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Domingo 13 de Agosto de 2006
 
 
 
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  TUCUMAN: Radiografía de la discriminación
  De “volvete si no te gusta” al “sueño argentino”

Los bolivianos en la localidad tucumana de Lules están integrados a la vida económica del lugar, trabajan en el campo o venden ropa en la ciudad. Sin embargo muchas veces sufren discriminación en centros asistenciales, escuelas, oficinas públicas y comercios pero prefieren no denunciar. Por Ricardo Reinoso, de "La Gaceta", integrante de la Red de Diarios en Periodismo Social.

 
 

Lules, Tucumán (La Gaceta/ Red de Diarios en Periodismo Social).- Temprano se los ve salir de sus casillas de madera, cargando baldes de agua para lavarse (el baño es una letrina cubierta a medias con plástico) y el amanecer los encuentra agachados sobre los surcos. Son “medieros”. El dueño de la finca les provee el terreno y algunos insumos. Ellos siembran, cosechan, y después comparten las ganancias. David Estrada Rojas (24) y Teodora Choque Lampa (25) vinieron hace pocos años, él desde Potosí y ella desde Oruro. Se conocieron en las plantaciones y ahora tienen dos hijos pequeños, que retozan allí cerca, cubiertos de tierra como sus padres.

“¿Osté quén sos ché?”, preguntó David al periodista, con recelo.

La pareja recorrió varias provincias hasta establecerse en Lules, Tucumán. “Primero estábamos en una finca, como jornaleros. Nos pagaban cada dos meses o más... Llorando, pagaban. ‘Volvete si no te gusta’, decían. Nos daban $ 10 por día”, contaron, “masticando” las palabras, pronunciándolas a medias, como si hablaran en quichua. Están habituados a bañarse en el río, aunque a veces el frío los obliga a calentar el agua en un pequeño tacho. “Cuando no hay plata también se pasa hambre”, dijeron, mientras protegían con plástico los plantines de tomate.

La pareja ha comprobado que a los bolivianos, en la Argentina, los tratan con desprecio. En ocasiones no los quisieron atender en el hospital de Lules, aduciendo que eran indocumentados, según contaron. “Nos decían: ‘ese documento es trucho’. También nos acusan de ser ‘cochinos’ -confesaron-. Por eso, cuando podemos, llevamos los chicos a un médico particular”.

En la misma finca, Pedro Choque Lampa (21, hermano de Teodora), utiliza un azadón para que el agua corra entre los surcos. No se detiene a pensar en la Puna, donde su mujer cuida a sus dos hijos. “Es un lugar grande, muy frío. No hay nada. Animales, nomás. Nosotros criamos llamas”, resumió, y luego mencionó que el precio de la carne de llama equivale a $ 4 argentinos.

El sueño de subir la “escalera boliviana” consiste en pasar de peón de quinta a patrón. Para ello hay que reunir, con sacrificio, como “mediero”, una pequeña rentabilidad que no esté atada a un salario o ingreso fijo. El sistema requiere que trabaje la familia en pleno.

 Detrás de un mostrador 

La gruesa figura de Susana Choque Cáceres (53) se mueve con agilidad entre los cajones de fruta de la verdulería que atiende en el centro de Lules. Recuerda que cuando llegó hace 50 años desde Potosí, junto a su padre, sólo había aquí un puñado de familias bolivianas. Su historia laboral incluye ocho años como supervisora en una planta de empaque de frutillas. “Tres meses me tenían en blanco, dos meses me ‘bajaban’... por eso abandoné -contó-. Este negocito me da apenas para que vivamos mi hijo y yo, pero estamos bien, gracias al Señor”.

Aunque los tucumanos suelen repetir que en el centro de Lules la mayoría de los negocios son de los bolivianos, tal afirmación no tiene un real fundamento, según sostiene el investigador de la UNT y el Conicet, Fulvio Rivero Sierra. También se dice: “Acá nadie los quiere porque son los que más plata tienen y vienen a quitar trabajo”. La frase es citada en su trabajo “La discriminación étnica”, donde se exponen pautas de investigación para un fenómeno que el docente considera complejo. Por un lado, ha observado una clara integración de los bolivianos en la vida económica de Lules, donde interactúan a diario con los tucumanos. Por otro, ha registrado numerosos actos de discriminación en la vía pública, en centros asistenciales, oficinas públicas, comercios y escuelas.

