Esta semana el Banco Central Europeo (BCE), confrontado con la tentación de sus colegas de flexibilizar más su política monetaria, optó por mantener el rumbo dejando la tasa de interés en el 1%.
Con esta decisión, la zona del euro, encorsetada por el rígido mandato del BCE de mantener a raya la inflación, verá afectada su economía.
Todo indica que el "supereuro" se mantendrá en el mercado por un tiempo más. Habrá que ver cómo reaccionan las potencias del Viejo Continente a la agresión del resto de los países que continúan devaluando sus monedas para ganar competitividad.
La pregunta clave: ¿cuánto tiempo aguantará la moneda europea esta ofensiva? Hoy se realza como la gran ganadora para los inversores que fueron en su refugio, pero es la gran perdedora para la actividad productiva de la UE.
El presidente del BCE, Jean Claude Trichet, mostró su preocupación por el recrudecimiento de la guerra de divisas (ver nota en contratapa) en la que, a excepción de la zona del euro, se han encaminado las grandes potencias económicas del mundo, empeñadas en promover devaluaciones competitivas de sus monedas.
China es el ejemplo más paradigmático de lo que supone utilizar la política cambiaria como arma económica. Pero ahora se sumaron Estados Unidos, Japón, Rusia, Brasil, Corea del Sur e incluso Reino Unido.
Después de haber agotado el arsenal de estímulos fiscales, las economías desarrolladas recurren a las devaluaciones como una vía para impulsar el crecimiento y las emergentes hacen lo propio para mantener la ventaja competitiva que les ha permitido sortear la crisis crediticia.
El propio Trichet lamentó la excesiva volatilidad y los movimientos desordenados derivarán en implicaciones negativas para la estabilidad económica y financiera mundial.
Hay que tener en claro que como el tipo de cambio es la relación entre dos monedas, la paradoja reside en la imposibilidad de que todas se deprecien al mismo tiempo. De ocurrir esto, el efecto final acabará siendo neutro.
JAVIER LOJO
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