Como un viaje al pasado, esta casa en la Bahía Campanario en Bariloche ha sido ambientada con un gusto a nostalgia. El ambientador de interiores Gonzalo Fernández Iramain ha puesto todo su empeño en darle a la vivienda, originaria de los años ’40, una nueva vida con nobleza, estilo y genialidad.
Apartada de las vicisitudes de la vida moderna, la casa emplazada en un cerro domina la vista sobre el imponente lago Nahuel Huapi. Desde el exterior su vivaz color amarillo y la conservación de encantadores elementos de época anuncian la cautivante personalidad de su habitante, quien ha dedicado los últimos 8 años a convertirla en un refugio mágico.
Gonzalo Fernández Iramain nunca ha temido el desafío de emprender nuevos negocios. Ambientador de espacios autodidacta, comenzó el idilio con esta peculiar construcción por casualidad. “En el 2000 mientras tuve un pequeño restaurante en las cercanías, siempre que veía la casa me fascinaba. Le adivinaba su gran potencial. La idea me empezó a obsesionar y -justo en eso- los antiguos dueños dejaron la casa”. Presto a llevar a la realidad su fantasía, Gonzalo adquirió la propiedad incluso aunque no se encontraba en el mejor estado: a los inconvenientes les buscó soluciones. Se puso manos a la obra a hacer renovaciones como abrir ventanas más grandes, instalar el gas natural, generar un acceso para automóviles desde la ruta. Era el principio de una nueva era para una construcción fundamentada en materiales muy nobles y resistentes a los tiempos.
Cambiar la aburrida paleta verde y blanco que había fue esencial para comenzar a imprimirle un sello personal a la casa. “Primero que nada: color. Toda la pintura de afuera es pátina de ferrite, lo que da el pigmento amarillo, y leche de vaca, mezcla que yo mismo preparé. Es una pátina colonial diría, muy buena y gasté muy poco en pintar toda la casa, usando dos cartones de leche en polvo. La leche le da la textura grasosa, la adherencia, que antaño se hacía originalmente con leche de ordeñe, y cuanto más grasosa mejor”. La arquitectura de la casa guarda toda la riqueza de los primeros pobladores de la zona, que buscando la mayor calidad y durabilidad construyeron la base de la estructura en piedra, anchos muros de ladrillos en doble hilera para facilitar el aislamiento térmico, y la parte alta en hermosa madera de ciprés, cada vez más liviana cuanto más alta. Partiendo de estas ventajas de la construcción, para Gonzalo adecuarla a las necesidades modernas fue un placer. Los ventajosos espacios permitieron generar una nueva organización al interior; por ejemplo, en lo que fue un subsuelo antes realizó dos habitaciones con su baño, abriendo iluminaciones, dejando holgura por doquier, aprovechando las texturas de las superficies y los exquisitos pisos originales de madera de lenga. Permitirse una rica gama de color y contrastes, entre cementos, ladrillos y notas cálidas de madera, fue la clave para implantar la deliciosa decoración que vendría después de su mano.
“Al incluir mis muebles fue cuando la casa cambió un montón y definió su personalidad”, explica Gonzalo. Su timbre personal en la decoración incluye una mirada melancólica hacia el estilo bon vivant de la Europa burguesa de siglo XIX, mezclado con diseño contemporáneo, logrando el distintivo sabor oldy goldy en armonía con la inspiración que le infundió la casa desde un comienzo. “Traté de respetar el carácter, de recrear la mejor época de la vivienda, y conseguir que al entrar tengas el clima de 1940, pero con comodidad. Por eso todos los enchufes que había a altura los pasé para abajo; jamás tuve un equipo de música a la vista ni televisor que marque un fuera de tiempo en la atmósfera general. Quise propiciar esa sensación de los años locos de la buena vida, la abundancia y las proyecciones grandiosas de los primeros inmigrantes de la zona… imagen idealizada de ese tiempo”, explica Gonzalo.
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Tanto en su hogar como en su trabajo como decorador se ven retratados el esfuerzo y el ingenio de lograr en los ambientes un mundo aparte, jugando con la originalidad, la propuesta estética y el bajo presupuesto. Detalles en la decoración conseguidos aquí y allá, objetos recolectados en viajes, y una combinación entre luces indirectas y puntuales según el efecto buscado, conforman una sinfonía de impresiones que se experimentan en cada rincón. Un año y medio fueron necesarios para alcanzar un punto de equilibrio, tras un torrente de creatividad.
Cuando Gonzalo trabaja, no hay nada premeditado.
La casualidad y la intuición marcan el paso en la inventiva y la composición. Para un aventurero y polifacético personaje, la transformación y el sentido orgánico son su chispa vital en la indagación por lograr ambientes inigualables. Ese espíritu romántico se percibe en cada recodo de la casa y Gonzalo lo disfruta a plenitud: “Mi lugar predilecto es el estar. Es el espacio donde me junto con mis amigos a tomar una copa de vino y sentarme a charlar”. Bajo su don para sacar la mariposa que duerme dentro el capullo en cada espacio, esta casa se ha convertido en un pequeño paraíso rodeado del seductor paisaje patagónico. Hoy, Gonzalo puede decir satisfecho que consiguió justo lo que anhelaba cuando veía de lejos este shelter e imaginaba lo que podría devenir en sus manos.