El mito que habla de la fuerza de la juventud suele dejar para la madurez adjetivos más complacientes como reflexiva, serena y otras atribuciones de dudosa generosidad. Se piensa que los jóvenes y las jóvenes son depositarios/as de la pasión, de la explosión hormonal, de la seducción desenfrenada. En una palabra, del sexo. Y se imagina a los "viejitos" compartiendo un té y recordando hazañas amorosas que se borronean en la memoria.
Viendo la "serena" madurez de Juliette Binoche cuya mirada no te come pero te estrangula; o esa boca temblorosa de Julia Robert; o solo escuchando la voz domesticadora de Sharon Stone; o la no oculta picardía de Jessica Lange (o Michelle Pfeiffer o Susan Sarandon y siguen los nombres) no puedo evitar pensar que la pasión no tiene "tercera edad" y la serena y reflexiva madurez puede, también, ser un torrente desprejuiciado y voluptuoso porque la piel siempre se estremece, y porque los años nos hacen, a algunos, más proclives a la indagación, al generoso compartir, al disfrute del tiempo. En una palabra, al sexo.
La madurez bien entendida, creo, coloca a la pareja en un espacio sin competencias, donde el placer vale por sí, donde nadie le debe nada a nadie y ambos se deben sí mismos. Por eso pienso en Juliette, en Jane, en Jessica? ¿maduras? Sí, fatal y maravillosamente maduras; más blandas por aquí y por allá? con una arruga que se arruga cuando disfrutan y ríen.
Nos lleva mucho tiempo aprender a disfrutar, y creo que estas "chicas" ya aprendieron. Por eso me gustan así, maduritas, ni tan reflexivas ni tan serenas, entregadas al amor blando de sus cuerpos casi blandos, pero siempre, estoy seguro, inaugurando ardores.
NERIO TELLO
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