Los arquitectos Miguel Dragone, Juan MarBasso, Carlos Manuel Menna e Ignacio Antonio López Varela pensaron en una intervención arquitectónica que sirviese para incorporar a la vida de los ciudadanos neuquinos los sectores más inaccesibles del río. El interés que suponía este proyecto ideado en un taller que se realizó en la UFLO tiempo atrás "pasaba por generar cobijo desde donde poder disfrutar y explorar los sitios más agrestes del río y sus islas".
"Esta pieza fue concebida como una arquitectura despojada, casi como una infraestructura básica, de manera que pudiera contar con las comodidades elementales y necesarias para recostarse a la sombra, hacer un picnic, descansar de una caminata o una excursión en kayak, ser abrigo repentino de la lluvia y el viento o simplemente para observar el río y la ciudad sentado en el borde", argumentaron los profesionales de la región a la hora de pensar una obra para nuestra zona cuando hicieron el taller teórico-práctico con el prestigioso arquitecto español Javier García Solera. Es así que se dispusieron estratégicamente una serie de elementos mínimos que pudieran quedar sin uso durante gran parte del año, sin que ello implique que su arquitectura pueda resentirse. Por el contrario, la materialidad elegida soporta las inclemencias, el cambio de las estaciones e incluso el crecimiento dinámico del río, pudiendo incorporar el color del paso del tiempo y del lugar hasta tornarse algo completamente asimilado al sitio y su condición agreste.
"Casi como si se tratase de una arquitectura ancestral, donde caminando por el bosque uno encontrase una serie de piedras, que dispuestas de tal manera por la naturaleza, sirviesen para refugiarnos y apropiarnos del lugar y constituir así un espacio de estancia", opinó García Solera a la hora de evaluar esta ejercicio de imaginación y conocimiento.
Se utilizaron sólo dos materiales para su concepción: hormigón y madera. El hormigón se utilizó para construir los elementos estructurales fortaleciendo la condición de refugio en relación al entorno agreste y la madera sirvió para definir los muros y el mobiliario fijo en su interior, logrando una sensación más cálida y acogedora.
l lugar elegido para la ubicación de esta pieza arquitectónica es el extremo sur de la avenida Olascoaga de la ciudad de Neuquén, justo en aquel punto singular donde el río Limay roza tangencialmente la trama urbana y brinda su paisaje natural para la contemplación y el disfrute; donde la pendiente de sus costas da la posibilidad de observar sin interrupción alguna su inmensidad.
"Hemos identificado este trabajo de laboratorio como una oportunidad de plantear una alternativa arquitectónica que resuelva de manera simbiótica el límite que existe entre la ciudad y el río. En la actualidad el único elemento construido en el sitio es un tanque de bombeo que obstaculiza visuales y circulaciones. Frente a esta construcción que solo se fundamenta por ser una respuesta técnica para la ciudad, planteamos un proyecto que como premisa principal nos de la posibilidad de apreciar la panorámica completa del maravilloso paisaje que nos promete la finalización de este eje urbano y sus alrededores", apuntaron los arquitectos Mónica Videla, Claudia Miranda y Sabrina Bruno, en el taller que dirigiera el arquitecto español Javier García Solera en la UFLO.
El acercamiento al sitio requiere de un recorrido lineal a través del cual la urbe se va desmaterializando y la naturaleza paulatinamente prevalece por medio de un paisaje dominado por el agua y la abundante vegetación autóctona.
"La costa es en realidad una pendiente y en este caso, se ha convertido en uno de los materiales de proyecto más significativos. Hemos tratado de buscar la manera más propicia para aprovecharla, entendiéndola no como una dificultad, sino como un motor que nos permita lograr espacios interesantes tanto "arriba" como "abajo" de manera simultánea", piensan los mentores de este proyecto.
"Intentamos encontrar una pieza arquitectónica que por medio de la síntesis resuelva la complejidad que plantea el sitio. La idea es resolver con un edificio situaciones antagónicas como por ejemplo el eje vial longitudinal en oposición al eje transversal que genera el río, que contradice la lógica urbanística habitual del recorrido costanero paralelo", agregaron.
"Este juego peculiar entre opuestos fue premisa para el diseño. De esta manera surge el edificio resolviendo el límite entre lo artificial y lo natural casi desde su total ausencia (imagen de "no" edificio). Se nos plantea un juego de percepciones entre lo visible y lo invisible. Una pieza horizontal aparece como extensión de lo urbano mientras la pendiente existente se encarga de hacer desaparecer al edificio que abrirá su cara principal hacia lo natural", concluyeron quienes aportan con esta hipótesis al imaginario urbano regional.