Cuando llega el verano José Ignacio se convierte en uno de los balnearios más apetecidos por el jet set nacional e internacional. Tener una casa en sus codiciadas playas es un privilegio que pocos se pueden permitir ya que una propiedad en esta área no sólo debe cumplir con las necesidades de alojamiento y recreación sino que debe ser una muestra de buen gusto, clase y elegancia sin caer en el derroche.
Para alcanzar este equilibrio es preciso contar con un excelente equipo de arquitectos que logren convertir un terreno agreste en un verdadero paraíso frente al mar. Esta combinación se hizo evidente en la casa de un abogado quien encargó al estudio de arquitectura de Martín Gómez la construcción de una vivienda en José Ignacio, un antiguo pueblo de pescadores a media hora de Punta del Este.
La obra se realizó en un terreno de 12 x 50 m, plano y bastante profundo, ideal para levantar una casa de 180 m2. "Desde chico soñaba con tener una casa de mar, no sabía dónde. Lo más probable era que fuera en Brasil pero después tomé la decisión de hacerla acá. Quería una casa en contacto con el mar, que se relacione con las cosas del lugar. No quería una casa modernosa de Buenos Aires. Quería estar cerca del mar para ir a pescar y escuchar el sonido del Atlántico", comenta el dueño.
"Hace más de diez años cuando empecé a venir a José Ignacio. Siempre me gustó la zona que estaba más retirada donde la única casita era la del pintor Juliart. Yo iba muy seguido a su casa porque me gustaba. Me parecía que había un clima muy especial. El tiene una mesa afuera de la casa donde hay muchas cosas. Una vez le pregunté qué eran esas cosas y me dijo "son cosas del mar". El mar trae siempre cosas de otras épocas, va devolviendo las cosas que alguna vez se llevó", señala.
Esta fascinación por el mar sentó las bases del diseño de la vivienda ya que el propietario desde el comienzo dejó en claro su necesidad de convivir con el paisaje. La casa está planteada en dos volúmenes independientes, frente y contrafrente, que articulan un patio en altura que está partido en dos por la circulación que une las dos construcciones.
En medio nace un pasillo vidriado que le permite al patio que da al poniente la posibilidad de ser usado en invierno. En la planta baja no más entrar surge un hall en cuyos costados se ubican dos habitaciones de huéspedes con sus correspondientes baños.
A continuación se descubre la escalera que conduce a la segunda planta donde se resolvió un amplio espacio multifuncional que agrupa estar, living, comedor y cocina, enmarcado en un soberbio ventanal con vista a los medanos, la playa y el mar. También arriba se dispuso el dormitorio principal con baño privado y vestidor.
a planta alta tiene un revestimiento de pino tratado rústico con tablas verticales y tapajuntas también de madera y está todo pintado de blanco. En el primer nivel predomina la mampostería forrada en pía de piedra, una piedra medio rojiza que se coloca como un revestimiento y viene en forma de lajas irregulares de plano o de corte.
Los techos son de paja por petición del dueño que quería respetar el estilo uruguayo de los quinchos.
“En este proyecto está la presencia de los patios como un elemento importante. Está la pileta del fondo y el lugar para vivir afuera con la parrilla y el fogón. Esta es una casa proyectada para un amante del mar. Además tiene una vista muy particular porque lo que se ve desde el ventanal del living hacia la bahía con los médanos es impresionante. Siempre va a tener esta vista porque no puede tener vecinos en ese sector. Él quería que fuera una casa bien del pueblito, nada ostentosa. Quería una casa cómoda”, sostiene el arquitecto Martín Gómez.
La decoración corrió por cuenta de mismo estudio Gómez quien trabajó en llave con el propietario cuyas ideas se ven reflejadas en todos los rincones de la casa para la que se eligió una composición de colores tierra. El estudio se encargó de realizar la mayoría de los muebles en lapacho y resaltó la importancia de las cortinas en ratán y gasa para darle movimiento y sensualidad a los distintos ambientes. Para las habitaciones de huéspedes se optó por una paleta en tonos suaves. Una se pintó de lila y otra de verde manzana para que contrastaran con el mobiliario de madera blanco. En el living se adaptó un mesón de pino negro enorme delante del escritorio y se pusieron unas sillitas bajas. Para generar un poco de interferencia con la vista de la casa de al lado el dueño compró una bandera vietnamita, la cortó en dos y la puso sobre un liencillo en el fondo. “Yo quería darle un toque oriental dentro de lo rústico.
Me gustaba lo uruguayo de la casa pero quería darle un toque de estilo vietnamita. Los ventiladores de techo son vietnamitas comprados en Buenos Aires. Los sillones son de Laura O.; los quería tipo cama donde pudiera tirarme, subir las piernas y quedarme dormido mirando el mar. Los almohadoncitos son de un telar de Jujuy y la alfombra y el puf son marroquíes. La calabaza que se ve ahí es de Brasil. Yo iba siempre a Brasil y había un chico que las tallaba pero haciendo cosas del lugar. Entonces le pedí que se imaginara una cosa de acá y me hizo un faro con gaviotas y estrellas”, apunta refiriéndose a los objetos que adornan el living.
El estilo oriental se mantiene en la habitación principal gracias a una arrocera vietnamita colgada en la pared y a una percha del mismo origen. En el baño se dispuso una vasija china como bacha y se empotró el espejo en un mueble de madera con vidrios.
El exterior es el territorio indiscutible de la pileta y para no imponer a la fuerza un jardín con especies foráneas se mantuvo el ambiente agreste del paisaje salpicándolo apenas con una caricia de lavanda y margaritas.
“Hay toda una vida fuera de la casa. La idea era dejar en el terreno un paisaje muy playero. No poner pasto ni nada sino que las plantas saliesen de la misma arena. Proyectamos en el fondo de lado a lado una zona para comer asados con un fogón en una punta y una parrilla en la otra. La pileta tiene una pared de piedra laja como la chimenea y el basamento del volumen de adelante. La realidad es que yo de chico iba a la casa de una amiga mía donde la pileta estaba revestida con lajas negras.
A mi me quedó eso y por lo tanto nunca hago piletas con revestimiento celeste. Siempre las he trabajado con la piedra, con negro, color arena, siempre algo distinto al celeste”, sostiene el arquitecto Martín Gómez, quien contó con el apoyo incondicional del dueño para llevar a cabo todas las innovaciones.
A los cuarenta años el dueño tiene esta magnífica casa de playa que soñó cuando era niño y su mayor satisfacción es saber que hizo parte del proyecto creativo: “Disfruté mucho participando de la decoración, fue la parte más linda. Dos pintoras conocidas no podían creer que un hombre solo estuviera decorando su casa.”
TEXTO: MARÍA INÉS MC CORMICK
ESTILISMO: MARIANA RAPOPORT
FOTOS: DANIELA MAC ADDEN