Una descripción de la compleja situación de aquellos que ingresan por primera vez en el mercado de trabajo permite analizar el papel que puede desempeñar el sistema educativo con respecto a la inserción de los estudiantes en el mundo laboral.
Según el prestigioso Diccionario Oxford, un "McJob" es un "trabajo desalentador, mal pago, con pocas perspectivas y resultado de la expansión del sector servicios". El término es una magnífica síntesis de la precariedad vital y laboral que, en todo el mundo, atraviesa el período de la juventud, habitualmente concebido como una bisagra entre la formación escolar básica y la inserción laboral.
Durante décadas, el imaginario compartido era de cierta previsibilidad: una persona conseguía un empleo y sabía que podía ir ascendiendo en el escalafón a lo largo del tiempo y -si no sucedía algo extraordinario- ése sería su empleo para toda la vida. Esto valía para el obrero de una fábrica, para un empleado bancario o para un profesional que ingresaba a una empresa. Hasta que, junto con el neoliberalismo, estalló ese entramado social. Hoy, el primer empleo ya no es percibido como el peldaño inicial de una carrera de inserción. Cambios políticos, sociales, culturales y económicos hicieron que el derrotero laboral sea mucho más sinuoso y corra por cuenta y riesgo de cada uno.
Si en algunos sectores sociales esta ruptura de un modelo lineal y organizado permite una mayor movilidad, creatividad y desarrollo personal; para otros, ese trabajo inicial se vuelve el eslabón de una secuencia de empleos precarios que no habilitan mejores condiciones de vida. Los jóvenes son la franja etaria con mayor porcentaje de desocupados en un universo laboral que se ha vuelto excluyente en todos los sectores.
En aquellos urbanos, de cierto buen pasar económico y con posibilidad de acceso a estudios terciarios o universitarios, los jóvenes demoran cada vez más su ingreso al mundo laboral, tal como constata la investigación a cargo de la socióloga Ana Miranda, investigadora de Flacso y autora de "La nueva condición joven: educación, desigualdad, empleo". En casa de sus padres, sin urgencia por formar una familia propia y con posibilidades para viajar o disfrutar de otras actividades, los jóvenes de los sectores económicos mejor posicionados aprovechan esa dilación para acercarse a otras experiencias vitales y de formación, además de contar con mayor tiempo para dedicarles a los estudios superiores.
El panorama se hace algo más incierto en la convencionalmente llamada clase media. "Hace 30 años, en el período de posguerra, el capitalismo era estable y con la presencia de Estados de bienestar donde los roles adultos estaban definidos en función de la constitución de un hogar y de la obtención de un empleo estable: parejas heterosexuales, el hombre proveedor y la mujer al cuidado de niños. Era un modelo que garantizaba seguridad, pero el que se apartaba de la norma sufría como un condenado -explica Miranda-. Hoy, como ya no hay seguridades, lo vocacional aparece más ponderado. Esta ruptura de la linealidad facilita también que ciertos jóvenes vayan armando sus recorridos laborales de manera más ecléctica; itinerarios que son reversibles y que pueden ir modificándose. Pero, al mismo tiempo, este esquema incrementó una tendencia fuerte hacia la desigualdad social. Hay que tener en cuenta que en el mercado de trabajo es muy importante el momento del ciclo económico en el que se ingresa. Toda la generación a la que le tocó salir del secundario en plena crisis tuvo mayores problemas".
Mapa de la desigualdad
La situación económica familiar es determinante en una espiral que se come la cola: los sectores más desprotegidos están, en general, más lejos de las zonas urbanas donde se concentra la diversidad de oferta de estudios superiores.
Así lo plantean -por ejemplo- los alumnos del último año de la Escuela Comercial, Julia Joaquina López de Pérez, en la ciudad correntina de Ita Ibaté. Casi todos querrían seguir estudiando pero saben que muchos no lograrán concretar esa voluntad. "A algunos se nos va a dar y a otros no -sintetiza uno de ellos-, muchos nos tendremos que quedar en la zona trabajando. La mayoría de las familias vive de lo que producen en la chacra, no tienen un ingreso fijo para sostener un estudio, pagar la estadía en Corrientes capital, los útiles, los libros, todo lo que se necesita". Muchos de estos alumnos trabajan a la par que estudian. Las localidades más próximas están a -por lo menos- 20 kilómetros y la capital provincial, a 170. En el mejor de los casos las opciones que priman en estos contextos son estudios terciarios ligados a la docencia o a la policía.
"El desempleo juvenil no es más que la parte visible de una problemática compleja. Aunque no resulte sencillo identificar con claridad cuáles son los trayectos posibles que conforman los circuitos de inclusión laboral y social, no cabe duda de que el ingreso prematuro en el mundo del trabajo -sin una formación adecuada y con pocas posibilidades sobre la elección de determinado rumbo laboral- implica integrarse en las peores condiciones". Así detalla un texto de Construir futuro con trabajo decente, un manual de formación para docentes publicado por el ministerio de Trabajo, el de Educación, el INET y la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
Julieta es alumna de segundo año de la escuela media en Lules, Tucumán, y la abanderada de su colegio. Retomó sus estudios después de haber dejado un año, porque no le alcanzaba el dinero para viajar a clase. Ella relata: "Este año volví a la escuela porque mi papá me dijo que él no me imagina a mí levantando frutillas bajo el sol, como él; que quiere que yo siga estudiando. A mí me gustaría tener un título universitario o, al menos, ser maestra".
