Una clase social, una clase de trabajo
Al menos en las metrópolis, en las últimas décadas ha sido raro ver a las clases media y media baja desarrollando determinadas actividades en el circuito laboral. Por ejemplo, los servicios públicos, la atención del comercio, taxis y turismo quedaron en manos de los inmigrantes que recién comienzan a construir sus sueños en lugares difíciles pero teóricamente llenos de oportunidades como Londres, Nueva York, París o Madrid. Los empleos tradicionales y que durante décadas han definido el estilo de vida de varias generaciones de americanos, londinenses, etcétera, quedaron reservados para una clase social distinta; los nativos, por así decirlo.
Es más, y volviendo a Dick y Jane, este par en ningún momento se plantea desarrollar otro tipo de trabajo como una manera de paliar su dramática situación económica. Tampoco cambiar de estilo de vida, a pesar de que a una velocidad sorprendente van siendo testigos del desmantelamiento de su hogar dulce hogar. Hay una lógica en todo esto: su vida entera estaba hipotecada y al no tener empleo se ven obligados a devolver lo que era suyo. Suyo entre comillas. Suyo en cuotas.
Uno de los motivos sustanciales, aparte del estatus, por los cuales la pareja del filme no acepta ni piensa en otro tipo de empleo está vinculado con el hecho de que sólo ciertas actividades laborales tienen prefijados los salarios indispensables para pagar las altas cuotas que acostumbran a ocupar las planillas de gastos de los hogares norteamericanos. De modo que aunque Dick y Jane hubiesen encontrado trabajo en una pizzería esta alternativa tampoco los habría salvado del desastre.
La estructura productiva de los países desarrollados representa no sólo un número dentro del producto bruto interno, también avala una forma de entender la realidad. El consumo de objetos vinculados fuertemente con el estatus social fue, desde la década del ´50 en adelante, uno de los grandes combustibles de la economía. Pensemos en los integrantes de la llamada generación del "Baby Boomer", quienes se lanzaron de cabeza hacia los nuevos planes de construcción y los modelos de automóviles que ya iban siendo pensados para las familias numerosas. Y ahí estuvo el crédito: para comprar el auto en cuotas así como para permitirle a un prometedor profesional mudarse a un barrio de mayor prestigio.
Como contraste, hace unos días el diario londinense "The Guardian" publicó en su sitio de internet un especial multimedia en el que se muestran los grandes, gigantescos, casi ficcionales, almacenes de automóviles donde se guardan (acumulan) las unidades que no fueron vendidas en los últimos meses.
Todavía hay humor
El crack del sistema financiero hirió de gravedad el formato ideal de consumo -"deseo+pido prestado al banco+compro"- que dominó en los últimos 25 años el mercado minorista de las economías más avanzadas. Ahora la contracción de la economía global tiene contra las cuerdas al "sueño americano". Despojada del crédito, abandonada a su suerte en el mercado laboral, la figura de su clase media y la de otros países desarrollados comienza a naufragar en un mar de deudas impagas.
El número de personas que permanecen en las nóminas del subsidio por desempleo en Estados Unidos ronda los 4,99 millones, según el Departamento de Trabajo. El resto del mundo no lo hace mucho mejor: unos 7,2 millones de personas perderán su empleo en Asia durante este año. La cifra de desempleo en la región podría superar el 5%, según la Organización Internacional del Trabajo. En tanto, en Europa se espera una cifra de desempleo creciente, con España y Gran Bretaña entre los países más afectados.
"Hace unos tres meses mis vecinos y yo conversamos más tiempo porque hay menos trabajo. Eso es un dato inequívoco. No sólo la gente del condominio donde resido en Miami se ve más temprano en las áreas públicas sino que casi todo el mundo está disponible el fin de semana: para jugar fútbol, para almorzar o simplemente para recordar o hacer chistes. Por otra parte, la situación es menos trágica de lo que pinta la prensa: nadie se ha suicidado, seguimos visitando Publix sin recurrir a los vendedores ambulantes y se mantiene el humor. Queremos que la cosa mejore o, en todo caso, que no empeore", nos cuenta Emilio Ichikawa, destacado escritor y columnista de "El Nuevo Herald", en referencia a su vida cotidiana en Miami.
El periodista Hernán Iglesias Illia, quien ha trabajado para "The Wall Street Journal" y escribió "Golden Boys", una crónica de los traders argentinos en la Bolsa de Nueva York, se refirió a cómo se vive el momento actual en la Gran Manzana: "Reagan inventó una frase que ahora usamos todos: ´Una recesión es cuando a tu vecino lo echan del laburo. Una depresión es cuando al que echaron es a vos´. Ése es el termómetro que usamos para medir la amenaza del desempleo en Nueva York. Cuando me preguntaban en setiembre, después de la caída de Lehman Brothers, yo decía que la crisis no parecía todavía tan grave, porque ninguno de mis amigos había perdido el trabajo. En enero la situación había cambiado. Por lo menos media docena de amigos míos ya habían sido despedidos. El mes pasado, la empresa donde trabaja mi mujer despidió al 10% de sus empleados, incluyendo a la chica que se sentaba al lado de mi mujer. Como diría Víctor Hugo: ´Balas que pican cerca´. Todavía, por suerte, es sólo recesión. Esperemos no llegar a la depresión".
Hasta ahora la ola de desempleo está vinculada con ciertos sectores de la producción y los servicios que podían predecirse como los primeros en comenzar a bajar persianas. Tanto en América del Norte como Europa y Asia son los grupos bancarios, las empresas de informática y tecnología y las automotrices las que han despedido a una mayor cantidad de empleados.
Un dato curioso (deberíamos llamarlo de otro modo) y que seguramente no será oficial está relacionado con el destino de los miles de personas que han venido ejerciendo oficios descartados por las clases medias de los países desarrollados y que resultan esenciales a su rutina: carpinteros, fontaneros, jardineros. ¿Cómo soportarán ellos la debacle de sus patrones? Apenas una pregunta más en el rompecabezas de la crisis laboral.
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar