No caben dudas de que es necesario, para reencauzar la crisis educativa del país, un sinceramiento del sistema. Las provincias se deben poner de acuerdo para decir hasta dónde están dispuestas a invertir en educación. Pero, previo a esto, se debe tener un programa en el que se muestre la realidad de cada uno de los Estados. Los docentes también deben poner lo suyo. Es necesario, por parte de nuestros gobernantes, un nivel de audacia que contrarreste la tónica de los viejos presupuestos y convierta las declamaciones en hechos concretos. Las señales en este sentido son clave para ganar confianza y rehacer el sistema.
Debido a que los efectos de las políticas de desfinanciamiento y estancamiento en materia educativa no se pueden observar en forma inmediata, como en otras áreas, no se tiene todavía conciencia clara de hasta dónde se está comprometiendo el futuro de nuestro país. Es impostergable también la formación de recursos humanos capaces de insertarse en un mundo donde la inmediatez de la información y la tecnología avanzan sin pausa. El hecho de que el 70% de los docentes argentinos no maneje internet significa que aquellos que alfabetizan pueden encuadrarse entre los "analfabetos informáticos" y esto trae como consecuencia una brecha creciente entre Argentina y el mundo, así como entre la escuela y la realidad.