuidadosos y hacen las cosas bien. Señala los bines de madera de la Primera Cooperativa.

-Los repartieron entre los socios para que haya menos pérdidas en caso de incendio. Ser parte de la cooperativa también le suma valor a la fruta -explica. Luego muestra en su celular la foto del Chevrolet 57 celeste con detalles en blanco que guarda en el galpón, un hermoso camión que supo desfilar en los aniversarios de Roca con el que traslada 24 bines con 9.500 kilos de manzanas y peras hasta las instalaciones de la Primera en Stefenelli, en viajes de 15 km que insumen unos 20 minutos a un promedio de 70 km/h. Abre la puerta del galpón y muestra su joya.

-Es de segunda mano, se lo compramos a los Palmieri, una verdadera maravilla -dice y sonríe. Se suma su mujer, María Luisa Muñoz (67).

-Y es fácil de manejar, parece una camioneta -comenta ella.

-¿Usted lo maneja?

-Claro. Después de tanto traqueteo con los tractores y de una vida en la chacra, el camión no me parece nada pesado. A veces llevo la fruta y otras veces voy hasta la chacra de Matías, cuando necesita el Chevrolet.

Matías (33) es el tercer hijo del matrimonio. Alquila una chacra cerca del río, a unos 10 km de aquí. Adalberto y María Luisa cuentan que como productor de última generación le cuesta entender por qué proyectos que le parecen interesantes como el Plan Frutícola Integral quedan en la nada. Sus hermanos también están vinculados a la fruticultura: María Fernanda (42) trabaja en seguros de ultramar y José Juan (39) les da una mano a sus padres.

Mientras su mujer ofrece un café en el living de una casa luminosa y cálida, Adalberto traza un panorama de la situación .

-Es complicada. El gobierno no reconoce la inflación y hasta las grandes empresas están en problemas. Desde el 2005 a hoy la inflación fue de un 130% mientras que el dólar se actualizó un 35%. Debería estudiarse un dólar diferenciado para los productores, que debería estar en entre 5 y 5,50. Porque aumenta todo en dólares menos el valor de la manzana. Vea el caso del tambor de polisulfuro: valía 50 dólares hace apenas unos años y ahora vale 150 dólares. Y esas diferencias las absorbemos los productores. En nuestro caso subsistimos con las reservas, pero se nos están yendo. Y eso que al estar asociados a la Primera Cooperativa siempre cobramos un poco por arriba de lo que pagan los galpones. Fue fundada en 1937 y es la única que sobrevivió durante todos estos años. Ahora que se está retirando, me gustaría decir que en eso tiene mucho que ver don Alberto Barda: la defendió, la mantuvo, la sacó adelante.

De la lana a la manzana

Cuando los Silfeni desembarcaron en el negocio de la fruta venían del de la lana, un mundo opuesto en donde se vendía al contado o con un cheque.

-En la fruta eso no existe. Y al principio no lo podía entender: recorría, recorría y nadie me daba precio ni forma de pago. Y te lo liquidaban cuando les parecía al precio que decidían ellos. Tenía que ir y entregar las manzanas y las peras, no había alternativa. Por eso nos asociamos a la cooperativa: para recibir mejor trato y mejor precio...

Explotaban el ganado ovino en un campo familiar en El Cuy, a 100 kilómetros de Roca, donde también manejaban un almacén de ramos generales. Y al mismo tiempo tenían una chacra de 10 hectáreas en la ciudad del Alto Valle con fruta de pepita y vides.

Por entonces montaron una curtiembre en el incipiente Parque Industrial de Roca. Eran los años de la dictadura militar, con Martínez de Hoz y su famosa tablita cambiaria y productores que terminaron asfixiados por aquella política económica. Los Silfeni no fueron la excepción: endeudados por los créditos para comprar maquinaria, terminaron en la quiebra y con sus tierras en garantía rematadas. "Con ese dólar no se podía exportar", recuerda Adalberto.

Lo que siguió fueron 8 años en Buenos Aires y un nuevo rubro: fabricar pantuflas de corderito. "Las hacíamos con cuero de oveja y plantillas de cuero de vaca. Nos fue bien: a los 3 años ya producíamos 40.000 pares y exportábamos 20.000 a Alemania", relata María Luisa.

Pero en los ´90, un nuevo cambio en las reglas del juego y el uno a uno de la Convertibilidad trajeron malas noticias: las pantuflas chinas de peluche sintético se vendían a 5 pesos. Imposible competir. Bajaron las persianas y regresaron a Roca. "Para estar así era mejor volver a nuestro lugar. Además, vivíamos en Hurlingham, en el oeste del Gran Buenos Aires, que empezaba a ponerse áspero", señala María Luisa. Con todo, decidieron insistir con las pantuflas: llegaron a un acuerdo de comodato con los nuevos dueños y retornaron a la curtiembre que había sido de ellos. Poco tiempo después las cosas se complicaron.

-Los mismos políticos que decidieron instalar un Parque Industrial después decidieron entregar terrenos alrededor de la curtiembre. Nosotros teníamos todo en regla, con inspecciones y los permisos de DPA y la municipalidad. Pero cualquier problema de salud que había en la zona le echaban la culpa a la curtiembre. Tosían y le echaban la culpa a la curtiembre. Un concejal hasta presentó una demanda penal y el juez dictaminó que estaba todo como Dios manda. Pero nos hicieron la vida imposible: así no se podía trabajar. Cerramos. Nos corrieron los políticos -sostiene Adalberto.

Después de esa nueva frustración, los Silfeni llegaron a esta zona de J.J. Gómez hace 15 años, cuando trocaron la casa en la que vivían en el centro de Roca por la chacra de 12,5 hectáreas que trabajan desde entonces. La experiencia de la curtiembre terminó mal, pero ese final les permitió reencontrarse con su historia.

-Yo quería volver a la chacra -recuerda María Luisa.

-Y yo también. Era poco lo que había plantado por entonces -recuerda Adalberto.

Mucho tiempo después, están orgullosos de sus manzanas y peras orgánicas, de lo que hicieron, de su chacra. Ahora que ya pasó el minué anual de los paros, los cortes, el arreglo salarial y todo el mundo volvió a lo suyo, atraviesan a pleno su tercer año como productores orgánicos, lo que incluye las revisiones de las certificadores y el riguroso control en planillas para que un consumidor de Londres o Amsterdam pueda saber quién cosechó en el lejano Alto Valle la manzana que disfruta en Europa.

Adalberto conoce a fondo las que salen de su chacra. Una vez, cuenta, mientras veía pasar la fruta en las cintas de la Primera Cooperativa, se le ocurrió comentar que parecían las suyas.

-Son las suyas, Silfeni -le respondieron. Se ríe al recordar la anécdota. "Sería importante que se hicieran frigoríficos para que los productores pudiéramos guardar la fruta en frío" afirma antes de despedirse y subirse al camión. Entonces, dice: "Es un trabajo duro y exigente, pero sin horarios fijos y al aire libre. Si te gusta, lo hacés con ganas".