La velocidad que está tomando la carrera precios-salarios se fue acelerando en los últimos meses y es sólo comparable a la que se registra en Venezuela. En el promedio de la región, salarios e inflación suben a un ritmo anual promedio del 5%. En Brasil, los salarios crecen al 8% y la inflación al 5%. En Argentina, las proyecciones para el 2010 marcan una suba salarial en línea con una inflación que rondaría el 25%. Pero todo depende de la reapertura generalizada de las negociaciones salariales.
Un reciente trabajo realizado por el Banco Ciudad detalla que el escenario actual reúne todos los condimentos presentes en escenarios inflacionarios clásicos. En la primera fase, las demandas salariales tratan de recuperar la inflación pasada. En una segunda instancia, las negociaciones comienzan a incluir un componente de expectativas (anticipa la inflación futura). En una tercera fase, cuando la inflación tiende a acelerarse, los gremios compiten por subas salariales relativas.
Lo paradójico es que la tensión salarial ocurre en un escenario de relativa calma estacional de la inflación. En abril y mayo, la inflación rondó el 1,5% mensual, un 20% anualizado que está en línea con las paritarias de principios de año. Pero estos aumentos salariales comienzan a golpear a los sectores expuestos a la competencia externa, particularmente la industria y las economías regionales, cuyos costos salariales vienen en ascenso. El problema no es la foto, que sigue siendo buena. Todavía existe un "colchón" salarial respecto a otros países de la región, en particular Brasil. Allí los salarios industriales en dólares crecieron 160% desde fines del 2001, aunque en buena parte por efecto de la apreciación cambiaria.
Pero la dinámica comienza a ser preocupante. Con inflación bajo control, los márgenes de nuestros socios comerciales para devaluar sus monedas sin gatillar una carrera dólar-inflación-salarios son mucho más amplios. Ésta quizás sea una de las principales vulnerabilidades de nuestra economía ante un deterioro adicional del contexto externo. La pérdida de competitividad salarial no sería un problema si, al mismo tiempo, estuviese mejorando la competitividad sistémica, cosa que no está sucediendo. (Redacción Central)