El desarrollo del golf y la demanda de campos de golf convirtió al diseño y
arquitectura de estos escenarios deportivos en una profesión. Cuando los terrenos que gozaban de propiedades naturales para el juego de golf comenzaron a escasear, se hizo necesario recurrir a los servicios de arquitectos u “hombres de las artes”, aunque en este caso se tratara de un tipo de arte muy específico. La arquitectura de los campos de golf requiere de organización, talento, creatividad, laboriosidad y habilidad, pero también depende de una gran cantidad de recursos. Es un arte, pero también es una industria.
Muchos jugadores no conocen el nombre del arquitecto que diseñó su campo de golf, pero lo cierto es que se requirió de un “escultor de espacios al aire libre” para crearlo, tal como se requiere de un arquitecto para diseñar y construir una casa, un hotel o una catedral. La profesión de arquitectos de campos tiene que ver con la organización de un juego muy peculiar que tiene como objetivo final la colocación de una pelota de golf en un hoyo en el número mínimo de lanzamientos.
Este arquitecto es un director de escena y a su vez enemigo de los actores ––en este caso jugadores–-, ya que su objetivo se centra simplemente en evitar que los jugadores tengan éxito, o al menos que tengan que esmerarse para alcanzarlo. El campo de golf es el principal adversario del jugador, pero es también su compañero “hacedor de sueños”, ya que le inspira emociones psicológicas estéticas y espiritualmente elevadas. El desarrollo de esta profesión dentro de la arquitectura justificaría todo un libro por derecho propio, pero solamente nos concretaremos a los elementos claves en aras de lograr una mejor comprensión.
Originalmente la gran y única arquitecta fue la madre naturaleza, que ha sido un modelo muy honrado a través de los años por parte de los arquitectos. Los jugadores fueron, al comienzo, los propios iniciadores de la organización de los campos de golf, indicando el recorrido, fijando los tees y greens y plantando banderitas aquí y allá, evitando que los animales al pastar arruinaran los campos y construyendo refugios para protegerse del viento y la lluvia durante el juego. De esta forma surgieron Musselburgh, Muirfield y St. Andrews en Irlanda, como primeros campos de golf. En aquellos días el golf se jugaba en áreas comunes donde se desarrollaban actividades públicas simultáneamente en terrenos poco apropiados para el cultivo.
En la segunda mitad del siglo XIX surgieron los jugadores profesionales a quienes se ofrecieron modestas sumas de dinero para que diseñaran los campos de golf. Por supuesto, fueron los mejores jugadores los que sobresalieron en el diseño de estos
campos, pero todo lo que hacían era marcar con banderitas los sitios de ubicación de los hoyos y los bunkers. Muchos de estos campos de golf “primitivos” se han podido
conservar en su condición original.
Al igual que un match de boxeo que puede jugarse a quince rounds, el golf puede jugarse en un número corto o largo de hoyos que a su vez pueden contar con mayor o menor grado de dificultad. El diseño de campos de golf y su nivel de dificultad dependía originalmente de la capacidad del jugador y del equipamiento utilizado.
Consecuentemente, como se hacía difícil “elevar” las pelotas, primeramente se diseñaron de plumas y luego de gutapercha. Los primeros obstáculos estaban dirigidos a penalizar a los jugadores que jugaban al ras del terreno, lo que dio lugar a la construcción de pequeñas elevaciones o montículos que se rellenaban con tierra obtenida en las inmediaciones del campo de golf. Estas modificaciones constituyeron el comienzo de las alteraciones a la topografía natural del terreno, donde este se adaptaba al juego y no viceversa. El golf se fue haciendo cada vez más popular y al aumentar su demanda los terrenos de juego comenzaron a escasear y fue necesario localizarlos “tierra adentro”, a diferencia de los primeros, ubicados en zonas costeras. Como los terrenos disponibles no tenían una topografía adecuada a los objetivos del juego, se requería de expertos que los diseñaran y construyeran. Estos expertos debían identificar los terrenos apropiados, delimitarlos a veces dentro de zonas boscosas, buscar también la calidad apropiada de los suelos, tales como arenosos y “cálidos”. Si no se dispone de suelo arenoso hay que ingeniarse del conocimiento técnico para alterar y adaptar tales suelos. Según uno de los grandes conocedores ––el estadounidense Donald Ross–– “los suelos de mezcla arcillosa deben ser evitados en lo posible. Son difíciles de drenar y hay que prestarles demasiada atención, que resulta muy costosa. Son
fangosos y resbaladizos cuando llueve y en tiempo de sequías son duros y como horneados”. El dinero y la tecnología son dos palabras que han moldeado la manera en que ha evolucionado la profesión del arquitecto de los campos de golf. En 1916 los jugadores a quienes se les pagaba por el trabajo de diseño de los campos de golf, perdieron su condición de aficionados. Este fue el primer paso hacia la consolidación de la profesión. En los comienzos era fácil trabajar en los terrenos, modificando un bunker, un promontorio, cambiando la disposición de los hoyos, pero ahora todo tiene que ser previsto con anticipación para poder cumplir el presupuesto y asegurar la recuperación de la inversión.
espués de la Primera Guerra Mundial, el diseño y construcción de los campos de golf se convirtió en una verdadera industria, los arquitectos tenían que saber cómo leer los mapas de contorno, interpretar las fotografías aéreas y dedicarle tiempo a evaluar el sitio propuesto para la construcción del campo.
