| Gral Roca (Río Negro/ Red de Diarios en Periodismo Social).- En Río Negro viven entre dos mil y tres mil bolivianos. Algunos llegaron en los 80 y otros con la segunda ola inmigratoria proveniente de ese país, a mediados de los 90. En su mayoría trabajan en el sector frutícola y muchos también en las fábricas de ladrillos de la región. "Es que casi todos los que vienen son campesinos o familias dedicadas al cultivo de la tierra, entonces es más fácil para ellos dedicarse a trabajar en las chacras. Pero no es que todos son empleados, muchos son dueños. Por ejemplo, hay bolivianos que son dueños de chacras o las alquilan por una temporada…otros son dueños de las fábricas de ladrillos o de verdulerías en el centro de la ciudad. A algunos les fue más que bien y pudieron armarse un capital", dice Manuel que trabajó en las chacras como peón durante años. Eran jornadas de hasta 15 horas de trabajo, cosechando y ahorrando. Sobre todo ahorrando. “Luego empezamos a trabajar a medias con mis hermanos y alquilamos una porción de tierra. Las plantaciones están en diferentes lugares, yo tengo siete hectáreas en Colonia Fátima donde cultivo 28 variedades de plantas entre verduras y hortalizas, todo surtido”. Juan está sentado a un par de metros y no cuenta la misma historia. Para él las cosas no fueron tan sencillas. "Me acuerdo que el primer día que crucé la frontera un tipo me dijo 'acá los bolivianos no estudian…así que ni pienses en mandar a tus hijos a la escuela'. Después me enteré que era mentira, pero hasta entonces no sabía nada de cómo era el país. Por suerte pude conseguir trabajo rápido y salir adelante, pero no todos tienen la misma suerte. Hay bolivianos que fueron engañados y llegaron a esta zona a trabajar, confiados en la palabra de otro compatriota, y acá se enteraron que era todo mentira. Les prometen trabajo, les cobran los pasajes y una comisión y cuando llegan acá se dan cuenta que los estafaron. Desaparecen y dejan a la gente sola, a la buena de Dios. Muchos tienen que trabajar de sol a sol durante meses, cobrando la mitad de lo que cobrarían si no fueran ilegales y viviendo como animales para poder pagarse un pasaje de vuelta al país…otros se quedan y se pasan años así, sin que nadie se entere ni diga nada". Por eso es tan difícil saber cuántos bolivianos realmente viven en la región. Es que muchos de ellos aún son ilegales. Así lo explica Eva Suárez de Bustos, de la Pastoral de Migraciones de Roca: "Lo que pasa es que vienen sin papeles a trabajar en lo que sea. Luego juntan unos pesos y vuelven a Bolivia para poder completar los trámites en el país. En realidad los trámites son un poco engorrosos y por eso hay muchos que nunca los completan. Nosotros hace años venimos tramitando un subsidio para poder censarlos y conocer un poco más la realidad en la que viven, pero nunca pudimos lograrlo. Además, muchos de ellos piensan que en realidad si hablan pueden ser expulsados del país, cosa que obviamente no es lo que buscamos". Cuenta la mujer que, de todos modos, las reuniones semanales les sirven para conocer de primera mano cómo es su vida en estas tierras. "Lo que nosotros notamos es que la realidad de ellos es un poco mejor a la que se vive en otras zonas del país, con inmigrantes bolivianos esclavizados en talleres ilegales o explotados en los campos…acá están más integrados y es cierto que sufren por la precariedad laboral, pero tanto como la sufren los peones argentinos. Al mismo nivel. De todos modos, no sabemos con exactitud si es la realidad de todos…acá vienen sólo los que se sienten más integrados, los que pueden llegar al centro, los que tienen tiempo libre…y sabemos que no son todos", dice Bustos y agrega: "Hay un dato que deberíamos tener en cuenta para analizar el trato que el país les da a los inmigrantes latinoamericanos en general, no sólo a los bolivianos. Ellos para obtener la ciudadanía argentina deben renunciar a la suya, no se les permite tener doble ciudadanía, como sí ocurre con los ciudadanos europeos…una locura". Cuando las cosas salen bien Vicente Segovia salió de su Bolivia natal cuando los 80 aún eran tempranos. Vivía en Tarija, una ciudad del sur del país que fue fundada por los españoles en 1574. Era la tierra de los temibles Chiriguanos que a los españoles atrajo por sus minas de plata. Entró a la Argentina y durante un par de años viajó, probó y se quedó en Salta, Capital Federal, luego el Gran Buenos Aires y finalmente en el Alto Valle, donde hoy reside. En todo ese tiempo pasó de condición de turista a trabajador ilegal y finalmente a la actual: ciudadano boliviano radicado en Argentina. "Radicado e integrado, creo que hoy me siento más argentino que boliviano", dice, sentado en una de las sillas que todos los miércoles ocupan una veintena de bolivianos que se reúnen en la Pastoral de Migraciones a planificar actividades, festejos y sentirse un poco más juntos a miles de kilómetros de su tierra. "Al principio fue difícil, es cierto. “Yo tenía 17 años, llegué a Argentina solo y conocí el Alto Valle por otras personas que habían venido a trabajar por la temporada. Vine cuando Bolivia pasaba por un muy mal momento económico. El país seguía empobreciéndose mientras los golpes de Estado se sucedían en cuestión de meses o días. Decidí quedarme y acarrear a los otros. Yo ayudé a venir a seis de mis hermanos. Cuando llegué al Alto Valle me quise quedar…creo que fue el primer lugar en donde nos sentimos bien tratados, donde por primera vez no nos miraron mal por ser morochos y bolivianos". Silvia tiene poco más de 20 años. Es hija de uno de esos miles de bolivianos que llegaron a Argentina en los 80 y que finalmente lograron instalarse en el país. Ella nació, se crió y a veces sufrió en Río Negro. "A mí en el colegio me gritaban "boliviana de mierda" casi todos los días. Por cualquier cosa, el insulto preferido de mis compañeros era ese. De hecho, en este país la palabra 'boliviano' se usa como insulto. Al principio me daba una bronca terrible, lloraba en casa y les contaba a mis padres. Después pasó, entendí que tenía que vivir con eso, qué se le va a hacer…las cosas son así". Debe ser por eso que desde chica sintió una gran conexión con la tierra de sus padres, con esa tierra que no conoce pero que siente como propia. "Yo me defino como boliviana, no como argentina. Culturalmente yo soy boliviana, mi comida es boliviana, mis costumbres son bolivianas, la mayoría de mi familia es boliviana…es como que no pertenezco acá…soy de allá", reflexiona. Adrián Arden |