l episodio, ocurrido en la próspera Holanda del siglo XVII, constituye uno de los casos de especulación desenfrenada más curiosos de la historia.
Los tulipanes llegaron a Europa Occidental a fines del siglo XVI y en un principio no fueron demasiado populares debido a que en su estado natural no resultan especialmente atractivos.
Sin embargo, luego de verse afectados por un virus comenzaron a presentar una gran variedad de colores y una forma más agradable, lo que provocó un creciente interés en ellos.
El crecimiento económico de Holanda, derivado de su actividad comercial, permitió que a principios del siglo XVII los bulbos de tulipán se convirtieran en piezas de colección.
Fue así como en 1630 el mercado de los tulipanes cobró una relevancia desmedida. Los precios ascendían sin parar y en 1635 se llegaron a pagar 100.000 florines por 40 bulbos, el equivalente a más de medio millón de dólares de hoy. Y por un bulbo de la preciada especie Semper Augustus se podían pedir hasta 5.500 florines (unos 33.000 dólares).
Semejante estado febril generó la ilusión entre la población de que siempre se ganaba en el mercado del tulipán. Ya no importaba el precio de compra dado que alguien siempre estaría dispuesto a pagar más por la flor.
Gentes de todas las clases se lanzaron a comprar bulbos de tulipán deshaciéndose de sus bienes más básicos si era necesario, siempre con la esperanza de revenderlos y obtener un beneficio.
Pero entre enero y febrero de 1637 algunos especuladores detectaron signos de agotamiento del mercado (por primera vez no se vendió una colección exclusiva de tulipanes) y decidieron que era buen momento para vender y realizar ganancias.
Esta actitud contagió rápidamente al resto y el pánico se apoderó de la masa.
Quienes tenían bulbos en esos momentos adquiridos a precio de oro se encontraron sin compradores. La situación no era mejor para los que habían comprado tulipanes mediante los contratos de futuros de la época: se veían obligados a comprar a un precio que ya no era el de mercado.
El caos era tal que el gobierno holandés trató de intervenir el mercado estableciendo normas que consideraban nulos los contratos realizados a partir de noviembre de 1636 y establecían que los contratos de futuros debían ser satisfechos con un 10% de la suma pactada originalmente.
Sin embargo, estas medidas no conformaban a las partes: los compradores se veían obligados a pagar sumas todavía altísimas por algo que ya no tenía valor y los vendedores debían aceptar vender a precios irrisorios en comparación con los acor- dados.
La explosión de la burbuja dejó entonces vencedores y vencidos. Ganaron aquellos que habían salido justo antes de la explosión y acumulado grandes beneficios. Perdieron fundamentalmente quienes habían liquidado su patrimonio para especular con bulbos. Y perdió la nación, que durante años se había visto sumida en una importante depresión económica.
Desde el relato, probablemente adornado para la teoría, llegamos a la definición de "burbuja" de John Kenneth Galbraith: un "escape masivo de la realidad" donde lo único que importa es que el precio del activo adquirido siga subiendo. Fuente: Inversor Global