Enclavada en los cerros cordilleranos de la comuna de Peñalolén, Santiago de Chile, la arquitectura elíptica de la Universidad Adolfo Ibáñez se confunde con la geografía, que metros más arriba corona una majestuosa montaña.
Curvas sinuosas e insinuantes que invitan a recorrer, mirar, admirar y contemplar. El ojo no se detiene. Más allá los patios que otrora ocupaba un terreno secano hoy reciben el abrazo de espinos, litres y pimientos, dispuestos de manera coherente en el caprichoso espacio.
Esta casa de estudios superiores, que el año 2000 pensó el reconocido arquitecto José Cruz Ovalle, contempla el uso de varios materiales, entre los que sobresalen el hormigón y la madera, utilizada con arrojo no sólo en puertas y ventanas sino también en los distintos muebles de la sede universitaria. La más beneficiada con el noble material es, sin dudar, la biblioteca, cuyas estanterías y escalera -que une los distintos niveles- la prodigan serenas.
La construcción sobria pero compleja está compuesta de varios edificios entrelazados a través de puentes, pasillos, rampas y galerías de distintas dimensiones y características, que su autor relaciona con "la potencia de la extensión de América, la cordillera de los Andes".
La enorme edificación de José Cruz Ovalle considera salas de clases de diversos tamaños, auditorios, biblioteca, casino, laboratorios y aulas multiusos, todos dispuestos en discreta armonía entre la montaña y la ciudad a través de los casi 20 mil metros cuadrados construidos.
En conversación con "eh!", el arquitecto nos cuenta que "hacer del paraje un lugar es, en este caso, el asunto de la arquitectura para crear una relación entre la naturaleza y el estudio, por así decirlo, haciendo que su ritmo traspase hasta nuestro propio cuerpo".
-¿De qué manera se conjuga la condición geográfica del lugar con la funcionalidad del espacio?
-Son actos. No sólo funcionalidad, porque en el ser humano nunca desaparece, quiero decir, por ejemplo, que cuando una persona come no sólo se alimenta sino que puede compartir con otros, celebrar, establecer el ritmo del día, concederse el placer de la comida, conversar... Y los actos requieren, para alcanzar una cierta plenitud, del espacio que los haga posible. Inventar un espacio universitario en el que estar es también circular: continuidad para el pie y variación para el ojo, pausas y detenciones en un espacio que elabora la multiplicidad dentro de una precisa relación entre naturaleza y arquitectura.
-¿Considera que este conjunto arquitectónico es una ´revolución contemporánea´ de lo que hasta ahora se conocía en Chile como campus universitario?
-Si bien corresponde a los críticos calificar las obras de los demás, puedo decir que esto no se concibe al modo del Campus que supone lo recreativo y la idea de edificios colocados en un parque. Aquí no se parte de la idea de ´edificios´ ni de la idea de parque sino de algo anterior: de la relación entre un lugar con la potencia de la extensión de América -la cordillera de los Andes, en cuyos pies se emplaza la obra- y la arquitectura.
José Cruz Ovalle señala que en esta obra "se trata de preguntarse cómo es posible encarnar esa relación. Eso arroja una obra de arquitectura que no corresponde a lo que normalmente entendemos por edificio porque no se inicia desde el orden habitual de la ciudad: de la calle, el solar, las fachadas. Es así que esta obra fue concebida sin partir de una representación previa y por ello no siguiendo ningún modelo. En este sentido puedo decir que tiene un origen. Y, en rigor, lo que posee origen constituye ciertamente un original".
TEXTO: LAURA REYES
PRODUCCIÓN Y FOTOS:
MARÍA SILVETTI
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