La demanda de oro se disparó en el último período, en un reflejo de las expectativas de un potencial recorrido alcista en el mediano plazo hasta que no se restablezca el equilibrio en los mercados internacionales.
El metal precioso mantiene una tendencia alcista impecable con sanas correcciones seguidas por nuevos intentos de alza. Su cotización actual se encuentra entre los 910 y los 940 dólares la onza, con una revalorización anual del 7% que se eleva hasta casi el 50% si se toma como punto de referencia el 2007. Y -lo más importante para los inversores- desde que se inició la crisis económica en el 2008 su precio obtiene una renta que supera el 11%, siendo uno de los pocos mercados financieros que se han mantenido en positivo.
Hasta hace pocos años quienes deseaban invertir en oro sólo podían hacerlo a través de la compra física en forma de lingotes o por medio del sector de la joyería (monedas, cadenas, etcétera). Pero la evolución del metal amarillo ha hecho que se desdoblaran los intentos por que este tipo de inversión sea más fácil de contratar por parte de los pequeños inversores y desde hace unos años se puede comprar a través de fondos de inversión posicionados en las más importantes empresas mineras del mundo.
También se puede invertir por medio de la renta variable, adquiriendo acciones de estas mismas empresas que cotizan en algunas de las principales plazas bursátiles internacionales, como la norteamericana y la europea. La mayor penetración de este metal entre los inversores propició que determinadas entidades financieras hayan llegado aún más lejos creando depósitos y warrants ligados a la evolución de este metal. De momento no son muchas, pero la demanda de los inversores está cubierta. De hecho una ventaja que ofrecen estos productos es que de forma indirecta el inversor también puede aprovechar los movimientos alcistas de este metal sin asumir muchos riesgos, en especial en los referentes a los depósitos, en los que su rentabilidad vendría dada por la mayor revalorización del oro.