Les guste o no les guste a los ministros Héctor Timerman y Amado Boudou, se notó -y mucho- que ambos fueron a buscar, con más necesidad que convicción, a los técnicos del Fondo Monetario Internacional para que ayuden a la Argentina a apagar el incendio. ¿Ante quién? Ante la comunidad internacional, que la Argentina pretende integrar como socio sin pasar por la secretaria del club a sacarse la foto, pero también ante el descrédito interno de una inflación no reconocida que juega cada vez más en contra de la imagen gubernamental.
En Seúl se les ha explicado una vez más a los funcionarios que esa silla en el G20 que ocupa el país tiene un precio y que hay que pagarlo con cierto apego a las reglas internacionales, entre ellas un diagnóstico de la economía que esté en línea con todos los demás integrantes.
¿Quién puede proveer un servicio de ese carácter? Nada menos que el odiado FMI, capaz de estandarizar en números las economías de todos los miembros. Un garrón para la Argentina, orgullosa de vivir con lo suyo, que se cansó de insultar al Fondo desde cuanta tribuna tuvieron a mano los dirigentes.
Pero si el Fondo no va a llegar, como se prometió, para ser el auditor de la salida del default argentino con el Club de París, al menos va a meter las narices en el bastión más recalcitrante del kirchnerismo, el Indec.
Y allí tendrá mucho que decir, ya que uno de los motivos por los cuáles la Argentina no se sometía a la revisión del Artículo IV del Estatuto del propio Fondo era para no destapar ciertas ollas, entre ellas la de la formulación de las estadísticas que estrangula la inflación, estafa a los bonistas y calcula menos pobres que los existentes.
Está claro que al FMI no se lo podrá "caminar", como se hizo con los cinco rectores de universidades nacionales a quienes se les pidió un diagnóstico sobre el organismo y no hay evidencia de que esta carpeta haya podido ser ni siquiera analizada por el gobierno.
Igualmente, a esta altura de la situación, la elaboración concienzuda de cualquier índice creíble es un paso adelante y si la presencia de los técnicos del Fondo -aunque le cuenten a la prensa los desaguisados que pudieran existir- ayuda a esa credibilidad, bienvenida sea la remoción de esa piedra para que aceite la marcha de la economía. ¡Quién lo hubiese pronosticado con Néstor Kirchner en vida! La emblemática ciudadela que el kirchnerismo puso al cuidado de Guillermo Moreno, a punto de rendirse ante los técnicos del Fondo Monetario. Quizás para lavar esa afrenta, ahora el secretario de Comercio se dedica a apretar a embajadores, tal como lo denunció en primera plana el diario brasileño "Valor".
Pero ni Moreno ni Timerman ni Boudou ni la presidenta, por supuesto, tienen la culpa.
Es siempre la Realpolitik la que saca debajo de la alfombra toda la basura que se ha acumulado allí debajo, cuando la montaña empieza a mostrar que las ideologías que prohíja el maniqueísmo son sólo una pérdida de tiempo.
Hugo E. Grimaldi