“Pero, ¿les sirve a los bolivianos que se denuncie la discriminación de que son objeto? -plantea Rivero Sierra-. Muchos bolivianos han mencionado que, luego de que saliera a la luz alguna nota de prensa que denuncia la discriminación, han sido cuestionados por aquellos tucumanos que no los discriminaban, e incluso por otros bolivianos que no sufrieron discriminación, produciéndose profundas escisiones dentro del mismo grupo en torno de esta polémica”.

La Gaceta comprobó que entre los “patrones bolivianos”, ya sea aquellos que dan trabajo a jornaleros en el campo o los que venden ropa en el centro, hay gran temor de aparecer en los medios. Un comerciante, que pidió reserva de su nombre. Contó que es nacido en Lules pero que conserva el acento boliviano porque se crió en Potosí hasta los 12 años. “Recorrí otras provincias argentinas, pero me quedé en Lules porque aquí tenemos cerca la escuela y la universidad para mis hijos”, apuntó. Su hija intentó sin éxito ingresar en Medicina y ahora estudia Análisis de Sistemas.

“Mi familia era de un pueblito en la montaña donde mis abuelos vivían del maíz, de la uva y el durazno. Pero tuvieron que repartir sus tierras con la descendencia. A cada hijo le tocó una parcela demasiado chica. No les alcanzaba para vivir. Por eso tantas familias tuvieron que emigrar a la Argentina”, explicó.

 Una tierra sin flores A varias cuadras del centro de Lules, la contracara del “sueño argentino” asoma en los puñados de casillas de madera, junto a las vías del ferrocarril o cerca del ex ingenio. En el barrio Las Flores, una docena de familias -con 4 a 6 hijos cada una- se reparte en cubículos precarios, apiñados sobre una parcela de tierra desnuda. No hay agua ni servicios básicos, ni olor a rosas; pero les gusta más que vivir en La Rioja o en Mendoza, donde el clima es demasiado frío. Tampoco quieren volver a Bolivia, a pesar de que Evo Morales prometió entregar tierras a los campesinos.

“Tierras, difícil que nos den a nosotros, que somos de Villazón. Allí no se vive del campo”, objetaron Norma Quispe (30), Nancy Aguilar (29) y Juana Chincha (39), rodeadas de niños. Temen que el dueño de la quinta de Lules, donde viven, los eche si intentan construir un baño u otras comodidades.

“En Mendoza hay mejores condiciones de trabajo, se gana más, los patrones nos dan casa y beneficios sociales, pero Tucumán ‘nos llama’ -afirmó Quispe-. Después de dos o tres meses en el sur, extrañamos y nos queremos volver. No nos gusta el frío. Nuestro anhelo es que el Gobierno nos permita tener aquí una casa o un terreno y pagarlo en cuotas”.

 Patrones y jornaleros 

Agachado sobre los surcos, Emilio Aska Cayo (40) sigue siendo el patrón aunque trabaje codo a codo con los otros jornaleros -un grupo de cinco personas- recogiendo frutillas desde la salida hasta la puesta del sol. Cuando habla con LA GACETA no menciona si es suya la camioneta estacionada en medio de la finca, ni tampoco informa si posee otra propiedad además de esta hectárea que arrienda a $ 1.500. Especifica, eso sí, que cuando empezó a alquilarla hace cuatro años le costaba menos de la mitad. “Ahora hay mucha demanda de tierras en esta zona preservada de las heladas (en la Quebrada) y el cultivo se hizo menos rentable, porque subió el costo de los agroquímicos -evaluó-. Por eso tratamos de trabajar en familia, para evitar los costos laborales de tomar jornaleros ¿Volver a Bolivia? No. Uno ya se ha adaptado a esta cultura. Me siento argentino”.

