ada vez que llega una Navidad me embarga el mismo pensamiento antagónico. Por un lado y desde mi tradición germana, el Arbol de Navidad debe ser un auténtico abeto o en su reemplazo un “pino”. Por el otro y desde mi sentimiento conservacionista y de defensa del árbol como individuo, en mi casa tengo desde hace años uno muy lindo de plástico.
Como estimo que este dilema no debe ser sólo mío, me voy a permitir una serie de pensamientos prácticos, filosóficos y conservacionistas... o sea -como diría un sociólogo-, un pensamiento ecléctico (ni chicha ni limonada).
Por supuesto que tener en mi patio un hermoso y auténtico abeto (Picea o Picea abies) fue “el sueño del pibe”. Cuando al fin tuve el espacio suficiente para darme el gusto, lo planté en el lugar más estratégico de mi casa y durante varios años lo adornamos y disfrutamos ... pero ... al cabo de varias navidades la realidad se impuso como siempre ella se impone ... “con cara e’perro”.
De Navidad a Navidad había que regarlo y cuidarlo de los eventos climáticos.
Cada vez crecía más y por ende requería más adornos, más esfuerzo, la ayuda de escalera y rogar que un viento o una tormenta no me arrasara el esfuerzo y me dejara sin la alegría navideña.
Finalmente el arbolito fue obsequiado a un amigo, quien lo plantó en su amplio parque y ya no únicamente como símbolo para la Navidad sino como integrante del paisaje. Al fin mi árbol encontró “su lugar en el mundo”.
A qué viene esta referencia personal, se preguntará usted. Es que se me ocurre que no debo ser el único que se enfrenta a esta intríngulis navideña entre los sentimientos más profundos y la realidad más “realista”, con juego de palabras y todo.
Es así que recuerdo que en mi juventud, en las sierras cordobesas, con mi familia nos apropiábamos de una linda rama de pino para trasformarla en un arbolito. Sacrificar un verdadero árbol nos pareció siempre una crueldad y en cambio la rama, una vez pasadas las fechas, se tiraba.
¿Es que acaso no se puede tener un verdadero árbol por varios años en una maceta?, será seguramente su pregunta.
Mire, según mi experiencia eso es harto complicado, porque al cabo de un par de años se le debería dar un tratamiento tipo bonsai, con dos o tres replantes a la misma maceta y previa poda de raíces ... invariablemente el árbol crecerá y va a tener el mismo fin que el mío o -peor aún- morirá.
Lo más habitual es que no se le dé este tratamiento de replantes y que, por el contrario, se tenga que bancar desde el 8 de diciembre hasta el día después de Reyes dentro de una habitación oscura, tal vez con muy poco o ningún riego, con el calor de las luces y el peso de los adornos.
Finalizado su cometido, lo habitual es que se lo saque afuera y el cambio brusco de condiciones ambientales lo haga “pelota”.
Si se lo planta en el jardín se corre el riesgo de hacerlo en un lugar en el que a los pocos años no se pueda pasar, por lo que se le deben eliminar las ramas inferiores. Al poco tiempo lucirá como un palo de escoba, feo y desaliñado y en un alto porcentaje de casos terminará víctima de la motosierra.
Por eso mi dilema personal y filosófico está resuelto en favor de la vida. ¡Viva los árboles de plástico! que se guardan y vuelven a usar, porque le ahorran el sufrimiento navideño a un ser tan noble. Y si en grandes ciudades o municipios se opta por líneas de luces, será válido con el mismo concepto.
Por eso les deseo a todos una muy Feliz Navidad, con las caritas felices de los niños junto a un arbolito iluminado ... aunque sea de policloruro de vinilo.
SU INTRODUCCIÓN EN LA ESCUELA PÚBLICA ARGENTINA
Corrían los años entre 1932 a 1933 cuando el entonces presidente argentino, el general Agustín P. Justo, visitó oficialmente a la incipiente ciudad de San Carlos de Bariloche, participando de la inauguración de una lancha de pasajeros que surcaría las aguas del lago Nahuel Huapi, de nombre “Victoria” e invitado especialmente por la primera agencia de turismo que funcionó en la localidad. Lo hizo acompañado de una numerosa comitiva de funcionarios nacionales, entre ellos por supuesto el ministro de Educación de la Nación y numerosas damas y secretarios, embarcando en el muelle de los galpones de Primo Capraro, en aquel entonces el intendente de la ciudad, cónsul honorario de la República de Italia y presidente de numerosas instituciones locales.
