Reciclando una casa de los años 50 en Santa Mónica, estado de California, el arquitecto colombiano Alejandro Ortiz ha armado el hogar más confortable y hermoso que jamás pudiera imaginar para él y su familia. Lo ha logrado a través de los años, viviendo profundamente cada espacio y descubriéndole sus posibilidades rincón por rincón.Una pasión desbordada por el color y muebles de su propia inspiración enmarcan la vida feliz que la casa alberga.
"La casa era fea. Y salvarla de la demolición me dio mucha libertad para trabajarla", comienza Alejandro Ortiz para explicar cómo fue la experiencia de pensar su propia vivienda, a partir de otra preexistente. En este caso, la construcción estaba en tan mal estado, que la propiedad fue adquirida más que todo por el terreno de 2.000 metros cuadrados, con la idea de derribarla.
"Aquí se trataba de rescatar un perrito callejero que nadie quiere. Hoy en día todo el mundo está de acuerdo con lo que hice, pero cuando comencé el proyecto me decían que estaba loco", dice el arquitecto, quien es graduado de la Universidad de Berkeley y reside en Los Angeles desde 1989 donde realizó sus estudios de postrado en UCLA sobre Planeación Urbana. Antes de comenzar las obras de esta casa, Ortiz trabajó con reconocidos profesionales como Frank Gehry y Frank Israel.
Corría 1998 cuando decidió comprar este esqueleto desangelado, de 400 metros cuadrados, rodeado de frondosos árboles, en un barrio tranquilo, de vegetación exuberante, a minutos del océano Pacífico. El reto era irresistible, cada viga de madera, los enormes ventanales, la amplitud de los ambientes, significaban un punto de partida que fue respetado y puesto en valor. "Le vi futuro, pero era realmente fea y veníamos de una casa que construí, que era muy linda, aunque muy pequeña. El cambio era arriesgado", dice el arquitecto.
Así comenzó el proceso de reciclaje que se ha hecho gradualmente, a lo largo de ocho años, con la libertad de dejarse sorprender por los potenciales. Las dimensiones generosas de la
casa han permitido que Alejandro y su familia (integrada por su mujer y tres niños) viva en ella mientras se hacen los arreglos.
Al exterior la transformación ha sido enfocada en el paisajismo, mientras que al interior la labor ha consistido en redistribuir los espacios dentro de la caja principal que ha sido conservada, y a la cual se le ha añadido a nuevo solamente 50 metros más. "Primero hicimos la cocina sobre lo que era un patio de ropas, mientras seguimos utilizando la vieja cocina. Cuando estuvo lista pasamos a usar la nueva, y comenzó el planteo de la sala sobre lo que era la cocina vieja. Y así... Ha sido como ir barriendo esquinas, y arreglando parte por parte. La casa se presta para cerrar ciertas zonas mientras se arreglan y seguir funcionando normalmente en el resto", anota Alejandro. Con el tiempo vendrían la transformación del frente y la creación del cuarto principal hechos completamente de ceros. Pasaron unos años mientras vino la idea de hacer la parrilla afuera y lo último que se hizo fue el escritorio hace seis meses. "Y esto sigue", dice Alejandro.
Lo que ha cambiado radicalmente la personalidad de la construcción, de una casa vetusta a una obra de arquitectura contemporánea, está en gran parte dado por los materiales que fueron remplazados. El viejo alfombrado fue levantado y los pisos de cemento alisado salieron a relucir para darle a las zonas sociales y cocina, un aire más fresco. Los baños se hicieron de cero y suman un toque de exquisita contemporaneidad en sus terminados.
Sin embargo lo que da la pauta definitiva de vitalidad es la paleta de color, huella inequívoca de la sensibilidad del arquitecto. "Los colores siempre me han gustado. Aquí, en broma me dicen que es muy colombiano. Pero es verdad que uno se influencia, porque en Colombia el color es muy común y a mí me sobra el blanco. Siempre creo que voy a hacer algo blanco y pero siempre los rinconcitos que me quedan blancos, en algún momento, les llega su color. Para mí no hay colores feos. En mí casa voy coleccionando colores hasta que los tengo todos", se explica enfático Alejandro, añadiendo que en su hogar le encanta el efecto final del colorido conjugado a las transparencias y la madera.
Dice no temer al desafío que representa saber poner un acento a los espacios gracias a la paleta.
Su genio creativo también se hace presente en los muebles diseñados por él mismo. No son muebles que venda al público, son más bien ideas que le van llegando al imaginar lo que le gustaría encontrar o lo que le hace falta. La manera de habitar la casa completa la calidad de vida que le ofrece su vivienda. "Cada vez me gusta más, ¡es tan mía! La hemos ido amoldando a nuestros días, como un zapato viejo, que cuando es nuevo aprieta y con el uso se siente más rico, a la justa medida del pie. Así también, la mayor virtud de esta casa es ser muy pero muy cómoda. Uno conociendo el lugar, viviéndolo, lo va entendiendo; entonces soluciona los problemas de la manera más sencilla y natural posible, sin decisiones drásticas, cosas que a mí como arquitecto, para un cliente no se me ocurrirían". De esta relación profunda con la vivienda, nace por ejemplo la concepción de la parrilla en medio del patio. Equipar un lugarcito afuera resultó genial para los momentos en familia. Fue con el devenir que ideas simples, lógicas y agradables se abrieron camino, en una obra que no deja de ser súper contemporánea. "Aquí me siento totalmente a gusto. Como un animalito en su madriguera", concluye Alejandro.
PRODUCCIÓN:
MARIANA RAPOPORT
FOTOS: FERNANDO GÓMEZ
TEXTO: PAULA RIVEROS