Por su parte, el jornalero tucumano Mario Vallejo (42) de Río Colorado (Simoca) no se detuvo en su tarea para responder a las preguntas de este diario, sino que continuó agachado, llenando una bandeja con frutillas. Trabaja para un patrón boliviano que le paga $ 22 por día. Sin embargo, sabe que los pequeños productores bolivianos suelen pagar sólo $ 15 el jornal. Las grandes empresas, en cambio, pagan “por tanto”, $ 0,60 la bandeja.

  Un 30 % creció económicamente y llegó a tener tierras o un negocio Entre los 2.500 miembros de la colectividad hay patrones, comerciantes, jornaleros y también indigentes 

Casi la mitad de los integrantes de la comunidad boliviana que viven en Lules son argentinos, descendientes de inmigrantes que llegaron hace décadas. Uno de ellos, Mario Mallón, presidente de la colectividad “Eduardo Abaroa”, contó que sus padres vinieron en los años 60 a trabajar en la caña de azúcar. Después, el aluvión llegado en los 80 y los 90, elevó a 2.500 el número de integrantes de la comunidad en Lules, si se incluye en la cuenta a los hijos y nietos nacidos de este lado de la frontera. En los años 80, Mallón fue jornalero para los “gringos” (italianos) dueños de la tierra. “Hoy trabajo por mi cuenta. Vengo siendo como un pequeño productor -dijo-. Primero alquilaba un campo y ahora terminé teniendo una pequeña propiedad, donde planto zapallito y choclo”. Calcula que sólo un 30 % de la comunidad boliviana ha crecido económicamente y tiene un nivel de vida aceptable, mientras que otro 45 % vive “regular”, y el resto subsiste malamente.

Entre los que lograron prosperar con la agricultura, se cuentan algunos que luego se dedicaron a “feriantes” e instalaron comercios de venta de ropa en el centro de Lules. Muy pocos alcanzaron profesiones o puestos de alguna influencia. Hay un ingeniero, una maestra y una enfermera bolivianos, pero ningún policía. “Es una ventaja tener una enfermera boliviana en el hospital, porque se ocupa de atender a nuestra gente, que a veces no se la tiene en cuenta”, afirmó Mallón. Considera que la actitud sumisa del boliviano le impide, a menudo, reclamar un trato igualitario.

“El desprecio hacia el boliviano ya es algo casi genético en los argentinos, por falta de conocimiento. A veces nos gritan en la calle. Creen que venimos a quitarles el trabajo. Se nota también en la escuela y en otros lugares. Pero no discriminan a todos sino a los más débiles, a los más pobres. En general, nos sentimos tratados casi como argentinos”, opinó.

Hace poco se festejó, por primera vez con un acto oficial en la plaza de Lules, el 181 aniversario de la Independencia de Bolivia. Se entonaron los himnos de ambos países, acompañados por la Banda Sinfónica de la Provincia, con la presencia de autoridades y del cónsul. Hubo una caravana con vehículos, abanderados y una gran concentración en la cancha de fútbol de La Bolsa, donde se compartieron comidas tradicionales (como el asado en olla) y se jugó un partido entre los equipos amateurs Tarija y Río Grande. “Nos sentimos integrados y creemos que nos estamos ganando el respeto de todos”, expresó Mallón. Su familia es originaria de Potosí, pero se crió en Santa Cruz de la Sierra y se considera un “camba” o mestizo, a diferencia de los aborígenes puros (o casi) que conforman la mayor parte de la comunidad. Cree que la revolución agraria que impulsa el presidente Evo Morales puede conseguir que los campesinos dejen de emigrar en busca de una vida mejor.

 Una cultura individualista 

“Si nos integramos los países del Cono Sur vamos a tener fuerza y seremos respetados. Los agricultores sabemos que cuando nos unimos conseguimos mejores precios y un volumen de producción que nos permite exportar. Pero hay una sola cooperativa boliviana en Lules. La mayor parte de los productores siguen trabajando solos. Lamentablemente, los bolivianos somos individualistas -admitió-. Es difícil convencer a la gente de que cambien la cultura de vida que han tenido en su patria y se inserten en la sociedad. Muchos salimos un sábado a sentarnos en un bar, pero otros llegan a su casa, se sacan las botas y se quedan allí”.