El autor de la anécdota que les voy a relatar tendría en esa fecha unos 6 años de edad y era alumno en la escuela Nº 16 de la ciudad, el único edificio edificado en piedra en varios kilómetros a la redonda (foto). Un hermoso edificio, totalmente construido en granito, con amplias aulas y enormes ventanales que permitían ver el brillo plateado de las aguas del inmenso lago cordillerano, que se divisaba a través de las filas de viviendas cercanas, ya que la escuela estaba ubicada en una elevación natural del terreno.
Según el relato, la escuela tenía una hermosa aula principal, en la que se festejaban todas las fechas patrias y en una de las cuales participó Agustín P. Justo en su ya mencionada visita.
Una de las primeras maestras de esta escuela fue una joven mujer de muy baja estatura y espíritu emprendedor, oriunda de la gran ciudad. Esta pequeña gran mujer, de espíritu incansable y gran iniciativa, logró incorporar el emblema del Arbol de Navidad en la escuela pública de toda la Argentina, hasta ese entonces no tenido en cuenta debido a su origen “pagano” y por ese motivo inaceptable para la Iglesia Católica de nuestro país.
A raíz de que también en el ministerio de Educación se formulaban objeciones para su aceptación, esta maestra tomó la iniciativa de invitar a Bariloche al señor ministro de esta cartera (*) -a quien ya había conocido como integrante de la comitiva presidencial anteriormente citada- para la época de Navidad. Cuando este funcionario se vio frente al árbol decorado con muy buen gusto y esmero y alumbrado por innumerables velitas de cera, quedó gratamente impresionado y más aún cuando vio las caritas de los pequeños niños, la gran mayoría de ellos de origen mapuche, que lo veían por primera vez en sus vidas. Fue asi que el hielo se terminó de romper.
En realidad no se trataba de un “verdadero” Arbol de Navidad, pues en aquellos años en Bariloche no existían los abetos y ni siquiera los pinos, por lo que esa maestra se valió de un joven ejemplar de ciprés de la cordillera. Nadie puso objeciones a esa innovación, puesto que seguramente muchos de ellos jamás habían visto antes un auténtico abeto o un pino y ni hablar de un Arbol de Navidad.
Poco tiempo después esta emprendedora mujer recibió una conceptuosa carta con la firma y sello del ministro, en la que se la felicitaba por su impecable presentación y al mismo tiempo se le comunicaba la introducción oficial del Arbol de Navidad en las escuelas públicas argentinas. Por primera vez el niño que me legó esta anécdota vio llorar a su madre ... llanto de felicidad.
No sé si a esta altura del relato a usted se le ha despertado la curiosidad por saber quién era esta mujer tan especial. Su nombre era Teresa Delfina Bruni , casada con Juan Hildebrandt, el creador de la primera agencia de turismo de San Carlos de Bariloche en sociedad con Otto Meiling y el autor del relato su hijo Rudi Hildebrandt ... mis padres y mi hermano, para más datos.
La familia abandonó Bariloche en 1934 y luego de una breve estadía en Rosario se embarcó a Alemania, donde ella falleció en 1947, dos semanas antes de que se efectivizara su repatriación al país como ciudadana argentina, junto a toda su familia. La foto (la única que conservo de ella) fue tomada en Berlín en 1943 y el “coso ese” que está en sus brazos soy yo con tres meses y por la pinta parece que nací en un repollo ... de allí mi “locura por las plantas”.
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(*) Podría haber sido el ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Carlos Saavedra Lamas, posterior Premio Nobel de la Paz.
Agradezco las referencias y fotografías brindadas por el director del Archivo Histórico Regional de San Carlos de Bariloche, el señor Ricardo Vallmitjana. Por él pude saber que la lancha “Victoria” era una coqueta embarcación turística propiedad del Hotel Entrelagos y que hacía el recorrido desde los muelles de Capraro hasta Puerto Pañuelo, con una duración de dos horas entre ida y regreso. En las fotos cedidas por Vallmitjana se observa la imponente escuela 16 y un acto patriótico en ella. Personalmente no me caben dudas de que
el militar de uniforme blanco es el general Justo, para lo cual en el recuadro se muestra su imagen, obtenida de Internet.