Machi González Venzano, una de las decoradoras del mítico hotel patagónico Llao Llao y dueña de la tienda Los Juncos, puso a prueba en su hogar que la creatividad no tiene planos ni estrategias. Inspirada por el glorioso paisaje de Bariloche y echando mano a recursos insospechados, armó la estructura de su vivienda a partir de un galpón y, dejándose sorprender por los elementos, completó la obra en la decoración. Una aventura hecha casa.
Vivir en Bariloche era su destino: “Siempre quise vivir acá, el estilo de vida me encanta, la informalidad, la naturaleza por doquier, la mentalidad totalmente desestructurada que te permite estar abierto y sensible”. Por esto, Machi decidió orientarse por su corazón y mudarse al aire puro de estas montañas cercanas al fin del mundo. Cuando comenzó a imaginar su proyecto de vivienda tenía en mente hacerse a una residencia campestre con espacio para jardín y una pequeña granja. Pero el destino le depararía sorpresas: que ésta, además tuviera vista al majestuoso lago Nahuel Huapi fue un designio providencial, que vendría de la mano del azar. Tras vender su propiedad en Buenos Aires y habiendo tomado una vivienda provisoria en arriendo en Bariloche, comenzó a buscar un terreno donde asentarse. De boca en boca, como suele pasar la información en estos parajes, supo de un gran lote a la venta empinado de casi una hectárea. Atraída por la cercanía a la ruta, y el buen precio (al que llegó después de sumar a parientes al emprendimiento), la adquisición fue a ojo cerrado: “El lote estaba todo cubierto de una planta espinosa llamada mosqueta; y cuando compré, ni sabía lo que compraba porque la dueña tampoco lo conocía bien, el lote venía de una herencia”, narra Machi. “La rosa mosqueta no dejaba avanzar y no se podía mesurar hasta dónde llegaba”. Fue semanas después, para asombro de la compradora, que se dio cuenta de que su intuición había sido más que acertada. “Cuando empezamos a pasar la topadora comencé a ver el lago y a darme cuenta que el lote tiene una inclinación perfecta, ¡el lago se ve desde las 4 puntas del terreno!”
El paso siguiente era edificar la vivienda. La construcción de la casa debía solucionarse de una manera práctica y económica. Machi, fiel a sus instintos tuvo otra corazonada al encontrar un anuncio en el periódico local que ofrecía un galpón y un kiosco, ambos desmontables, ambos de madera. “Un mismo dueño vendía ambas estructuras que eran utilizadas como guardería de tablas de windsurf. Y bueno, compré la armazón, consistente en un techo y paredes, todo en paneles de machimbre de pino y sin ventanas. Con la ayuda de amigos y familia la desmontamos, la trajimos acá y la volvimos a armar. Medía unos 5 metros de alto y la pusimos sobre pilotes de coihue, una madera muy resistente que no se pudre. Una parte del piso la cambié por pino y al interior le hicimos un aislamiento.
sí que armamos el galpón y era todo ciego”, cuenta la dueña. Ingeniosa y prolífica en ideas, ella resolvió el problema durante un viaje a Buenos Aires, cuando en el corralón de demolición Don Torcuato compró ventanas y puertas mezclando unas de cedro, otras de roble y algunas de pino tea. Los retazos fueron adecuados según las necesidades de los espacios.
A la vez que la casa iba tomando forma, las condiciones para habitarla se adecuaban, “Al llegar acá, no había agua, luz ni gas. Cuando llegué era ¡nada y mosqueta!”, narra la propietaria. Con coraje y constancia, el medio agreste fue domesticándose al ponerle cloaca, electricidad, haciendo la perforación para traer agua del lago y demás, proceso que duraría dos años y que se elaboraría a pulso y tesón. “¡Todo fue una aventura! Sin embargo, yo podía imaginar mi casa, es más fácil para mí reformar algo que empezar de cero; a mí me salen las cosas por instinto, no pienso mucho”, dice Machi al contar cómo fue distribuyendo los espacios, poniendo su taller-escritorio aquí, su alcoba allá, metiendo un baño donde era necesario, un salón, una cocina, hasta completar los 62 metros cuadrados cubiertos que mide la casa. Un deck al frente donde ubicar el comedor completa los servicios de un hogar que habita ella y donde recibe amigos.
Sin descuidar ningún frente, el jardín también iba prosperando bajo los cuidados de Machi. Plantas florales nativas y una huerta orgánica con arvejas, habas, ruibarbo, lechuga y repollo enriquecen el estilo de vida en esta casa, donde apasionada por la jardinería y el trabajo con la tierra, vive su hobby en libertad. Un invernadero donde hacer germinar delicadas semillas, jóvenes árboles frutales y la sombra de los más viejos acompañan el día a día y enmarcan la original vivienda. Los animales de granja también forman parte del cuadro, gallinas y gansos aparecen en el ideal estilo de vida campestre. Por supuesto, la clave maestra que culmina los esfuerzos por hacerse a un bello hogar, está dada en la decoración, especialidad de la creativa artista que antes de lanzarse a la ambientación daba clases de pintura. En este aspecto, algunos de los muebles de su anterior vivienda la acompañaron en la mudanza, mientras que otros surgieron de su nueva manera de vida. “A mí el estilo que más me gusta es el provenzal, en este sentido diría que esta casa me representa completamente, es un rancho lindo, un rancho con onda”, explica Machi, eterna enamorada de los objetos con historia y del color. Al venir a este lugar, parte de la decisión consistió en quedarse con lo básico, útil, necesario y hermoso. Es por esto que a la simpleza de su hogar se suma su funcionalidad y versatilidad.
Cuando Machi termina su jornada repartida entre la creatividad como decoradora y el cuidado de su tienda de objetos para la casa, disfruta del paisaje al interior de la vivienda. Cada recodo de su hogar lleva su sello personal y conforma el cuento que ella ha traído a la realidad. “Me gusta mucho pasar tiempo en casa. La luz, la vista… me fascina tener momentos en el escritorio, o ir al sillón de corderoy de mi salón. ¡Me tiro ahí y no me saca nadie!”.