"Hoy en día, la estructura social es tan desigualitaria que, incluso estudiando lo mismo, la misma herramienta va a facilitar oportunidades diferentes según el grupo social al que cada uno pertenezca -puntualiza Miranda-. Porque lo que las investigaciones demuestran es que casi todos conseguimos trabajo a partir de nuestros conocidos o parientes, y esos contactos también varían sustancialmente de acuerdo con el sector de procedencia".
La precariedad de los empleos
Según el informe de la Conferencia Internacional del Trabajo, la gran mayoría de los jóvenes del mundo trabaja en la economía informal. Chicos que no dejan de reponer latas en las góndolas; voces juveniles que dicen su nombre y se ofrecen a escuchar con impostado interés y amabilidad, sin posibilidad de tomarse unos minutos para ir al baño; motos que vuelan entre los autos. En el sector de los servicios, en las ciudades, han crecido las variantes de empleos informales: supermercados, centros de atención telefónica y servicios de entrega a domicilio (delivery) son algunas de las formas argentinas de los trabajos precarios.
Pablo Molina Derteano, investigador del Instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires, entrevistó a once jóvenes de las zonas marginales de Quilmes. La mayoría de ellos se dedica a hacer delivery en motos que a veces son provistas por sus empleadores y, otras, les exigen a los mismos jóvenes que las provean. "El panorama de los locales en que trabajan estos jóvenes es variado. Algunos de ellos corresponden a famosas casas de comida, otros a restaurantes de la ciudad de Buenos Aires, pero también a pequeños locales de barrio que no cuentan con todas las habilitaciones. Las formas son bastante homogéneas: todos están en negro. Sólo uno cobra algo parecido a un sueldo; otro cobra cada quincena y el resto cobra por día. Las condiciones de contratación son informales, pactadas de palabra. No existe ningún tipo de beneficio o derecho laboral. El trabajo de delivery posee, por legislación, un seguro obligatorio bastante oneroso y ninguno lo tiene, ni para ellos ni para sus motos".
Mediadores generacionales
"Formar para el trabajo supone formar, sin duda, trabajadores calificados; pero la función de la escuela secundaria no es sólo ésa -señala la directora del INET-. Los conocimientos técnicos son sólo un aspecto de lo que nos toca transmitir en cuanto a la conciencia de sus derechos como trabajadores, a la desnaturalización de la precarización laboral como una realidad inevitable y a la reducción del trabajo informal. Abordar estas cuestiones es mucho más complejo que enseñar a manejar un torno automático".
Los especialistas coinciden en la dificultad del sistema educativo para revertir el mapa laboral: "Con el estrechamiento de las oportunidades laborales a la par de un crecimiento de la proporción de la población que culmina la escuela media se produce una notable paradoja: al mismo tiempo que la escuela media aumenta su importancia para el acceso al trabajo, se torna cada vez más insuficiente para asegurar a todos sus egresados la posiblidad de empleo en los segmentos de calidad". Así afirman Daniel Filmus, Carina Kaplan, Ana Miranda y Mariana Moragues en la investigació: Cada vez más necesaria, cada vez más insuficiente.
Y, según los autores: "La razón de este proceso está mucho más vinculado con el tipo de estructuración del mercado de trabajo que con un ´exceso de oferta´ por un crecimiento desmesurado de las matrículas en el nivel medio". Aunque aumentan las inscripciones, la proporción de egresados de la escuela media continúa siendo baja. Lo concreto es ya no cumple con su función de favorecer un proceso de movilidad social. Se expande la educación formal pero no mejoran las condiciones de vida de sus egresados.
Para Almandoz, la extensión de la obligatoriedad del secundario es otro de los efectos paradójicos de la educación: esa intención de ampliar a todos la base de los conocimientos permitió, sin querer, subir el umbral de exigencia de la selectividad social.
Históricamente, trabajo y educación fueron los espacios donde las experiencias se convertían en mediadoras generacionales. Eran los medios que permitían a un joven o a un adolescente llegar a convertirse en adulto y a una generación legitimarse ante otra.
Según el profesor de Filosofía y docente de la Universidad de San Martín, Jorge Eduardo Fernández, ya en las investigaciones que inició hace unos quince años se evidenciaba una ruptura entre el ciclo medio y el universitario y el mundo del trabajo. Es imprescindible, en su visión, abordar una reflexión profunda acerca de estas categorías en cuestión: "Pensaría en una educación que se hiciera cargo de los núcleos creativos de la libertad, que permitiera a las personas hacer frente a una acción creativa, incluso independiente del mundo del trabajo, entendiendo el trabajo no solo como un medio de producción sino como un derecho. Es una contradicción plantear la educación como una obligación y un derecho; y el trabajo, no".
El ingreso prematuro en el mundo del trabajo -sin una formación adecuada y con pocas posibilidades de elección- implica integrarse en las peores condiciones