De chiquito él jugaba con madera y construía sus propios juguetes.
Un tío carpintero le ayudaba en este desafío lúdico y también a pensar que él, algún día, siendo grande, podría hacerse su propia cabaña de troncos. Su padre, obrero ferroviario, por su parte, le transmitía el amor por el tren, que significaba para toda la Argentina del siglo pasado el progreso y la modernidad.
En su mente tenía un personaje que incluso llegaba a hablarle, cuando se recostaba en la almohada, por las noches. Calculaba que alguna vez le daría forma en madera. "Es que necesito tocar; el volumen es necesario para mi, siempre".
Durante toda su infancia y adolescencia estuvo satisfecho con su vida cotidiana pero tenía la fantasía y la convicción de que se tenía que ir del pueblo para "ser lo que quería ser".
De hecho, ni bien terminó el secundario en su Ceres natal, en el norte de San Fe, justo el primer día de vacaciones, sin perder un minuto, se marchó a Capital Federal a buscar trabajo y a estudiar arte. Sus planes empezaban a cumplirse, se verá después -cuando él revisa ahora toda su trayectoria-.
Primero egresó como profesor de dibujo en la Escuela Manuel Belgrano y después se especializó en escultura en madera en la Escuela Nacional en Bellas Artes "Prilidiano Pueyrredón".
Estamos hablando de Richard Massaccessi (43), escultor, pintor, que vive desde hace varios años en Bariloche, junto a su mujer Elsa, también trabajadora y artista de la madera.
-¿Por qué te pusieron Richard?
-Por un artista de cine que a mi mamá le gustaba. Lo que me llama la atención es que en Ceres, un pueblito santafecino muy pequeño, 43 años atrás, le hayan permitido ponerme ese nombre...
-¿Sería por Richard Burton?
-La verdad es que nunca lo supe.
Richard se sabe y muestra meticuloso, obsesivo y tenaz -en su casa hecha de troncos por él mismo y su mujer-.
-¿Nadie los ayudó?
-La hicimos solamente nosotros dos. Me ayudó lo que aprendí en Física en el secundario sobre poleas y palancas y los apuntes de un folletín viejísimo, yanqui, que enseñaba cómo hacerse una cabaña de madera en tanto tiempo, uno solo...muy yanqui, pero bien útil.
-¿Vas cumpliendo tus metas, siempre, esas que te habías fijado siendo niño?
-Totalmente. Quería vivir del arte y lo estoy logrando. Eso era todo. Nada más ni nada menos.
Cuenta que la arcilla le da asco y que la piedra le resulta indiferente, "no va con mi carácter". Su material es la madera, definitivamente; y de todas ellas, la lenga es la preferida. "Tallar es saber detenerse, saber alejarse y esto lo encuentro cuando tallo la madera", acota.
La relación escultura-madera es de "noviazgo incipiente", teoriza el entrevistado, con gusto y pasión. "No podés estar encima todo el tiempo porque la agotás. Pero un encuentro por semana es poco. Tenés que encontrar el punto de armonía en la relación...cuando se da ese equilibrio la escultura te responde, dialoga con vos". Glorioso todo, se ve. "Si llegás a ese punto, la escultura te dice por dónde seguir... te lleva sola".
Y cuando esa obra terminada, además, invita a la gente a que la recorra, a darla vuelta, a mirarla desde distintos ángulos, la misión puede decirse que "está cumplida".
Entonces a él le llega la felicidad. Hasta inundarlo.
El oficio te permite dominar la madera, agrega. "Mientras fui estudiante de arte investigué a fondo todas las formas humanas, los huesos, los músculos, los gestos, todo. Ahora, pasados los años, ese conocimiento me da seguridad cuando doy el martillazo". Al oficio hay que sumarle disciplina, dice y practica. De lunes a jueves, escultura; viernes, sábados y domingos, pintura.
En un principio talló duendes. "Era bien expresionista. O hiperrealista mágico. Era el personaje que hablaba conmigo, cuando era chico. Tengo como mil bocetos de rostros humanos. Por lo tanto hasta el duende 1000 no paro".
-¿Cuántos llevás hechos?
-Unos 700, tal vez. Después seguí con personajes de pueblos. Del campo. Me fascina el tiempo de principios y mediados del siglo pasado, cuando la Patagonia se poblaba y los ideales que nos movilizaban eran de progreso. Creo que fue el momento más especial del mundo.
Medio centenar de estos personajes subyugan hoy desde las vitrinas que los exhiben en el hotel y spa Villa Huinid, en Bariloche.
-¿Vivís de tu oficio y arte?
-Sí, y me fascina y me garantiza dignidad. Encima tengo muchos pedidos. Y la presión, a mi, me fascina, me motiva. Es fantástico que me estén esperando.
Richard, mientras relata su vida, siempre refiere a Elsa, a quien le expresa una admiración total.
"Mirá, los dos trabajábamos en una agencia de Publicidad. Y cuando me recibí deseaba decidirme por vivir del arte. Toda una decisión que sin su apoyo incondicional no hubiese sido posible. Tuvimos que bancarnos a full cuando no ingresaba plata, sabés. Ella me ordena, me guía... es mi primera crítica. Su reacción es casi decisiva en mi obra".
Y si uno la observa a ella es creíble lo que cuenta él. Creativa como Richard, parece práctica, concreta, intuitiva y de "pocas pulgas". Elsa recuerda las vacaciones del aquel verano de enero del 89 cuando vinieron a Bariloche y él talló, mientras estaban en el camping, un duende en un tronquito que estaba tirado. Lo hizo con cualquier cosa porque no había traído sus herramientas. Aún así su resultado fue bello. Tan bello y encantador que ella lo empujó a que se la mostrara a la dueña de Árbol, emblemática tienda de objetos deco y de vestir de la Cordillera. "Allí nos atendió la dueña, que le dicen La Gallega. Bueno, obviamente tras rebajar el precio que le pedíamos por ella, la compró y le encargó cincuenta esculturas más, de ese tipo", rememora "la socia" en la vida. Ése fue "un golpe de suerte", acuerdan hoy, "que nos fomentó aún más la idea de que nos teníamos que venir a vivir aquí". Y fue aquí donde encontraron un terreno lindísimo y especial -en el kilómetro 13, por la Bustillo- para levantar su casa de troncos, armar su taller y consolidar su historia de amor tanto como su condición de artista.
El escultor, en un alto, con su otra veta: la de la pintura. Aquí, con su última producción, la de los "trenes". Genial.
TEXTOS: HORACIO LARA
HLARA@RIONEGRO.COM.AR
FOTOS: ALFREDO LEIVA