Mallón destacó la necesidad de contar con una sede donde recibir a profesionales de la salud que les den charlas. “Hay mucho descuido en un sector de nuestra comunidad, lo mismo que en los barrios marginales de Tucumán”, alertó.

Otro dirigente de la colectividad, Demetrio Aramayo, inmigró con su esposa en 1984. “Teníamos parientes que anduvieron por acá y nos contaban que era muy bueno. En Bolivia yo trabajaba en una panadería y ella era empleada doméstica. La situación ese año fue especialmente dura -recordó-. No había perspectivas de formar una familia”. Después de una estadía en Salta, en 1985 la pareja llegó a Lules y se estableció en una plantación de frutillas. “El trabajo era duro. Vivíamos en pequeños ranchos, sin baño. Pasamos mucho frío”. Ahora, dos décadas más tarde, Aramayo y su mujer disfrutan del amable trabajo de comerciantes, vendiendo ropa en un local del centro. Ya no piensan en regresar a Bolivia ni se preocupan por mantener costumbres de su tierra.

“Casi no hacemos comidas típicas aquí, porque no tenemos los ingredientes necesarios. Habría que traerlos de allá. Recuerdo que comíamos cosas como la sopa de maní, el chairo (una especie de locro), el aconejado y la lagua (especie de sopa). Aquí, a casi nadie le interesa recuperar ese tipo de tradiciones porque se han acostumbrado al asado”, aclaró Aramayo.

El cierre de las minas y las sequías fueron las razones que empujaron a los campesinos bolivianos hacia la Argentina, según afirmó Juvenal Loayza, un inmigrante de Cochabamba que está en Lules desde hace 15 años. Se define como un “activista indigenista” y defensor de las tradiciones quechuas. Mientras miraba cómo su hija Maira Adela, de seis años, practicaba los pasos de baile de la saya bajo la supervisión de su madre (Adela Mejía), Loayza destacó que los hijos argentinos de algunos de sus compatriotas se avergüenzan de que les digan “bolivianos”. “Creen que ser argentinos los hace iguales, pero en realidad se discriminan solos, porque no participan de la vida cultural”, explicó.

A pesar de que se hacen algunas pocas reuniones populares, como el aniversario de la Independencia o la fiesta de la Virgen de Urkupiña (en Aguilares), no hay una peña ni un club social de signo boliviano. Juvenal cree que si lo hubiera, pocos participarían. “La gente es un tanto introvertida, por eso los intentos no prosperaron. También la religión está influyendo bastante, porque hay muchos evangélicos que no participan en los actos de la comunidad”, señaló.

Crítico de lo que juzga como una incongruencia, Loayza opinó que ni el cónsul Héctor Luna Bueno ni los dirigentes de la colectividad hacen nada por los bolivianos más desprotegidos, que viven en la indigencia.

“Hace dos años vino a Tucumán el embajador (Arturo Liebers Baldivieso) e hizo un convenio con la Municipalidad de Lules, por el cual se asignó una oficina al cónsul para que viniera dos veces por semana a trabajar aquí, pero no vino nunca”, contó Loayza.

Por su parte, el cónsul Luna Bueno afirmó que mantiene un contacto frecuente con las autoridades de la colectividad, pero aclaró que sería impracticable la gestión de trámites en una oficina que no fuera la del consulado en esta capital. “Aquí tenemos una red informática con la que hacemos consultas al registro civil de Bolivia. No podemos trasladarla cada semana a Lules”, dijo en referencia al actual proceso de normalización migratoria que se facilitó a los inmigrantes bolivianos.

Los tres requisitos que se exigen (certificado de nacimiento, de nacionalidad y antecedentes policiales) se pueden obtener en el consulado a un costo de 3 dólares, cuando años atrás les costaba unos 200 dólares tramitarlos en Bolivia.

Ricardo Reinoso

   
   
 
 
 
Diario Río Negro.
Provincias de Río Negro y Neuquén, Patagonia, Argentina. Es una publicación de Editorial Rio Negro SA.
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