Construcción frenética, urbanismo acelerado, proyectos excéntricos ¿les suena? Japón ya ha estado allí. Hasta principios de los noventa todo parecía posible en el archipiélago nipón. El país vivió a finales del siglo pasado una burbuja inmobiliaria que transformó el suelo en oro y, consecuentemente, la arquitectura, como el propio país, se convirtió a la vez en beneficiario y víctima de la fiebre constructora. En los ochenta, y en las ciudades japonesas, los edificios tenían una media de vida de treinta años. Sólo en 1993, en Tokio se construían 455 pisos al día y se demolían 12.339 metros cuadrados, también diariamente. El 30% de la capital se construyó entre 1985 y 1993. Hasta tal punto se construía y destruía en Japón que proyectistas del prestigio de Kenzo Tange diseñaron inmuebles para sustituir otros que ellos mismos habían firmado sólo unas décadas antes.
En plena crisis, una nueva generación de arquitectos entendió que algo debía cambiar también en la arquitectura. La tecnología abrió una puerta. Toyo Ito, Kazuyo Sejima, Shigeru Ban o Ryue Nishizawa reconocieron que el nuevo estilo de vida giraba en torno a ella. Sin embargo, la desaparición física de muchos elementos (de discos a libros) casaba con la discreta tradición doméstica japonesa de recibir, y dormir, en un espacio casi vacío. Así, también la arquitectura apostó por la austeridad que, en términos constructivos, se tradujo por levedad.
La levedad sirvió para reinterpretar la tradición japonesa. Toyo Ito la ensayó en su propia vivienda, Silver Hut, donde se convirtió en nómada en su propia casa. Luego llevó la idea de lo etéreo al paroxismo cuando trató de borrar su edificio para la Mediateca de Sendai en el año 2001. "Sólo necesitamos cobijo temporal y una mínima intimidad. ¿Cuál es la esencia de la casa en un tiempo de ordenadores portátiles?", preguntaba Ito.
Una aventajadísima discípula suya dio un paso más en ese sentido. La legendaria levedad de Kazuyo Sejima proliferó en diminutas viviendas y comenzó a exportarse a diversos museos del mundo retando a los componentes arquitectónicos con nuevas dimensiones imposibles, extraplanas. Lo leve, lo llano, lo evanescente, se prestaba a muchas interpretaciones. Shigeru Ban recurrió a la idea de que el bambú aguanta más por flexible que por fuerte y con sus tubos de cartón dio cobijo a refugiados tras los terremotos de Kobe o Turquía. El japonés representó la arquitectura de su país en la Exposición Universal de Hannover y comenzó a innovar con nuevas maneras de habitar, más allá de los materiales de construcción que había revolucionado con el papel prensado.
Mientras las marcas extranjeras levantaban sus sedes con rascacielos-reclamo en Omotesando la tradición japonesa revivía también de la mano de arquitectos como Kengo Kuma, capaz de tratar fibra de vidrio, plástico, madera, piedra o bambú con idéntica exquisitez. También Kuma quería "borrar la arquitectura para que los edificios se fundieran con su contexto".
Así, de la no intervención en la naturaleza de Tadao Ando en los últimos años se ha pasado a la construcción de un nuevo paisaje arquitectónico. Si Ando había apuntado un camino semienterrando sus piezas de hormigón, que últimamente le ha llevado a soterrar su Museo de Arte Chicha en la isla de Naoshima, donde lleva décadas trabajando, Kengo Kuma pixela. Este otro arquitecto fragmenta en piezas pequeñas sus inmuebles para hacerlos desaparecer en el paisaje. Esa idea ha cuajado en proyectistas jóvenes y maduros. Incluso un Fumihiko Maki de setenta años, y con un Premio Pritzker, se apuntó al carro de la arquitectura topográfica empleando membranas ligeras y fluctuantes para la cubierta de su Gimnasio Metropolitano de Tokio o su Centro de Convenciones.
En las ciudades japonesas, el tamaño de los edificios, a veces ya imposiblemente estrechos, hoy se ha reducido. La extravagancia se ha evaporado. El dramatismo ha quedado fuera de lugar y la arquitectura se ha asentado con una nueva actitud. La sociedad para la que se construye ya no es industrial: es de la información. Y la información, y su uso, definen nuevos estilos de vida. Además de a todos esos factores, las nuevas viviendas responden a la desintegración de la familia tradicional y al reconocimiento del individuo como una nueva unidad familiar.
También el consumo energético y sus efectos en el medio ambiente exigen respuestas. Y la población decreciente contrasta con el aumento en el número de ancianos. Hasta la educación está cambiando en Japón, donde, Botond Bognar, autor del libro Beyond the Bubble (Phaidon), asegura que se ha pasado de enseñar hechos a enseñar a relacionar y argumentar discursos. Lo ocurrido en la arquitectura, donde todo ha tenido que ver con todo, parece darles la razón.
(Fuente: El País)