"Entre la casa y el galpón, ¿hay lugar para el sindicato?" sigue siendo un libro de consulta en estos últimos años, cuya autora, Glenda Miralles -roquense e investigadora y docente universitaria de la Universidad Nacional del Comahue- se propuso (y lo logró) bucear en la participación de las mujeres en el gremio frutícola, en el Alto Valle.
Su trabajo, tema con el cual se licenció en Historia en la UNC, fue editado por PubliFadecs y llenó un vacío historiográfico en lo que respecta al anaquel de temática femenina dentro de la historia regional.
En varias oportunidades, al ser entrevistada por este diario, Glenda dijo sobre su excelente investigación:
* ¿Hubo -y hay- lugar para el sindicato en el mundo de estas mujeres? "Creo que sí, que hubo y hay lugar para el sindicato. Pero -según pude constatar tras mi investigación- participar en política es una decisión de cada mujer trabajadora que, además, de vivir en una fuerte dualidad por su trabajo doméstico y su trabajo en el galpón, suma una tercera responsabilidad, una tercera dimensión, que es la de la práctica política, el hecho de dedicar tiempo a la militancia. La mujer que milita te cuenta que llevan a los hijos al sindicato o a las tomas y en esto intentan decir que el ser madre o ama de casa no les impide la lucha sindical, pero se trata de una decisión compleja que, a veces, tiene que ver con una vocación. Además se suman los beneficios que les da el hecho de estar sindicalizadas, como tener obra social, guardería, descuentos en farmacias, etc. Otro dato: inmediatamente advertí que todas las mujeres que participan en el sindicato tienen participación política fuera del mismo. En todos los casos fue así. Y normalmente las que militan tienen el apoyo de sus maridos, que también lo hacen. Son parejas de políticos.
* ¿Cuál es el perfil de estas trabajadoras? "Como tomo un período largo de tiempo que transita desde la década de los '50 a la de los '90, sería apropiado que hable de dos perfiles. Durante las primeras décadas trabajar en un galpón era una actividad que te otorgaba prestigio, sobre todo ser embaladora. Las trabajadoras de la fruta tienen una fuerte identidad. La actividad era bien remunerada, era una tarea temporaria que daba lo suficiente para programar gastos o para hacer erogaciones extras en la familia. La mano de obra femenina en los galpones fue aumentando con los años y se accedía a este tipo de trabajo, generalmente, por vínculos familiares o de amistad. Este perfil fue modificándose a partir de los '80, sobre todo debido a la introducción de tecnología, que modificó las prácticas y los roles dentro de la actividad. A esto se suman la caída del poder adquisitivo y el acortamiento de las temporadas en los galpones, lo que hizo que el trabajo allí ya no fuera tan redituable".
* De su trabajo se desprende que en esta tarea de invisibilizar a las mujeres en este espacio laboral ha habido algunos responsables como la prensa, donde no aparece la mujer trabajadora de la fruta en su dimensión real. ¿Pero qué pasa al interior del sindicato, en su responsabilidad de dar espacio a las mujeres y de construir discursos en tal sentido? "La tarea de invisibilizar a la mujer es un dato cultural. Si bien trabajé con espacios muy conservadores como el sindicato y la prensa sindical, hay todo un discurso que tiende a ello, sobre todo durante las primeras dos décadas en que trabajo (1950-1970). El sindicato de la Fruta ha sido mundo de hombres y allí la mujer ha sido bastante discriminada. Si ves las actas del sindicato notás que las mujeres se dedicaban a tareas menores, como ser secretarias de actas o integrantes en las comisiones de fiesta. Hay un claro traslado de tareas femeninas al ámbito de lucha. Fue muy difícil reconstruir esta realidad desde el documento escrito".