El irlandés Alister MacKenzie, famoso diseñador de campos de golf, aplicó las experiencias en materia de camuflaje, adquiridas durante la guerra, a la construcción de campos de golf; llegó a desarrollar modelos en miniatura de sus diseños para poderle explicar sus proyectos a los trabajadores que intervendrían en la construcción.
Su definición de la profesión es a la vez cruda y tierna: “La prueba de un buen arquitecto de campos de golf es su poder para convertir un mal terreno en un campo de calidad y no el poder de transformar materiales excelentes en instalaciones mediocres”.
Aunque inicialmente las experiencias en materia de construcción de campos de golf se gestaron en Gran Bretaña, es el salto a los EE.UU. lo que logró consolidarlas.
Donald Ross fue el que estableció los verdaderos principios de la arquitectura poniendo atención en cada detalle y transformando la profesión en un arte a la vez que negocio lucrativo. Entre las dos guerras mundiales, mientras jugadores famosos ganaban alrededor de 1.000 dólares anualmente en los campeonatos, Ross ingresaba 30.000 supervisando la construcción de 45 campos en un año; más de 3.000 personas trabajaron en la construcción de los mismos utilizando equipamiento tan rudimentario como palas, picos y carretillas.
La filosofía fundamental que Ross sostenía influye aún en los arquitectos de hoy día: “El campo debe ser un lugar placentero y no monótono en el que el golpe suave sea motivo de estudio tanto como el lanzamiento enérgico. Debe ser un escenario atractivo, los obstáculos deben ser conformados estéticamente en lugar de hoyos rellenos de arena. Es muy fácil convertir un campo en algo difícil solamente a partir de su longitud. El campo debe ser diseñado de manera tal que el buen jugador
“corto” pueda desplegar sus habilidades tanto como el “tirador largo”.
Después de la Segunda Guerra Mundial el golf retomó su espacio. Los campos tuvieron que ser restaurados dando empleo a los desempleados. Los bulldozers que habían sido inventados con propósitos bélicos invadieron los campos ahorrando tiempo y dinero, pero también permitiendo la creación de un entorno natural, volteando literalmente un pedazo de tierra y convirtiéndolo en un campo de golf.
Esto también trajo como consecuencia la destrucción de mucha tierra virgen, por ejemplo al sur de la Florida. Con más dinero disponible, equipamiento y prosperidad el ritmo de construcción en los EE.UU. aumentó a unos 500 campos anuales y quizá a un ritmo menor en el resto de los países amantes de este deporte. No solamente se trataba de clubes de golf, sino también de resorts turísticos muy modernos. Ya no era posible continuar destruyendo zonas boscosas para construir campos de golf, debido a las restricciones medioambientales y al manejo más problemático del agua. Se requería que los profesionales pudieran transformar tierras no productivas en algo satisfactorio. Los terrenos rocosos y hasta antiguos basureros se convirtieron en grandes espacios abiertos. Los arquitectos tenían restricciones, pero debían desarrollar su imaginación.
El estadounidense Robert Trent Jones se convirtió en un nombre famoso debido a su genio creador, pero también por su capacidad para adaptarse a las necesidades de sus clientes construyendo instalaciones a la medida (esta capacidad le fue trasladada a su hijo Robert Trent Jones Jr., reconocido diseñador y arquitecto de campos de golf en la actualidad). Sin embargo, su coterráneo Pete Dye jugó la carta de triunfo con la creación del campo de Sawgrass para el ejercicio del golf profesional. Un crítico
especializado lo ha catalogado como “un campo de golf salido de la Guerra de las Galaxias diseñado por Darth Vader”. Con su famoso campo que tiene incorporado un islote, es no solo un modelo imaginativo y a la vez económico, sino que se adapta a la psicología de los jugadores. Se utilizaron para su construcción treinta hectáreas, conservándose en su estado natural. En los años 70 se destapó la fiebre de la construcción y entre esta década y las dos siguientes se desarrolló el período barroco en la arquitectura de campos de golf, con
el advenimiento nuevamente de jugadores-arquitectos como los estadounidenses Arnold Palmer, Gary Player y Jack Nicklaus, que en realidad se rodearon de colaboradores anónimos que resultaron ser los verdaderos arquitectos. Los arquitectos y los jugadores se convirtieron en famosas estrellas. Al decir del también estadounidense Tom Fazio, otro arquitecto de renombre internacional: “Existe un número creciente de arquitectos altamente calificados y creativos, así como toda la tecnología necesaria para construir magníficos campos de golf, pero debemos dedicar tiempo para evitar la imitación de diseños anteriores. La tecnología nos permite hacer cosas que no hubiéramos podido soñar hace diez años”.
Pero hay inconvenientes: en los años 60 se requería de 200.000 a 400.000 dólares para construir un campo, hoy esa cifra ronda los ocho millones. “El jugador promedio cuyo juego score está entre 90 y 100 debe ser considerado tanto como el jugador profesional. Estas cifras astronómicas han hecho que los arquitectos tiendan en la
actualidad a introducir la menor cantidad de cambios en la topografía disponible,
algunos incluso regresan a los elementos básicos, construyendo campos de golf en
sitios campestres. Como los campos de golf constituyen obras de arte en constante evolución, los arquitectos también dedican tiempo al trabajo de reestructuración para restaurar los campos desfigurados por el tiempo o para insuflarle nuevos aires a los que han perdido su glamour. Dijo Alister MacKenzie al respecto: “El advenimiento del arquitecto de campos de golf ha hecho mucho para incrementar el elemento deportivo de este juego. La verdadera prueba del valor de su trabajo es la popularidad de su obra y cómo se incrementa el número de jugadores. (cidtur.eaeht.tur.cu/boletines)