Tres mujeres yacen desnudas en la playa, sus cuerpos una sucesión de curvas y planos enmarcados por la espuma del mar. La imagen cuelga sobre el escritorio del arquitecto Oscar Niemeyer y es un reconocimiento a su inspiración: La belleza de las mujeres y la naturaleza.
El ha recreado esa belleza sensual en sus estructuras de concreto y cristal, erigiéndose en una figura revolucionaria en la arquitectura durante casi un siglo. Sus formas flotantes han sido una manifestación del modernismo en Brasilia, sede del gobierno que se alzó en las planicies vacías del centro de Brasil. También ayudó a diseñar la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, insistiendo en las amplias curvas de la Asamblea General.
Ahora, conforme está cercano a cumplir los 100 años de vida, el 15 de diciembre, Niemeyer presenta una montaña de proyectos sobre su escritorio, en una oficina que domina las playas de Copacabana.
En cada uno de esos encargos, Niemeyer permanece fiel a las sinuosas curvas que han sido la principal marca de su trabajo. Las curvas, dice en una entrevista con The Associated Press, son "la solución natural, la solución que emerge cuando más grande es un problema''.
"Empiezo con la reducción de los soportes estructurales. Si reduzco los soportes, la arquitectura se revela a sí misma naturalmente y con gracia, los espacios se hacen más grandes y puedo buscar formas diferentes sin contradecir el espíritu del proyecto'', explica.
Las curvas estarán presentes en uno de sus más recientes proyectos, la transformación de una vieja prisión en los puertos de Valparaíso, Chile, en un centro cultural de corte futurista, con tres edificios ovales unidos por un puente y al parecer flotando sobre una piscina. Encorvado y necesitado de ayuda para desplazarse, Niemeyer parece demasiado pequeño para la camisa negra que trae puesta sobre una camiseta. Una cajetilla de cigarrillos europeos se encuentra en su escritorio, como testimonio de uno de sus goces cotidianos, junto con su vaso diario de vino. Con calvicie incipiente marcada por mechones de ca
bello negro peinados hacia atrás, Niemeyer sonríe mucho, marcando las pocas arrugas de su rostro.
Su mente y su memoria se encuentran intactas, como la inspiración que le hizo acreedor en 1988 al premio Pritzker, considerado el Nobel de arquitectura. También fue reconocido ese año el estadounidense Gordon Bunshaft, por el diseño del edificio Lever House, estructura de 24 pisos en Nueva York.
Al reconocer a Niemeyer por la "curva flotante'' de sus diseños y a Bunshaft por su geometría precisa, el comité Pritzker calificó a ambos como "amos de la arquitectura moderna''.
"Lo que es importante para el arquitecto es hacer lo que le gusta, no lo que otros quisieran que haga. Esa es la forma, el no darle demasiada importancia a tu trabajo. Muy pocas cosas tienen importancia en esta vida'', dijo Niemeyer. Pero sus colegas no están de acuerdo.
"Niemeyer es una fuerza de la naturaleza'', dijo el arquitecto estadounidense Thom Mayne, ganador del Pritzker en el 2005 y fundador de la firma Morphosis en Santa Mónica, California.
"La influencia de este hombre, su energía y pasión, hacen que uno lo quiera. Yo me eduqué en la década de 1960 y él es una de las personas que realmente tuvo influencia en mí''.
Nacido en Río de Janeiro, Niemeyer se graduó de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 1934 y se sumó a un equipo que trabajó con el suizo Le Corbusier, figura del movimiento Bauhaus, en la construcción de un nuevo Ministerio de Educación y Salud.
En 1939, Niemeyer trabajó con Lucio Costa para diseñar el pabellón brasileño en la Feria Mundial de Nueva York, que le valió ser nombrado ciudadano honorario de la urbe por el alcalde Fiorello La Guardia. Niemeyer regresó a la urbe de hierro
en la década de 1940 para trabajar con Le Corbusier y el británico Howard Robinson en la sede de la ONU. Esa fue la primera tentativa del movimiento modernista para crear un edificio tan grande y de tal importancia.
Niemeyer integró el comité de diseño de lo que los funcionarios de la ONU calificaron como su "Taller por la Paz'', buscando una estructura que tuviera apariencia ligera y abierta, cómoda pero funcional, muy lejos del complejo inicialmente diseñado. Comunista de toda la vida, Niemeyer muchas veces se enfrentó con la Iglesia católica y la dictadura que dominó Brasil de 1964 a 1985. Los religiosos reaccionaron con malestar ante su diseño de una iglesia, con arcos parabólicos, en la conservadora ciudad de Belo Horizonte. "Tardó seis años lograr la aprobación de los sacerdotes, porque era diferente. Ellos querían una iglesia clásica, con una torre, pero yo tuve el valor de ser diferente''. Ahora, el templo es un popular destino turístico
en el lago Pampulha. Cuando el alcalde de Belo Horizonte, Juscelino Kubitschek, se convirtió en presidente en 1956, les pidió a Costa y Niemeyer construir una capital nueva en las solitarias planicies del centro de Brasil, abriendo el vacío corazón de este enorme país a un ritmo que calificó como de "50 años en un plazo de cinco''.
"Brasilia fue una aventura'', recuerda Niemeyer con una sonrisa.
"Fue construida sobre la marcha. No tuve ni siquiera tiempo para pensarlo''. Esta ciudad de curvas y arcos, ahora con 2,2 millones de ha
bitantes, fue construida en apenas cuatro años. Sus críticos dijeron que sus edificios son hermosos por fuera, pero calientes e incómodos por dentro. El año pasado se instalaron sistemas de aire acondicionado en el palacio de la Alvorada y el de gobierno, pero las autoridades brasileñas han dicho que nunca cambiarían el histórico diseño de la urbe.
"Niemeyer puede influir pero nunca puede ser copiado. El comprendió la libertad espectacular de las formas construidas, la estabilidad de la curva'', comentó el arquitecto brasileño Paulo Mendes da Rocha, premio Pritzker del 2006 y diseñador del Museo Brasileño de Esculturas. Niemeyer se casó con Annita Baldo, hija de inmigrantes italianos pobres, en 1928. Tuvieron una hija, Anna María Niemeyer, y cinco nietos, 13 bisnietos y cuatro tataranietos.
Dos años después de la muerte de su primera esposa, Niemeyer se casó a los 98 años con su asistente de muchos años Vera Lucía Cabreira, entonces de 60 años, un mes después que el arquitecto se fracturó la cadera en una caída. Pero los dos miran al futuro.
"¿Qué pienso de la vida?'', dice Niemeyer. "Una mujer a tu lado y que Dios haga lo suyo''.