En el INTA Alto Valle se preservan y estudian alrededor de 400 variedades de manzanos que datan del siglo XVI hasta nuestros días, además de perales y ejemplares de manzanos silvestres de la cordillera de los Andes. Esta colección mantiene vigentes siglos de historia a través del rescate genético y la conservación de la diversidad.
Al recorrer la chacra experimental del INTA en la zona rural de Allen pueden observarse parcelas donde se prueban nuevas tecnologías, tratamientos sanitarios y prácticas culturales para mejorar la calidad y la sustentabilidad de la actividad económica más importante de la zona.
Un cuadro es quizás el que más llama la atención por su multiplicidad de colores y las diferentes formas y tamaños de sus frutos. Es una colección de 387 variedades de manzanos de todos los tiempos, la mayoría de larguísima data.
Su registro histórico abarca desde el año 1600 hasta los programas de mejoramiento genético de la década de 1970, con algunas variedades más antiguas como la "Annurca", relacionada con el Imperio Romano. Las plantas tuvieron origen en países como Rusia, Inglaterra, Irlanda, España, Francia, Italia, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Sudáfrica, entre otros.
El objetivo es conservar, evaluar y caracterizar las distintas variedades y preservar su diversidad genética.
En términos técnicos, se la conoce como "banco de germoplasma". ¿Qué es? Una estrategia para proteger especies de interés que satisfacen una demanda actual (comercial), así como aquellas que no presentan características de uso inmediato y podrían ser valiosas en el futuro.
Este reservorio es el único banco activo de pomáceas (manzanas y peras) de la Red de Bancos de Germoplasma del INTA en la Argentina. Cuenta, además, con 385 entradas de manzanos silvestres de la Cordillera, que ingresaron a partir de 1999 como resultado de un proyecto de rescate de estos materiales en alto riesgo de erosión genética a causa del sobrepastoreo, la tala y los incendios forestales.
Se presume que son de origen ibérico y que provienen de las primeras plantas introducidas por el jesuita Nicolás Mascardi en la zona del lago Nahuel Huapi, alrededor del 1700.
Algunas de las principales actividades están dirigidas a colectar nuevos materiales, introducir e intercambiar manzanos y perales de diversas locaciones geográficas y/o instituciones, y conservar los recursos existentes en el mediano y largo plazo, bajo condiciones controladas.
Por otra parte, se investigan y evalúan los materiales y se estudian sus particularidades agronómicas, lo que implica un seguimiento morfológico de las plantas. Por ejemplo, determinar sus fechas de cosecha y floración, el tamaño, la forma y el color de los frutos, además de sus propiedades organolépticas (sabor, aroma, textura, entre otras).
En tiempos en los que la biodiversidad está tan amenazada por el deterioro de los ecosistemas naturales, la actividad humana y la sustitución de algunos cultivos, este banco mantiene viva la historia y el potencial futuro de dos especies que no solo nos nutren como alimento sino que constituyen uno de los principales sustentos de quienes habitamos en los valles irrigados del Norte de la Patagonia.
El manzano es una de las plantas comestibles más utilizadas en el mundo. Se cree que es uno de los árboles que el hombre primero domesticó, atraído por su capacidad para resistir el frío, la riqueza alimentaria de sus frutos y su aptitud para conservar sus propiedades durante mucho tiempo luego de haber sido recogidos del árbol. Su origen se sitúa hace 15.000 ó 20.000 años en el centro de Asia. Su fruto representó desde la primera prohibición del Paraíso de Adán y Eva hasta la prueba a través de la cual Newton descubrió la teoría de la gravitación universal. Exquisita y nutritiva, está en nuestra memoria sensorial desde la niñez, en registros que nos recuerdan sus colores y brillos, su jugosidad al morderlas y su dulzor o acidez en la boca.
Actualmente existen más de 7.500 variedades de manzanas, que se distribuyen en las zonas de climas templados y subtropicales.